sábado, 19 de enero de 2008

Uri (o el comienzo de un sueño)


Si yo tuviera un hijo
Un niño pequeño
Rizos negros e inteligente,
Para tomar su mano y caminar despacio
por los caminos del jardín.
Un niño pequeño.
Yo lo llamaría Uri
Mi Uri
Suave y claro el corto nombre
Una gota de brillo
para mi niño oscuro.
Yo lo llamaría Uri
Uri lo llamaría
Aún he de llorar como Raquel
Aún he de rezar como Jana en Shiloh
Aún he de esperar por él.

(Raquel, circa 1945)

viernes, 11 de enero de 2008

Mexico lindo


"Pies para qué los quiero..." (Friducha)

jueves, 10 de enero de 2008

Qedeshim Qedeshot

Mala suerte acostarse con fenicias, yo me acosté
con una en Cádiz bellísima
y no supe de mi horóscopo hasta
mucho después cuando el Mediterráneo me empezó a exigir
más y más oleaje; remando
hacia atrás llegué casi exhausto a la
duodécima centuria: todo era blanco, las aves, el océano, el amanecer era blanco.
Pertenezco al Templo, me dijo: soy Templo. No hay
puta, pensé, que no diga palabras
del tamaño de esa complacencia. 50 dólares
por ir al otro Mundo, le contesté riendo; o nada.
50, o nada. Lloró
convulsa contra el espejo, pintó
encima con rouge y lágrimas un pez: -Pez,
acuérdate del pez. Dijo alumbrándome con sus grandes ojos líquidos de
turquesa, y ahí mismo empezó a bailar en la alfombra el
rito completo; primero puso en el aire un disco de Babilonia y
le dio cuerda al catre, apagó las velas: el catre
sin duda era un gramófono milenario
por el esplendor de la música; palomas, de
repente aparecieron palomas. Todo eso por cierto en la desnudez más desnuda con
su pelo rojizo y esos zapatos verdes, altos, que la
esculpían marmórea y sacra como
cuando la rifaron en Tiro entre las otras lobas
del puerto, o en Cartago
donde fue bailarina con derecho a sábana a los
quince; todo eso. Pero ahora, ay, hablando en prosa se
entenderá que tanto
espectáculo angélico hizo de golpe crisis en mi
espinazo, y lascivo y
seminal la violé en su éxtasis como
si eso no fuera un templo sino un prostíbulo, la besé áspero, la
lastimé y ella igual me
besó en un exceso de pétalos, nos
manchamos gozosos, ardimos a grandes llamaradas
Cádiz adentro en la noche ronca en un
aceite de hombre y de mujer que no está escrito
en alfabeto púnico alguno, si la imaginación de la
imaginación me alcanza.
Qedeshím qedeshóth*, personaja, teóloga
loca, bronce, aullido
de bronce, ni Agustínde Hipona que también fue liviano y
pecador en Africa hubiera
hurtado por una noche el cuerpo a la
diáfana fenicia. Yo pecador me confieso a Dios.

