sábado, 15 de abril de 2017
Caridad Cristiana
viernes, 23 de diciembre de 2016
El Gen Egoísta
Corre Usaín Bolt
Aura II
viernes, 9 de octubre de 2015
El primer perro
viernes, 11 de abril de 2014
Donde todo comienza
sábado, 5 de abril de 2014
Hay un murciélago en mi sopa
De alguna manera, todos hemos “validado” que se trata de una instancia normal, y a ella nos sometemos, sin jamás cuestionarla ni preguntar a los futuros empleadores la razón de esta herramienta, el valor que agregará a la tarea de perfilarnos.
Claro, es difícil desafiar o cuestionar el buen criterio de quienes justamente serán los encargados de decidir nuestro futuro laboral. La cosa es asimétrica y entonces ahí va uno, tratando de que los dioses le permitan dibujar el arbolito en la forma correcta, o de decir que ven cosas que en realidad no ven pero que “se sabe” son un diez en el test de Roscharch. Algunos de nosotros vamos incluso imbuidos de una especie de tristeza de saber que la experiencia en sí no suma demasiado per se y que lo verdaderamente importante es congraciarse con el psicólogo de turno.
La realidad, sin embargo, es que la validez de los tests proyectivos está siendo cada vez más cuestionada y no ya desde los individuos que se ven obligados a hacerlos, sino desde la comunidad científica que les pide creciente rigor científico a las escalas, pruebas y cuestionarios que serán utilizados en humanos. Hay múltiples trabajos y meta-análisis que estudiaron la débil confiabilidad que tienen estos tests, y algunas de las razones esgrimidas son las siguientes:
-Si se parte del presupuesto de que cualquier sujeto, independientemente de su conocimiento previo de los tests, terminará proyectando en éstos su subjetividad, su mundo interior y su propia interpretación de las cosas, ¿qué nos hace pensar que el observador, humano él también, no será víctima de la misma subjetividad, proyección e interpretación propia a la hora de analizarlos?
-¿Es válido seguir utilizando técnicas que tienen en algunos casos ochenta años de antigüedad, cuando nuestro conocimiento de la mente humana, la psicología científica y las neurociencias han avanzado a pasos tan agigantados desde entonces? ¿Realmente creemos que el entorno social, por ejemplo, es el mismo que hace cincuenta años?
-¿Es válido asumir que los test proyectivos resisten variaciones culturales y antropológicas? ¿Representa lo mismo una mariposa para un descendiente de guaraníes que para un alemán?
-Test de HTP y otros dibujos: pese a lo que muchos puedan creer, no hay estudios sistematizados que validen el “correlato” entre las características de los dibujos y los rasgos de la personalidad, excepto para el caso de omisión o deformación de partes del cuerpo humano, que se correlacionan con suficiente repetición con trastornos psíquicos. Para todo el resto, (la chimenea representa lo sexual, los planos derecho o izquierdo tal o cual cosa, etc etc), la realidad es que no hay más sustento que el corpus de creencias de la comunidad de psicólogos, en su mayoría como desprendimiento del psicoanálisis, disciplina ya de por sí cuestionada en los días que corren.
Es decir, no se han realizado estudios bien controlados que puedan demostrar con fuerza estadística que estos postulados son reales. Basta leer algunas de las “asociaciones” que se buscan en estos dibujos y no se puede evitar cierto aire a algo pueril, simplista, hasta poético si se quiere:
Partes de la persona
Cabeza: inteligencia, comunicación e imaginación.
Cara: comunicación y sociabilidad.
Pelo: sexualidad, virilidad y sensualidad.
Ojos: comunicación social y percepción del mundo.
Boca: sensualidad, sexualidad, comunicación verbal y nutrición.
Nariz: símbolo fálico.
Manos: mundo afectivo, agresividad, etc.
Cuello: control de los impulsos.
Brazos: adaptación e integración con el mundo social.
Piernas: contacto con la realidad, sostén, estabilidad y seguridad.
Pies: sexualidad y agresividad.
Si pensamos por un minuto la cantidad de diagnósticos o decisiones laborales que se hacen a diario basándose en estos principios, resulta un tanto inquietante.
La realidad es que, en el mejor de los casos, los test proyectivos otorgan lo que se conoce como “validez aditiva”, es decir, vendrían a complementar lo que de todos modos ya se sospecha por medio de métodos menos ambiciosos y más honestos para con el sujeto, como la entrevista y los tests objetivos (aquellos en los que se preguntan una serie de cuestiones de manera directa sobre la personalidad del entrevistado).
El principal argumento para seguir utilizándolos es, una vez más, la “carga histórica”, como si se desprendiera de natural que lo que se viene usando hace decenios es por default lo mejor o lo bueno. En un ámbito tan dinámico como lo es el de las neurociencias, aparenta ser un argumento muy endeble.
