sábado, 4 de octubre de 2008

Interiores

Qué es lo que tanto me perturba de los pueblitos, las ciudades pequeñas, el interior? A menudo viajo por carreteras nocturnas sintiéndome totalmente a merced de los elementos, mientras la tristeza imposible de los comercios de pueblo se me mete en los huesos. La siesta que se extiende hasta altas horas de la tarde y los letreros precarios aportan lo suyo a la sensación general de vacío.
Es curioso que lo que para muchos es una forma de vida envidiable, a mí me llene de desolación. Visto a la inversa, tal vez se trate de que las grandes urbes pueden anestesiar en el grado exacto y necesario. No puedo vivir sin la hiperestimulación. Los pueblitos, con sus noches cerradas, lo dejan a uno demasiado enfrentado a sus propios pensamientos.
Ni siquiera me consuela que las noches allí estén llenas de estrellas, aunque es un comienzo.
También hay algo de esa sensación de extranjería, de otredad, que morbosamente busqué durante tantos años perdiéndome en ciudades extrañas, en puertos lejanos, en idiomas desconocidos, diciéndome que me gustaban, y notando la ambigüedad. Ahora me aburguesé y ya no disfruto de los acentos foráneos, al menos no cuando se extienden más allá de un par de días y dejan de ser una postal pintoresca.
Pero volviendo a los pueblitos...
La fauna y la flora me desesperan. Los territorios donde la naturaleza puede hacer estragos si no se la sabe interpretar.
Hasta hace no mucho tiempo, en lo que sigue siendo una práctica extendida, se mandaba a los enfermos a convalecer al interior. A Baden Baden. Lugares así.
Yo necesito que se me devuelva a la ciudad cuanto antes. Necesito no ver más las hileras interminables de palmeras, las figuras vislumbradas de noche, el agua negra y profunda!
Entiendo cómo Virginia Woolf terminó de enloquecer en Sussex, adonde la mandaron a desintoxicarse de la alienación que la acechaba en Londres. Aburrida y desesperada, se ahogó en un río de Lewes luego de llenar sus bolsillos de piedras, lo cual demuestra que la melancolía sigue siempre los mismos patrones, y no respeta jerarquías.

miércoles, 13 de agosto de 2008

Wolfish


My mother runs in circles and each quarter her physiognomy changes: wolf, midwife, a figure in a daguerreotype. It is a dream, of course. I see the dark hair floating behind her back, impossibly black, and I say to myself my mother was red-haired, I say to myself this is nothing but a dream in which I was not born in any universe.
When seeing this before me, I am in the shadow, in light sleep. There couldn´t be a better scenario. My mother runs in circles wolfish and spectral, mad she jumps imaginary rope and I see her drawing the perfect circumference.
The evening breaks into fractals: a branch inside a branch. I can´t stop imagining non-sense Polaroids and I might have a fever. When I was a child I used to see fractals whenever I closed my eyes: branches inside branches, ice crystals, the mark of the withdrawing sea, printed yellow flowers, kaleidoscopic visions. I made up my mind they were extra sensorial perceptions until a neurologist with a moustache called it with names that downgraded it to an earthly level: aura, comitial crisis, temporal uncus. As I grew up I lost it as the generations lose their gods.
Once in a while, I recall a shadow from those unique nights, the lunar visions. Later my head breaks in two, not that I care too much.




Mi madre corre en círculos y a cada cuadrante su fisonomía cambia: loba, matrona, figura dentro de un daguerrotipo. Se trata de un sueño, por supuesto. Veo que en su espalda flota una cabellera negra, imposible por lo negra, y me digo mi madre tenía el pelo rojo, me digo esto no es sino un sueño y en él yo no he nacido en ningún universo posible.
Cuando veo esto ante mí, estoy en penumbras, en la duermevela. No podría haber un mejor escenario. Mi madre corre en círculos lobuna y espectral; loca de atar salta cuerdas imaginarias y yo la veo trazar la circunferencia perfecta.
La tarde se descompone en fractales: una rama dentro de otra rama. No logro parar de construir polaroids inconexas y tal vez tenga fiebre. Cuando era niña, veía los fractales con sólo cerrar los ojos: ramas dentro de ramas, cristales de hielo, la huella del mar en retirada, estampados con flores amarillas, visiones caleidoscópicas. Decidí que se trataba de percepciones extrasensoriales hasta que un neurólogo de bigotes le puso nombres que bajaron la experiencia a planos terrenales: aura, crisis comiciales, uncus del temporal.
De adulta lo perdí como las generaciones pierden a sus dioses.Recupero de vez en cuando una sombra de aquellas noches únicas, de las visiones lunares. Después la cabeza se me parte en dos, pero ya no es que importe demasiado