Gonzalo Rojas

* En fenicio: cortesana del templo

Masada, Enero 2001



miércoles, 9 de enero de 2008

Brona Gura


Sin mí, para siempre se va este año de 1944.
Luego se sabrá qué poco faltaba ya para el fin de la guerra, pero ninguno entre nosotros lo sabe aún. Somos una rara multitud a decir verdad. No es menos cierto que nunca imaginé morir entre mujeres, niños y ancianos que ensucian sus pantalones y balbucean febriles palabras dictadas por la fe y la desesperación. Nunca pensé que echaría de menos mi fusil en bandolera, al que me gustaba acariciar con la punta de los dedos como se acaricia el brazo de una mujer. Este es, al cabo, un final muy distinto al que me han vaticinado, pero quién es Shmuel Brezman, y qué representa su minúscula existencia en la vastedad del universo, para que le prometan nada.
Tengo, a diferencia del escenario imaginado de mi ocaso, algunas horas para meditar sobre lo que ocurrirá. Cuántas? Nadie puede decirlo. El efecto del tiempo ha sido dispar para cada quién: impiadoso con algunos, que se debaten en convulsiones nerviosas; apaciguador para otros; inútil para los más, que han de morir pasmados e incrédulos como si el desenlace les tomara por sorpresa.
He oído que aquí y allá se escriben testimonios, se los entierra en viejos tarros de leche, se los hace circular por galerías subterráneas. Son los cronistas de la guerra, los que descubrieron bajo esta mísera faz sus posibilidades literarias.
Yo, en cambio, me enrolé en las filas de los partisanos. Luego se alzarán opiniones encontradas sobre la manera más heroica de haber sido polaco en estos días. Llorarán ante los textos enterrados, llorarán ante las pilas inmensas de zapatos y ceniza, y ante mi tumba sin nombre llorarán. Yo estoy en calma. Puedo repasar una y otra vez en silencio la vieja letanía de lo que este momento me quita y me da. Ya no veré Cracovia. Dicen que hay un templo como no se ha visto jamás, pintado de colores de feria, donde el minián* canta y baila en lugar de orar. No besaré a la tendera de pechos liliputienses, que tiene un gato tuerto como mascota; nadie más que yo amaba su aire excéntrico y ahora se quedará sola, desconocida viuda de mí para echarme de menos sin saberlo.
Pero no siento pena. Luego aventurarán muchos gestos últimos, palabras graves para este momento que, en su verdadera esencia, no puede serlo –todo ocurre más rápido que lo que las palabras ceremoniosas requieren-, pensarán que esta hora merece actos heroicos, frases sublimes; creerán que todos hemos sido como los poetas del jarro de leche.
Qué se puede decir bajo estos árboles centenarios que en silencio silban nuestro canto exterminado? Qué se puede escribir cuando la naturaleza no ha dejado ni por un instante de ser bella? Qué podemos dejaros ante la boca abierta de la fosa?



* Minián: grupo de diez varones que es el número mínimo para reunirse a orar en la sinagoga.

Anais, Henry & June


"Cuando June caminó hacia mi desde la oscuridad del jardín hacia la zona iluminada por la puerta abierta ví por primera vez la mujer más bella de la tierra, un rostro sorprendentemente blanco, unos ardientes ojos negros, un rostro con tanta vida que sentí como si fuera a consumirse ante mis ojos"."Hace años traté de imaginar la auténtica belleza, creé en mi mente la imágen de una mujer así, sólo la pasada noche la ví. Su belleza me inundó"."Henry se desvaneció repentinamente", "Ella era color, brillantez, rareza"."Por la noche soñé con ella, y no aparecía magnífica y abrumadora como es, sino muy pequeña y frágil. Y la amé. Amé una pequeñez, una vulnerabilidad que me parecía disimulada por su orgullo, por su.arrogancia.."“Ella está tan ocupada en SER, hablar, caminar, hacer el amor, beber, que no puede realizar nada más”."Con su cara, impresionantemente blanca, al retirarse hacia la oscuridad del jardín representó para mí el papel de irse. Yo quise correr y besar su fantástica belleza y decirle: June, has matado también mi sinceridad, ya no sabré nunca quién soy, qué amo, qué quiero. Tu belleza me ha ahogado, inundado hasta el fondo de mi ser; te llevas contigo una parte de mi reflejada en tí. Cuando tu belleza me tocó me disolvió. Te soñé, desee en tu existencia, tú eres la mujer que yo quiero ser. Veo en tí esa parte de mi que es como tú".
Anais Nin
"He soñado tanto, tanto, que ya no soy de aquí."
Léon-Paul Fargue

