miércoles, 14 de marzo de 2012

Facebook o cómo banalizar la discusión sobre el aborto



Otra pancarta sobre los “cuerpos de las mujeres” en Facebook y van…
Sé que me meto en arenas movedizas, sé que algunos temas han sido catalogados por el colectivo como “complejos”, “eternos”, y por ende intratables, pero sin embargo, cuánto ganaríamos tratándolos, polemizando sin las pasiones que suelen enceguecernos, reflexionando.
La verdad es que siempre me pareció que encarar el tema del aborto desde las antagónicas perspectivas feminista o religiosa era falaz en términos iguales.
Es decir, me parece inevitable que esas voces aparezcan y sean escuchadas, pero no logro entender cómo constituyen los únicos polos desde los cuales se sigue construyendo esta antinomia inacabable.
Lo que me asombra, y no niego que probablemente se trate de un sesgo profesional, es que se insista en negligir el aspecto bioético (entendiéndose como tal esa mixtura de reciente nacimiento que intenta, no siempre con éxito, casar los conocimientos científicos con los preceptos morales y de principio de bien que algunos consensos dan por buenos).
Lejos está la bioética, es necesario decir, de haber zanjado la discusión sobre el aborto, que es, básicamente, la discusión sobre los inicios de la vida y cuándo comienza ésta a tener plenos derechos y autonomía.
Yo he notado no sin sorpresa que la mayoría de los argumentos que se utilizan habitualmente para menoscabar el derecho a la vida de un nonato pueden aplicarse fácilmente a un niño que acaba de nacer. Es decir: ambos son, en una caracterísitca casi privativamente humana, aún absolutamente dependientes de un tercero (por lo general la madre) e incapaces de autoabastecerse, ambos tienen un sistema nervioso decentemente desarrollado (lo cual es uno de los límites que la bioética explora como posible división para la condición humana per se), ambos pudieron haber sido producto de una violación o un embarazo no deseado, ambos carecen de la posibilidad de defenderse a sí mismos, ambos poseen parecidos reflejos y reacción ante noxas tales como el dolor o el stress. Parecería, para algunas defensoras de la autodeterminación en el aborto, que esa frontera arbitraria y sin embargo tan importante que es atravesar el canal de parto, hace toda la diferencia. La verdad, debo decir, es que para los que estamos familiarizados con la práctica de la medicina, la embriología y la fisiología, dicha diferencia no siempre es tan clara.
Todos hemos asistido, o participado, cuanto más no sea desde los buenos deseos, de procedimientos médicos (incluidas cirugías mayores de horas de duración) para salvar o asegurar la calidad de vida de un niño no nacido. Todos celebramos que cada vez existan equipos más sofisticados para remedar las condiciones intrauterinas (esa maravilla de ingeniería natural tan difícil de imitar) y posibilitar la vida de bebés nacidos pre término. La pregunta que me hago es por qué en algunos casos eso es un derecho inalienable y en otros no. Me pregunto si la voluntad de la madre es suficiente para trocar un mismo hecho en dos cosas tan distintas.
Con esto, aclaro, no estoy pronunciándome en contra de la legalización del aborto. Simplemente estoy haciendo notar que el tema es bastante más complejo que reducirlo a frases del estilo “soy dueña de mi cuerpo”. Creo que todos los seres más o menos honestos estamos de acuerdo en que las mujeres y los hombres somos dueños y deberíamos decidir sobre nuestros propios cuerpos: la discusión es si un feto es un órgano más o una vida independiente en sí misma, y en este último caso, desde qué momento comenzamos a considerarlo como tal.
La vez pasada una conocida muy respetable publicó un comentario que decía “Las mujeres no somos incubadoras”. Estoy segura de que debe haberse sentido muy satisfecha con su ocurrencia, pero la invito a que se pregunte si las mujeres somos, en cambio, “biberones”, y si no lo somos, por qué todos (incluida ella) se horrorizarían si una madre dejara voluntariamente de dar de comer a sus hijos al punto de provocarles la muerte. Otra vez, la línea divisoria que convierte al derecho en crimen es el nacimiento (diferencia que sigue sin entender, por ejemplo, Romina Tejerina, para quien su acto desesperado, cometido probablemente en un estado pseudopsicótico, también fue la única forma que vislumbró de liberarse del producto no deseado de una violación, y cuya consecuencia –un cargo por infanticidio- debió haberle parecido un exceso de impartición de la justicia de los hombres)
Asimismo me asombró siempre escuchar voces tan enérgicas a favor de la legalización del aborto, y tan poquitas que aboguen por lo que se supone es el paso natural previo a tamaña catástrofe: la educación sexual. Esa es, a mi modo de ver, la verdadera arma de autonomía de la mujer: no llegar al embarazo no deseado, saber decidir, lograr que la maternidad aparezca como un proceso positivo en la vida y no como un producto de la ignorancia y la falta de acceso a la información (los casos de violación son una problemática aparte aunque distan de ser la primera causa de interrupción voluntaria del embarazo).