El segundo factor, nada despreciable, es que existe un lucro detrás de estas actividades, que excede lo que sería el lógico y esperable quehacer de un profesional que con todo derecho pretende ganar dinero de su saber. Hay centenares de empresas y consultoras exclusivamente dedicadas a proveer de estos servicios, y diseminar el concepto de que las pruebas proyectivas no tienen real validez en el mundo moderno, equivaldría al fin de todas ellas, o a la necesidad de reinventar de manera dramática el valor agregado que ofrecen.
Todo esto sería una simple anécdota si no fuera porque impacta de manera directa en la vida real de personas reales; todos conocemos casos de aplicantes que “estaban por entrar” y en el último momento fallaron a la prueba psicotécnica, y es inevitable plantearse la pregunta de si una sola instancia de dos horas con una persona que jamás nos ha visto ni conoce en profundidad nuestras circunstancias, puede determinar de forma tan inapelable nuestra construcción de futuro.
jueves, 27 de febrero de 2014
Copenhage-London
Los primeros minutos del vuelo, él trata de ser cordial pero yo, habiendo perdido la habilidad de socializar demasiado con extraños en los viajes, respondo con monosílabos. La realidad es que la primera media hora de viaje ni siquiera reparo demasiado en este hombre que decidió apoyar en el asiento entre nosotros, libre, su chocolate Toblerone y su libro. En otros tiempos me hubiera desvivido por vislumbrar qué libro leía, porque me apasionaba entrarle a la gente (o que la gente me entrara a mí) por medio de la literatura.
La conversación se inicia porque yo expreso a la azafata mi preocupación de perder la conexión de Heathrow a Buenos Aires; él vive en Gran Bretaña y me llena de seguridad explicándome que arribamos a la Terminal 5 y desde allí tengo un corto camino hasta mi puerta de embarque.
¿De qué cosas, entonces, puede enterarse uno sobre un extraño en una charla de vuelo doméstico?
1) Él es un editor sueco de unos 40 años; vive hace muchos años en las afueras de Londres y tiene un acento casi indistinguible. Tiene una pequeña hija de 10 meses llamada Matilda (minutos antes de despegar yo había oído que se despedía de alguien por teléfono, diciéndole que la amaba; a todas luces, la madre de Matilda)
2) Parece ser que dejó pasar la gran oportunidad de editar a Stieg Larsson, y eso lo descubro porque nos embarcamos en una conversación sobre los escritores suecos de novelas policiales, de quienes ambos preferimos indudablemente a Henning Mankell.
3) Viene de enterrar a su madre. A pesar de que sonríe todo el tiempo y es muy cordial, cuando lo menciona sus ojos se llenan de lágrimas. Le digo que lo siento, pregunto las cosas obligadas acerca del suceso.
4) Está convencido de que los suecos no han podido ser más imperialistas porque no los han dejado, y dice que siempre que alude al conflicto con sus amigos británicos, llama “Malvinas” a las islas. Y que Noruega ha ido reemplazando a Suecia en esa concepción de país desarrollado y progresista.
5) Me confiesa con algo de vergüenza que lo único que conoce de la literatura sudamericana es el realismo mágico. Y justo se cruzó conmigo, que un poco lo detesto. Le hablo de Borges, de quien no sabía que fue catedrático en lenguas anglosajonas. Promete que lo va a leer.
6) Le gustaba mucho ir a un restaurante argentino en Edgware Road, pero desde que Tévez se hizo conocido, hay que reservar mesa, y eso de alguna manera le quitó la magia.
7) Sin embargo, nuestra charla más interesante se da a partir de la aparente vena melancólica de los escandinavos, que ambos coincidimos en adjudicar en gran parte a ese clima lunar, de las noches y los días interminables. Me cuenta cómo algunos suecos van a exponerse a enormes lámparas de rayos UV sólo para atemperar su depresión, y me da una inmensa tristeza imaginarme a esas personas que se ponen bajo la cama solar sólo para sentirse menos desdichadas. Hay algo animal en esa idea, pero algo futurista también. Yo le digo que prefiero los pueblos melancólicos a los intrínsecamente “alegres”, y ambos dudamos de que en Brasil todo el año sea carnaval. El menciona una pintura de August Strindberg que no conozco, y que según él ilustra a la perfección esta tendencia sueca a ver el lado crepuscular de las cosas: es una escena en un claro de un bosque, parcialmente soleada, y a priori agradable, que Strindberg elige titular “Desesperación”. Nos reímos los dos a carcajadas.
8) Cuando le digo que sí leí a Strindberg, que amo a la Señorita Julia, me dice “You are very learned!” Y hacía mucho que nadie lo decía, ni que yo me sentía orgullosa al respecto.