Elie en Argelia


Carta de amor

Mi atribulado amor: Usted es como yo solía ser, una criatura devastada, insomne en las tormentas, amigo obseso de la tragedia. Me amó así, y así lo amé. No era bueno dejarlo sembrar la casa con sus historias, ver esas mujeres sin cabeza desperezándose sobre mi propia alfombra, naciendo de las cenizas de cualquier conversación, ni asistir a las riñas de corral, los trofeos de guerra, la aventura transatlántica que le ha costado el ojo derecho. No eran buenas las noches que llenaba Usted con ese modo de estar, de haberse ido a traición en mis instantes de sueño o descuido. Los besos de esas noches han sido arrobadores. No conozco cuerpo ni amistad como los suyos. Usted es una pieza rara, un caso de los que no hay. Soy muy pequeña para todo ese mundo que puso en mis manos. Me he perdido, sí, pero ¿a quién le importa? Voy andando sola hasta que Usted me encuentra, húmeda y despeinada, para seguir hablándome de sus hazañas, los libros que ha leído, esos países bizarros donde la gente habla idiomas que nunca he oído pronunciar, el cuadrado mágico, los tugs, los afilados dientes de la noche septentrional. Mi contrito amor, nada es como lo hemos soñado; ¿no lo ha comprendido todavía? ¿Por qué triste razón sigo a pie por los mismos caminos, envejecida, perdiéndolo más y más a cada paso? Usted es un tirano, Usted es como el Rey Luis. Déjeme llevarlo de visita a mi villa y conocerá sus bulevares concéntricos, se llenará del polvo original, no le desagradarán las vistas; aquí todo es aborigen y aguarda ser civilizado. Bienvenido pues, soy su anfitriona. A medida que camine recordará lo que he dicho, cómo deambulé sola entre sus señoras y sus relatos y hasta me hice amiga de ellos y aprendí a vivir a su sombra. Lo que sangra a la izquierda es mi corazón. Usted labró, durante esas noches sin fin, una galería debajo de mi piel por la que andará en silencio hasta que se acaben los días. Yo lo resguardo como a un pájaro herido, pero Usted no sabe que lo condeno también a vagar por siempre en la tierra que habito; que al tiempo que lo perdono, sello la puerta y lo dejo extraviarse eternamente en mi laberinto.

Uno de sus cabellos ha caído

El paisaje fuera de nuestra ventana es una secuencia de verdes salidos de la paleta de un pintor; el tren se desliza sin pausa. He ahí una mujer de cabellos lacios y pálidos, absorta en sí misma o en la trama de sus venas azules, que toca apenas con la punta de los dedos para luego suspirar y dirigir su mirada al horizonte interminable que le devuelve la llanura.
Cada pulgada de ella es un brebaje embriagador; sus pulmones exhalan un fluido que duele, que recuerda lo perdido e invita al desánimo. Duermen sus ojos llenos del Mar Mediterráneo y se abandonó al sueño su cuerpo parecido a una vasija; yo me dejo mecer por una visión.
En ella, sé que esta mujer es tan hermosa como desdichada: hay un gran pesar que se cierne sobre su cabeza rubia y acaso le ha dado su encanto particular. Todo lo que se encierra entre estos huesos está hecho de hielo, la sangre ya no corre por su cuenca transparente. Me la figuro como una talla de madera, su torso como una rama seca y sus brazos afilados meciéndose y sucumbiendo al menor de los temporales.
La adoro y ya no hay remedio; soy la corneja que en vano corre directo hacia su trampa, ella no lo sabrá jamás como no conoce tampoco la fuerza que hay en su fragilidad. Uno de sus cabellos ha caído sobre su manga y yace como un pequeño cadáver claro e inmóvil que el hombre que la acompaña retira con gesto indiferente para luego mesarse el bigote; siento más que nunca la opresiva desolación de los momentos ínfimos, los que se irán para siempre.
Ella se apea en el Maine y aún queda en su sitio una esencia tangible, tal vez un perfume de alcanfor o la luz oblicua que ha entrado desde el paisaje.

martes, 8 de enero de 2008

La primera vez

Como todas: insuficiente, algo torpe, húmeda, necesaria.