Sin embargo, aunque muchos levantan la pancarta del aborto legal, muy pocos se interiorizan sobre la educación sexual que se imparte en la actualidad, el acceso a los métodos anticonceptivos, los servicios de salud reproductiva a los que pueden llegar mujeres y hombres de bajos recursos. Casi no existen estudios epidemiológicos que analicen el verdadero impacto de poner el máximo de los recursos en ese tipo de mejoras. Hay mucho por hacer allí antes de decidir que no queda otra que legalizar el aborto, pero por algún motivo esa gesta sigue sin ser liderada seriamente por nadie.
Otro argumento usual –y atendible, por supuesto- es la alarmante cantidad de mujeres que mueren a manos de un aborto clandestino y criminal. Esto es cierto, y terrible. Sin embargo, desde el punto de vista bioético seguimos partiendo de la petición de principios de que una vida es más valiosa que la otra, y olvidando que cualquier aborto, aún los practicados en las condiciones más favorables, conlleva un gran riesgo de morbi-mortalidad, dentro del cual no es menor la secuela psicológica. Un aborto siempre es devastador para la mujer que lo atraviesa, y, de nuevo, un enfoque hacia la solución parecería ser profundizar en las causas que la han llevado a ese embarazo, no sólo resolverle el aborto con mayor seguridad.
Habiendo dicho esto, aclaro que las razones religiosas para oponerse al aborto legal me parecen igualmente pobres y fuera de lugar. La religión, a estas alturas, debería reservarse el lugar de una simple elección de pensamiento y no arrogarse el derecho de opinar sobre las vidas ajenas. La Iglesia sigue teniendo un influjo demasiado importante en nuestra vida civil, considerando que no representa ni por asomo a las creencias de la mayoría de los habitantes de este planeta.
Dicho esto, me alegraría mucho más ver la misma cantidad de pancartas en Facebook, ya no con frases hechas y ligeras como “La mujer decide” sino a favor de que la educación y la salud lleguen a todos. Me parecería que empezamos, de una vez por todas, a discutir en el orden apropiado, no reduciendo la discusión a una mera reyerta entre perros y gatos.

jueves, 8 de marzo de 2012

El Pasado III


Intercambio de mensajes en red social:

Mujer, desconocida para mí, llamada Victoria: Hola Caro, por favor escribime al mail vicky@....
Yo:
Hola, ¿te conozco?
Ella:
Sí, soy hija de tu padre Elie
Yo (pensando, sin embargo, que no la conozco): ¡Qué sorpresa!
Es, sin embargo, la tercera o cuarta medio hermana que aparece en los últimos años, por lo cual no es tan exacto decir que me sorprende.

Y me quedo pensando si podría ser, si no es mucho pedir, que el pasado se vaya presentando de a poquito y no en oleadas tan vertiginosas.


*

Para leer al anochecer



Tiene sabor a lo de Dickens pero, increíblemente, también a Daudet o Gombrowicz. Uno mira la portada y queda automáticamente transportado a ese mundo gótico y crepuscular al cual el autor nos invita a entrar.
Tiene olor a ese libro de cuentos de fantasmas que uno leía de adolescente, saboreando el momento, a la luz de una vela cuando se cortaba la luz. Pero éste es para adultos, en un extraño sentido, por lo críptico, lo poco lineal y lo surrealista. Hay diálogos francamente imperdibles, historias que arrancan como el cuento clásico de terror pero terminan siendo sólo una promesa, el atisbo de un hecho misterioso, la víspera.
Dickens pasó, para mí, del ajado ejemplar de Oliver Twist que leía y releía de pequeña cuando fantaseaba con una huida del hogar hatillo al hombro y pan con queso como única vianda, a las páginas de hermosa y opaca tipografía del Kindle Touch. Pero sigue ahí, ajeno a los cambios de formato y, sobre todo, ajeno a mis cambios de opinión sobre su cuestionable, polémica, inefable y victoriana mirada sobre el mundo.