Recién nos decimos nuestros nombres cuando es tiempo de separarnos en el aeropuerto, y nos damos la mano, agradecidos porque a veces, algo de esas horas muertas que uno pasa en aeropuertos, filas y aviones puede llenarse con literatura, hechos interesantes, curiosidad por conocer a alguien tan distinto a uno.
Se llama Stefan, y es altamente improbable que nos volvamos a cruzar alguna vez.
lunes, 5 de agosto de 2013
Y el cielo se volverá negro
Dije humanidad pero es probable que la forma de inteligencia que tenga que lidiar con este problema, en este u otro planeta, vaya a ser tan distinta a nosotros como nosotros podemos serlo de las bacterias. Estamos hablando de miles de millones de años adelante. Es difícil imaginar que habrá formas de vida inteligentes capaces de hacerse preguntas sobre el universo, pero de haberlas, he aquí el dilema con el cual se encontrarán:
Si nuestros sistemas de registro perviven, sabrán que hubo civilizaciones que pudieron estudiar el cosmos, las galaxias y el espacio entre ellas, y concluyeron, gracias a la teoría inflacionaria, que lo que conocemos como espacio-tiempo se halla en constante expansión. Sabrán que nuestros contemporáneos se hallaron ante la paradoja de que, reñido con los principios básicos de física que conocíamos- que predicen que la gravedad obliga a todo cuerpo que vaya frenando su aceleración- el espacio-tiempo se estaba expandiendo a una velocidad cada vez mayor desde el Big Bang. Y sabrán que, al menos hasta las primeras décadas del siglo XXI, atribuíamos esa anomalía a la existencia de una “energía oscura” que daba cuenta de la mayor parte del espacio-tiempo y lo obligaba a seguir expandiéndose ad infinitum.
Para ser humildes, es posible que estos hipotéticos seres de un futuro tan lejano cuenten con muchos más datos que estos e incluso hayan tenido oportunidad de refutar algunas de nuestras teorías más firmes. Pero aun así, tendrán la siguiente limitación, que nosotros no hemos tenido: no contarán con la inigualable herramienta de la observación directa. Un poco antes de que el universo se expanda lo suficiente como para separar irremediablemente a los planetas de sus estrellas proveedoras, y por ende impedir toda clase de vida, los cosmólogos del futuro mirarán la cielo y sólo verán la negrura, y no podrán comprobar de primera mano si allí afuera existen realmente esas galaxias lejanas de las cuales hablaban los antiguos. Sentirán la misma ambivalencia que sentimos nosotros al leer escritos arcaicos y no saber qué es realidad y qué superstición o producto cultural. Incluso si tuvieran los más sofisticados equipos de navegación u observación, nunca podrán sortear la velocidad última que rige las leyes de nuestro universo, que es la velocidad de la luz, y cuando la luz emitida por la galaxia más cercana no logre llegar hasta el próximo sitio habitado del universo, no tendrán forma de saber qué es lo que hay en el cielo que estarán observando.
Quizás, entonces, somos una generación privilegiada, (y por generación entiéndase un rango de seres inteligentes que vivirán de aquí a muchos miles de años más), ya que por un momento en este espacio-tiempo inabarcable, coincidirá nuestra posibilidad de observar, con los adelantos tecnológicos e intelectuales requeridos para poder dar sentido a esa observación. No sabemos si nuestros herederos tendrán igual suerte. Aquí o en cualquier otro planeta donde haya vida inteligente, ya que hay razones para creer que ni seremos tan distintos, ni formularemos preguntas tan diferentes.
sábado, 30 de junio de 2012
El Libro Negro de los Cuentos
lunes, 7 de mayo de 2012
Esos que no se pueden morir
martes, 10 de abril de 2012
A todo Roca le llegará su Durán Barba
Parece que ahora es plus ultra mirar todo a través de otros cristales y quienes seguimos pensando que algunas cosas, muy pocas de hecho, son blancas o negras, somos cortos o no podemos hacer una lectura analítica de la historia.
La colonización a sangre y fuego, pasados unos cuantos años, ya puede empezar a verse como una movida del TEG y no como lo que fue, o sea, la matanza y expulsión masivas de quienes fueron los antiguos moradores de esta tierra.
Está de más decir que yo no estaría en este momento cómodamente sentada en mi living de Villa Crespo si la conquista del desierto no hubiese ocurrido. Es posible, incluso, que nuestros límites territoriales fueran bastante más modestos, probablemente en beneficio de Chile u otros vecinos. Sin embargo, salta a la vista que esas injerencias tienen una importancia relativa, la importancia que le otorga el observador, y por ende no tiene sentido adjudicarles un valor per se.