martes, 15 de julio de 2008

Vehemente


A la vista de esta foto, el cuentista uruguayo Horacio Quiroga, a diferencia de lo habitual en la gente, cambió poco de cara y mucho de estilo –aunque sólo una vez- a lo largo de los casi sesenta años que duró su vida, hasta que ingirió cianuro tras comprarlo a un farmacéutico al que engañó con la verdad cuando éste le preguntó para qué lo quería. Le contestó: “Para matarme”.
En la foto se lo ve muy joven pese a la barba bien crecida y picuda. La edad es delatada por la postura desafiante de dandy (...), por el cabello agitado y sobre todo por los ojos entre airados y lánguidos, propios de quienes aún ensayan y creen poder decidir el papel que representarán en el mundo. Aquí se ve todavía a alguien dispuesto a parecer un escritor, y además francés. Sería alrededor de 1900 y Quiroga tendría poco más de veinte años.


Fragmento de “Miramientos”, de Javier Marías.

domingo, 13 de julio de 2008

Carta a D.


Una extensa carta de Andre Gorz a su amada Dorine, luego de más de cincuenta años de amor. El año pasado decidieron suicidarse juntos, sencillamente porque ninguno soportaba la idea de caminar delante de la carroza fúnebre del otro.

miércoles, 2 de julio de 2008

Si no es cierto, merecería serlo


"IANE" (Jane); se presume que lo grabó en la piedra Guilford Dudley, prisionero en la Torre de Londres, mientras veía por la ventana la ejecución de su amada Lady Jane, la Reina de los nueve días. El tenía diecinueve años y ella dieciséis.

YA NO


Ya no será

ya no viviremos juntos, no criaré a tu hijo

no coseré tu ropa, no te tendré de noche

no te besaré al irme, nunca sabrás quien fui

por qué me amaron otros.

No llegaré a saber por qué ni cómo, nunca

ni si era de verdad lo que dijiste que era,

ni quién fuiste, ni qué fui para ti

ni cómo hubiera sido vivir juntos,

querernos, esperarnos, estar.

Ya no soy más que yo para siempre y tú

Ya no serás para mí más que tú.

Ya no estás en un día futuro

no sabré dónde vives, con quién

ni si te acuerdas.

No me abrazarás nunca como esa noche, nunca.

No volveré a tocarte. No te veré morir.



Idea Vilariño

viernes, 27 de junio de 2008

Le Rêve Retrouvé

Vino Feisal a casa. Es cálido, profesor de filosofía, chileno e hijo de un palestino y una vasca. Tiene un hijo pequeño que se llama Samir. Le gusta la poesía chilena y estuvimos leyendo algunos poemas de Gonzalo Rojas. Resultó que conoce a Rojas y lo definió como un viejo soberbio y libidinoso; no obstante eso o quizás justamente en virtud de lo mismo, lo admira muchísimo. También vive (o trabaja) a un piso de distancia de Raoul Ruiz. Me dije que debe haber frecuentado a Bolaño también para completar mi trinidad chilena. En efecto, tiene un libro autografiado por Bolaño, y se ofrece a conseguirme toda clase de ediciones que acá no llegan.
Cuando se puso a hojear mi antología de Rojas para leer algunos poemas al azar, vi de pronto una hojita manuscrita que aparecía y desaparecía entre las páginas. Feisal la vio, Pablo la vio, todos la vimos pero por algún motivo ninguno tuvo la audacia suficiente para ver de qué se trataba. A mí me obsesionó desde que la vi ahí, en manos de un extraño, pasible de ser cualquiera de las cosas que uno desearía que fueran secretas. Feisal bromeó con el hecho de que yo haya perdido una cantidad respetable de euros dentro de un libro que no recuerdo. Dijo que seguramente yo marcaba las páginas con euros. Y sin embargo, tal parece que las marco con secretos.
Cuando me hice con la página tuve el descubrimiento más asombroso: se trataba de un sueño que garrapateé una mañana para no olvidármelo por la tarde. Reconocí el argumento del sueño pero, como suele pasar, ya no su esencia, la que probablemente me había llevado a escribirlo.
Así que leído después de los meses y los años, despojado de la visión particular que uno tiene por la mañana de la experiencia onírica, no significa nada más que uno de esos sueños míos donde almaceno líneas de diálogo increíblemente largas e inconexas.
Es este:

“Estoy con la mujer de D.T. Es mayor que él y se nota que está profundamente enamorada. Dice:
-D., cuando te vio el otro día, dijo: “cuando se pone zapatos no está nada mal”.
Y en ese sueño yo ando descalza y vengo de dar un paseo semidesnuda por la plaza. El sol me pega fuerte en las piernas.
Ella dice que me admira. Me halaga, y le pregunto cómo es que me conoce.
-Por supuesto- dice ella-, desde el 31 de Diciembre sé exactamente quién es Usted.
-¿Qué pasó el 31 de Diciembre?
Ella sonríe como diciendo “lo sabés mejor que yo”, y yo digo:
-Sobreestima mi memoria.
-El 31 de Diciembre usted publicó The Bell Jarr en ... (el nombre de una revista literaria)
-Se develó el misterio- le digo, señalando una publicidad de automóviles.- Me encanta que le guste lo que hago. Mi ideal es ser admirada por aquellos a quienes admiro. Pablo insiste en que le gusta lo que hago, pero... todo siempre está tan teñido por lo que siente por mí.
-La comprendo perfectamente- dice ella.
Yo pongo una mano sobre su pierna. Me da una pena increíble que esté enamorada de alguien que no la corresponde.”


Y ahí termina mi transcripción. Parece que hace unos años, y tal vez decepcionada porque Pablo no leía mis tonterías, fui Sylvia Plath por una noche.

miércoles, 25 de junio de 2008

Muriel


Muriel desde que te fuiste del pueblo los boliches cerraron
Y hay una lámpara más que se quemó en la calle principal
Por donde solíamos pasear
Y Muriel, aún me siguen los mismos fantasmas
Y vos vas conmigo adonde vaya
Y Muriel, te veo un sábado a la noche
En las maquinitas tragaperras con tu pelo recogido
Y ese brillo en tus ojos
Es el único anillo que pude comprarte
Muriel

Y, Muriel, cuántas veces me fui de esta ciudad
Para huir de tu recuerdo
Que me persigue
Pero sólo llego hasta el siguiente bar
Compro otro cigarro barato y te veo cada noche
Hey Muriel Muriel
Flaco, ¿tenés fuego?
Tom Waits

domingo, 23 de marzo de 2008

Mujeres bajo los efectos de la fiebre

Nunca resulta indiferente hablar de mi predilección por el genio masculino. Nunca es gratuito decir que creo mucho más en el cerebro de los hombres. Quizás por eso cuando me gusta lo que hace una mujer, me convierto en fundamentalista de su obra, sin medias tintas. Pero nunca es gratuito decirlo. En el peor de los casos recibo comentarios feministas; en el mejor, alguien que puedo ser yo misma me recuerda el nombre de algunas de estas mujeres. Y sin embargo, poniéndolas en fila se ve claramente que todas tuvieron algo intrínsecamente masculino, aunque no soy capaz de explicar qué. No se trata de una masculinidad que se diera a notar. Es, más bien, algo en la forma en que proyectaron sus mentes hacia el mundo, algo en la forma que encontraron de relacionarse con él.
La mujer siempre, y sobre todo en la literatura, constituye la diferencia por default, es la primera otredad de todas. Tal vez lo que yo llamo masculinidad en estas mujeres haya sido simplemente la maravillosa capacidad de manifestarse desde lo neutro, de no escribir desde femineidad alguna más allá de la que naturalmente fluía de ellas, de hacer literatura pura.

Alejandra


Charlotte


Clarice


Anais


Emily


Djuna


George


Paola




Sylvia


Virginia


Katherine


lunes, 10 de marzo de 2008

Comprado en una tienda de baratijas


Son tarjetas con ilustraciones del herbario de Emily Dickinson. Pablo dice que solamente lo compré por el nombre de Emily. Sin embargo, me gusta tanto la botánica.

