domingo, 3 de enero de 2010

Mis queridas palomitas blancas

Es curiosa la forma en que las personas buscamos demarcar nuestra identidad soñada.
Últimamente no dejo de reflexionar sobre este punto y, como sucede casi siempre que un tema ocupa la mente, múltiples ejemplos afloran a mi alrededor –y yo los hago significativos, por supuesto.
Seguramente los sociólogos ya llenaron páginas y páginas de esto. No lo sé. Me fascina (en el sentido de asombrarme y maravillarme) la manera en que la gente elige, se agrupa, se asocia, se afilia, educa a sus hijos, lee, no lee, repudia o alaba, en función a la imagen que desea dar de sí al mundo, al tipo de persona que desea ser, incluso al precio de dejar de hacer lo que probablemente los haría más felices. Y lo más curioso es que cuanto menos se ES esa clase de persona, más ahínco se pone en tratar de adornarse con signos que denoten que sí se ES. Admito que este punto es lógico: probablemente si estamos muy seguros de lo que somos, y de que lo que somos nos gusta y colma nuestras expectativas, no sentiremos necesidad de reforzarlo para el exterior, por las dudas que no se note.
Sé que el tema es ambiguo; doy ejemplos: si una persona X desea dejar bien en claro que es sensible a los efectos nocivos del paso del hombre sobre el planeta (al margen de que los mismos, según los biólogos evolucionistas más avezados, es parte imparable del proceso de cualquier ecosistema), es probable que elogie lo “natural” por sobre lo “artificial” o “químico” (no importa que las bacterias o virus sean, obviamente, “naturales”, y las vacunas que salvan vidas, “artificiales”), que abomine a cualquier edulcorante y prefiera el azúcar (no importa que la nueva plaga occidental sea la diabetes tipo II y que nuestros niños consuman cantidades alarmantes de azúcares de todo tipo), que coma con delectación cualquier pollo que le hayan vendido como “de granja” aunque las condiciones de cría no sean inspeccionadas ni por el Dr. Cureta.
Si, en cambio, otra persona Y desea hacer saber al mundo que es “progre” (indescifrable cocoliche que eligen muchos miembros de la clase media con aspiraciones de alta pero anhelo de no ser “grasa” o “insensible”), probablemente y aunque en su fuero interno las minorías le produzcan algo de escozor, no dejará pasar oportunidad de comentar con cuánta felicidad tolera e integra, aprecia las culturas indígenas, le encanta lo étnico, se preocupa por los pobres (por lo general, sólo desde el discurso)
Dentro de esta categoría encontré, por supuesto y cuándo no, madres. El yeite es que ahora las madres progre ya no se contentan con contarle al mundo que sus hijos van a una escuela progre, que educa “por el arte” (nunca entendí bien qué significa esto y cómo se las arreglan, por ejemplo, con el teorema de Pitágoras… ¿lo cantan?), que integra, que es waldorf, que considera a cada niño como un individuo único e irrepetible y todas esas cosas que gustan de anunciar al mundo, cuando para otros son simplemente obviedades que esperamos que la escuela de nuestros hijos posea en forma natural (algunas, no lo de waldorf por ejemplo, que en lo personal me parece un delirio para ricos preocupados de que sus hijos no obtengan el suficiente protagonismo)
Ahora, la nueva onda es que nuestros hijos vayan a la escuela pública. Ya fueron las privadas, eso es para nuevo rico o menemista. Las escuelas que elegimos hasta hace poco ahora son una grasada. Ni hablar de las que contemplan intereses minoritarios como escuelas de alguna etnia en particular. Horror, antigualla. Ahora lo más top es mandar a los hijos a la escuela pública, pero OJO, no a cualquiera por supuesto. Hay una o dos que se han convertido en la meca de las mamis progres, e intuyo que para eso hay dos motivos: el explicitable es que se trata de escuelas con una dirección piola, con intereses pedagógicos, con maestras integradoras, con una cooperadora muy presente (todo lo cual me parece muy loable.) El motivo oculto es que, en realidad, estas escuelas no son el crisol de razas que podría esperarse de una escuela pública (lo cual a esta altura también es una falacia, ya que hoy día hasta las clases medias bajas hacen todo su esfuerzo por dar a sus hijos educación privada, por lo cual la mayoría de los establecimientos públicos han quedado destinados solamente a aquellos que no tienen otra posibilidad): muy por el contrario, y según el testimonio de cierta mamá progre que enviará a su hijo a una de estas escuelas de Belgrano, la misma maneja una lista de inscriptos paralela, privilegiando el ingreso de niños de cierto target (hijos de profesionales o artistas), mientras que los “hijos de porteros o verduleros” (sic) asisten a otra escuela pública que queda a escasas cuadras de la primera. Esta misma madre me contó, no sin jactancia, que cuando fue a la entrevista con el director, había varias 4x4 en la puerta del establecimiento. O sea, una escuela pública pero para gente como uno.
Honestamente, lo que me sorprende no es que haya gente que aspire a esto, sino establecimientos públicos que le cumplan el capricho.
Como dijo atinadamente Mónica López Ocón en un artículo –que recomiendo- sobre los nuevos progres, también la onda ahora es parir en cualquier lugar salvo en las instituciones especialmente preparadas para ello. Lo más es tener los hijos agachada, en el baño, dentro de una pileta, en el patio de casa o en medio de una ceremonia chamánica; parir como los tobas. Por supuesto, lo de las complicaciones intraparto que pueden surgir, es sólo una mentira de quienes abogamos por el parto inhumano y medicalizado. Sería en vano explicarles lo de la desventaja evolutiva que nos ganamos al bajar de los árboles y pararnos en dos patas, porque no creo que a estas mamás tan proselitistas les interese demasiado lo que dijo un tal Charles Darwin hace ya tanto tiempo. ¿Cómo hacían sino los antiguos, tasas de mortalidad aparte? ¿Cómo se las apañan los animalitos sino, que son tan sabios? Hasta he escuchado a alguna de estas parturientas progre decir que de otro modo, el parto no es una hazaña de la mujer, que la misma no participa, lo cual nos instala a la masa de mujeres que hemos ido a cesárea en el papel de un simple vegetal que se deja maniobrar por un médico.
Sin embargo, y aunque no lo parezca, me inspiran cariño los aspirantes a progre. Me recuerdan mis propias inseguridades (que las tengo, y muchas, aunque no en este sentido en particular), y las formas que elijo para ocultarlas, disfrazarlas, esconderlas tras las virtudes de las cuales sí me enorgullezco. Es tan viejo y natural como eso de “dime de qué te jactas y te diré de lo que careces”.

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