sábado, 8 de marzo de 2008

Key West


Casas diecinuevescas y pubs con música folk en vivo. Pinceladas de Dublin en un ambiente de playa y palmeras.
De día se practica kite y de noche se va a los bares.
Está la casa donde vivió Hemingway (que increíblemente encontró que éste era el lugar más bello del mundo para vivir) y por diez dólares se la puede visitar. La casa está llena de libros y de gatos, descendientes de los cincuenta que supo tener.
También está todavía de pie el bar donde iba a escribir, Sloppy Joe’s. La gente insiste en preguntar al barman cuál era el taburete donde le gustaba sentarse y hace largas colas para ocuparlo aunque sea un instante. Una vez alguien, creo que Hanglin, dijo que era curioso cómo la gente creía que el genio iba a entrarle por el trasero.
Estando allí me enteré de que en Key West también vivió el escritor Stephen Crane, que personalmente me gusta mucho más que Hemingway, aunque su casa no se promociona como sitio de interés.
En una esquina de la isla hay un recordatorio de que estamos en el punto más sur de los Estados Unidos y que noventa millas nos separan de Cuba. Así que supongo que es esto lo primero que ven los que llegan en balsa, un lugar de Estados Unidos que no se parece demasiado a Estados Unidos. La ilusión durará poco.
Antes de llegar aquí vimos la serie de cayos que son como cuentas de un collar: Key Largo, Layton, Islamorada, Marathon y Big Pine Key. Por momentos, la sensación de viajar con esa inmensa masa de agua a ambos lados me da vértigo. Definitivamente debo mantenerme visualmente alejada de los océanos, aunque me gusten tanto las historias de ultramar y los relatos de viajes transoceánicos y el lenguaje náutico: eslora, sextante, velocidad medida en nudos.



sábado, 19 de enero de 2008

Uri (o el comienzo de un sueño)


Si yo tuviera un hijo
Un niño pequeño
Rizos negros e inteligente,
Para tomar su mano y caminar despacio
por los caminos del jardín.
Un niño pequeño.
Yo lo llamaría Uri
Mi Uri
Suave y claro el corto nombre
Una gota de brillo
para mi niño oscuro.
Yo lo llamaría Uri
Uri lo llamaría
Aún he de llorar como Raquel
Aún he de rezar como Jana en Shiloh
Aún he de esperar por él.

(Raquel, circa 1945)

viernes, 11 de enero de 2008

Mexico lindo


"Pies para qué los quiero..." (Friducha)

jueves, 10 de enero de 2008

Qedeshim Qedeshot

Mala suerte acostarse con fenicias, yo me acosté
con una en Cádiz bellísima
y no supe de mi horóscopo hasta
mucho después cuando el Mediterráneo me empezó a exigir
más y más oleaje; remando
hacia atrás llegué casi exhausto a la
duodécima centuria: todo era blanco, las aves, el océano, el amanecer era blanco.
Pertenezco al Templo, me dijo: soy Templo. No hay
puta, pensé, que no diga palabras
del tamaño de esa complacencia. 50 dólares
por ir al otro Mundo, le contesté riendo; o nada.
50, o nada. Lloró
convulsa contra el espejo, pintó
encima con rouge y lágrimas un pez: -Pez,
acuérdate del pez. Dijo alumbrándome con sus grandes ojos líquidos de
turquesa, y ahí mismo empezó a bailar en la alfombra el
rito completo; primero puso en el aire un disco de Babilonia y
le dio cuerda al catre, apagó las velas: el catre
sin duda era un gramófono milenario
por el esplendor de la música; palomas, de
repente aparecieron palomas. Todo eso por cierto en la desnudez más desnuda con
su pelo rojizo y esos zapatos verdes, altos, que la
esculpían marmórea y sacra como
cuando la rifaron en Tiro entre las otras lobas
del puerto, o en Cartago
donde fue bailarina con derecho a sábana a los
quince; todo eso. Pero ahora, ay, hablando en prosa se
entenderá que tanto
espectáculo angélico hizo de golpe crisis en mi
espinazo, y lascivo y
seminal la violé en su éxtasis como
si eso no fuera un templo sino un prostíbulo, la besé áspero, la
lastimé y ella igual me
besó en un exceso de pétalos, nos
manchamos gozosos, ardimos a grandes llamaradas
Cádiz adentro en la noche ronca en un
aceite de hombre y de mujer que no está escrito
en alfabeto púnico alguno, si la imaginación de la
imaginación me alcanza.
Qedeshím qedeshóth*, personaja, teóloga
loca, bronce, aullido
de bronce, ni Agustínde Hipona que también fue liviano y
pecador en Africa hubiera
hurtado por una noche el cuerpo a la
diáfana fenicia. Yo pecador me confieso a Dios.

Gonzalo Rojas

* En fenicio: cortesana del templo

Masada, Enero 2001



miércoles, 9 de enero de 2008

Brona Gura


Sin mí, para siempre se va este año de 1944.
Luego se sabrá qué poco faltaba ya para el fin de la guerra, pero ninguno entre nosotros lo sabe aún. Somos una rara multitud a decir verdad. No es menos cierto que nunca imaginé morir entre mujeres, niños y ancianos que ensucian sus pantalones y balbucean febriles palabras dictadas por la fe y la desesperación. Nunca pensé que echaría de menos mi fusil en bandolera, al que me gustaba acariciar con la punta de los dedos como se acaricia el brazo de una mujer. Este es, al cabo, un final muy distinto al que me han vaticinado, pero quién es Shmuel Brezman, y qué representa su minúscula existencia en la vastedad del universo, para que le prometan nada.
Tengo, a diferencia del escenario imaginado de mi ocaso, algunas horas para meditar sobre lo que ocurrirá. Cuántas? Nadie puede decirlo. El efecto del tiempo ha sido dispar para cada quién: impiadoso con algunos, que se debaten en convulsiones nerviosas; apaciguador para otros; inútil para los más, que han de morir pasmados e incrédulos como si el desenlace les tomara por sorpresa.
He oído que aquí y allá se escriben testimonios, se los entierra en viejos tarros de leche, se los hace circular por galerías subterráneas. Son los cronistas de la guerra, los que descubrieron bajo esta mísera faz sus posibilidades literarias.
Yo, en cambio, me enrolé en las filas de los partisanos. Luego se alzarán opiniones encontradas sobre la manera más heroica de haber sido polaco en estos días. Llorarán ante los textos enterrados, llorarán ante las pilas inmensas de zapatos y ceniza, y ante mi tumba sin nombre llorarán. Yo estoy en calma. Puedo repasar una y otra vez en silencio la vieja letanía de lo que este momento me quita y me da. Ya no veré Cracovia. Dicen que hay un templo como no se ha visto jamás, pintado de colores de feria, donde el minián* canta y baila en lugar de orar. No besaré a la tendera de pechos liliputienses, que tiene un gato tuerto como mascota; nadie más que yo amaba su aire excéntrico y ahora se quedará sola, desconocida viuda de mí para echarme de menos sin saberlo.
Pero no siento pena. Luego aventurarán muchos gestos últimos, palabras graves para este momento que, en su verdadera esencia, no puede serlo –todo ocurre más rápido que lo que las palabras ceremoniosas requieren-, pensarán que esta hora merece actos heroicos, frases sublimes; creerán que todos hemos sido como los poetas del jarro de leche.
Qué se puede decir bajo estos árboles centenarios que en silencio silban nuestro canto exterminado? Qué se puede escribir cuando la naturaleza no ha dejado ni por un instante de ser bella? Qué podemos dejaros ante la boca abierta de la fosa?



* Minián: grupo de diez varones que es el número mínimo para reunirse a orar en la sinagoga.

Anais, Henry & June


"Cuando June caminó hacia mi desde la oscuridad del jardín hacia la zona iluminada por la puerta abierta ví por primera vez la mujer más bella de la tierra, un rostro sorprendentemente blanco, unos ardientes ojos negros, un rostro con tanta vida que sentí como si fuera a consumirse ante mis ojos"."Hace años traté de imaginar la auténtica belleza, creé en mi mente la imágen de una mujer así, sólo la pasada noche la ví. Su belleza me inundó"."Henry se desvaneció repentinamente", "Ella era color, brillantez, rareza"."Por la noche soñé con ella, y no aparecía magnífica y abrumadora como es, sino muy pequeña y frágil. Y la amé. Amé una pequeñez, una vulnerabilidad que me parecía disimulada por su orgullo, por su.arrogancia.."“Ella está tan ocupada en SER, hablar, caminar, hacer el amor, beber, que no puede realizar nada más”."Con su cara, impresionantemente blanca, al retirarse hacia la oscuridad del jardín representó para mí el papel de irse. Yo quise correr y besar su fantástica belleza y decirle: June, has matado también mi sinceridad, ya no sabré nunca quién soy, qué amo, qué quiero. Tu belleza me ha ahogado, inundado hasta el fondo de mi ser; te llevas contigo una parte de mi reflejada en tí. Cuando tu belleza me tocó me disolvió. Te soñé, desee en tu existencia, tú eres la mujer que yo quiero ser. Veo en tí esa parte de mi que es como tú".
Anais Nin
"He soñado tanto, tanto, que ya no soy de aquí."
Léon-Paul Fargue

Elie en Argelia


Carta de amor

Mi atribulado amor: Usted es como yo solía ser, una criatura devastada, insomne en las tormentas, amigo obseso de la tragedia. Me amó así, y así lo amé. No era bueno dejarlo sembrar la casa con sus historias, ver esas mujeres sin cabeza desperezándose sobre mi propia alfombra, naciendo de las cenizas de cualquier conversación, ni asistir a las riñas de corral, los trofeos de guerra, la aventura transatlántica que le ha costado el ojo derecho. No eran buenas las noches que llenaba Usted con ese modo de estar, de haberse ido a traición en mis instantes de sueño o descuido. Los besos de esas noches han sido arrobadores. No conozco cuerpo ni amistad como los suyos. Usted es una pieza rara, un caso de los que no hay. Soy muy pequeña para todo ese mundo que puso en mis manos. Me he perdido, sí, pero ¿a quién le importa? Voy andando sola hasta que Usted me encuentra, húmeda y despeinada, para seguir hablándome de sus hazañas, los libros que ha leído, esos países bizarros donde la gente habla idiomas que nunca he oído pronunciar, el cuadrado mágico, los tugs, los afilados dientes de la noche septentrional. Mi contrito amor, nada es como lo hemos soñado; ¿no lo ha comprendido todavía? ¿Por qué triste razón sigo a pie por los mismos caminos, envejecida, perdiéndolo más y más a cada paso? Usted es un tirano, Usted es como el Rey Luis. Déjeme llevarlo de visita a mi villa y conocerá sus bulevares concéntricos, se llenará del polvo original, no le desagradarán las vistas; aquí todo es aborigen y aguarda ser civilizado. Bienvenido pues, soy su anfitriona. A medida que camine recordará lo que he dicho, cómo deambulé sola entre sus señoras y sus relatos y hasta me hice amiga de ellos y aprendí a vivir a su sombra. Lo que sangra a la izquierda es mi corazón. Usted labró, durante esas noches sin fin, una galería debajo de mi piel por la que andará en silencio hasta que se acaben los días. Yo lo resguardo como a un pájaro herido, pero Usted no sabe que lo condeno también a vagar por siempre en la tierra que habito; que al tiempo que lo perdono, sello la puerta y lo dejo extraviarse eternamente en mi laberinto.

Uno de sus cabellos ha caído

El paisaje fuera de nuestra ventana es una secuencia de verdes salidos de la paleta de un pintor; el tren se desliza sin pausa. He ahí una mujer de cabellos lacios y pálidos, absorta en sí misma o en la trama de sus venas azules, que toca apenas con la punta de los dedos para luego suspirar y dirigir su mirada al horizonte interminable que le devuelve la llanura.
Cada pulgada de ella es un brebaje embriagador; sus pulmones exhalan un fluido que duele, que recuerda lo perdido e invita al desánimo. Duermen sus ojos llenos del Mar Mediterráneo y se abandonó al sueño su cuerpo parecido a una vasija; yo me dejo mecer por una visión.
En ella, sé que esta mujer es tan hermosa como desdichada: hay un gran pesar que se cierne sobre su cabeza rubia y acaso le ha dado su encanto particular. Todo lo que se encierra entre estos huesos está hecho de hielo, la sangre ya no corre por su cuenca transparente. Me la figuro como una talla de madera, su torso como una rama seca y sus brazos afilados meciéndose y sucumbiendo al menor de los temporales.
La adoro y ya no hay remedio; soy la corneja que en vano corre directo hacia su trampa, ella no lo sabrá jamás como no conoce tampoco la fuerza que hay en su fragilidad. Uno de sus cabellos ha caído sobre su manga y yace como un pequeño cadáver claro e inmóvil que el hombre que la acompaña retira con gesto indiferente para luego mesarse el bigote; siento más que nunca la opresiva desolación de los momentos ínfimos, los que se irán para siempre.
Ella se apea en el Maine y aún queda en su sitio una esencia tangible, tal vez un perfume de alcanfor o la luz oblicua que ha entrado desde el paisaje.

martes, 8 de enero de 2008

La primera vez

Como todas: insuficiente, algo torpe, húmeda, necesaria.