Manifestaciones de ese tipo tienen, a mi modo de ver, dos lecturas: una es sencillamente repugnante, que es la de pensar que la campaña del desierto tiene, a nuestros ojos argentinos, más virtudes que defectos; la otra, una suerte de perogrullada filosófica según la cual nada sería lo que es (incluida nuestra nación) si cada uno de los hechos históricos no hubiera sido exactamente tal cual fue. Repito: me parece una obviedad, y más allá de su valor declarativo, no veo que haya un obligado pasaje a restarle ni un poco de nuestro repudio. Para ilustrarlo de alguna manera, ningún judío sería hoy lo que es de no ser por el Holocausto (que, nos guste o no, nos identifica y define de maneras insoslayables y misteriosas, habiendo moldeado desde nuestra psique colectiva hasta nuestro arte), aunque no por ello sería aceptable que alguien, dentro de digamos cien años, comenzara a relativizar su horror con la excusa de que nos ayudó a hacer knishes más ricos o tocar mejor el clarinete. Ni siquiera, por haber sido uno de los factores que precipitaron la creación del Estado de Israel.
Para mí, algunas cosas no deberían ser objeto de este tipo de debate. No vale hacernos los modernos con una tragedia de la cual hoy casi nadie puede defenderse. Hay hechos, unos pocos a decir verdad, que no son materia opinable, no importa cuántos siglos pasen ni cuán profundamente hayan configurado nuestra propia identidad. Hay que recordar que no estamos hablando de figuritas de la Billiken sino del despojo, la reducción a la esclavitud, el confinamiento en campos de concentración, el abuso de mujeres y niños y la tortura de una cifra de seres humanos que no se conoce bien pero se cree supera ampliamente los veinte mil (sin contar la campaña similar del norte), y que los historiadores y antropólogos han hallado indicios de que se trató de una acción sistemática y no la improvisación de un par de generales alunados. Hay que recordar que esto ocurrió casi a las puertas del siglo XX, y que la razón de esta masacre fue, es cierto, despejar terrenos para la agricultura pero también, y sobre todo, repartirse botines entre latifundistas.
Por más hipotético e incluso inútil que sea el ejercicio, deberíamos detenernos a pensar que nuestra propia existencia no es razón suficiente para que todo valga, que este mismo territorio, aún si fuera más pequeño y poblado por tribus indígenas que se diezmaran unas a otras y nunca hubieran descubierto la penicilina, tendría el mismo sentido que nuestras ciudades y monumentos y libros y cafecitos de Palermo Soho a los ojos de un observador imparcial.
Sin caer en una apología innecesaria de toda cultura aborigen (también es una moda la exaltación de cada cosa que apele a los pueblos originarios), me parece que cuando la modernidad va atada a una renuncia a un derecho ético adquirido a fuerza de horrores, bien podemos pasar de ella.
miércoles, 14 de marzo de 2012
Facebook o cómo banalizar la discusión sobre el aborto
Sé que me meto en arenas movedizas, sé que algunos temas han sido catalogados por el colectivo como “complejos”, “eternos”, y por ende intratables, pero sin embargo, cuánto ganaríamos tratándolos, polemizando sin las pasiones que suelen enceguecernos, reflexionando.
La verdad es que siempre me pareció que encarar el tema del aborto desde las antagónicas perspectivas feminista o religiosa era falaz en términos iguales.
Es decir, me parece inevitable que esas voces aparezcan y sean escuchadas, pero no logro entender cómo constituyen los únicos polos desde los cuales se sigue construyendo esta antinomia inacabable.
Lo que me asombra, y no niego que probablemente se trate de un sesgo profesional, es que se insista en negligir el aspecto bioético (entendiéndose como tal esa mixtura de reciente nacimiento que intenta, no siempre con éxito, casar los conocimientos científicos con los preceptos morales y de principio de bien que algunos consensos dan por buenos).
Lejos está la bioética, es necesario decir, de haber zanjado la discusión sobre el aborto, que es, básicamente, la discusión sobre los inicios de la vida y cuándo comienza ésta a tener plenos derechos y autonomía.
Yo he notado no sin sorpresa que la mayoría de los argumentos que se utilizan habitualmente para menoscabar el derecho a la vida de un nonato pueden aplicarse fácilmente a un niño que acaba de nacer. Es decir: ambos son, en una caracterísitca casi privativamente humana, aún absolutamente dependientes de un tercero (por lo general la madre) e incapaces de autoabastecerse, ambos tienen un sistema nervioso decentemente desarrollado (lo cual es uno de los límites que la bioética explora como posible división para la condición humana per se), ambos pudieron haber sido producto de una violación o un embarazo no deseado, ambos carecen de la posibilidad de defenderse a sí mismos, ambos poseen parecidos reflejos y reacción ante noxas tales como el dolor o el stress. Parecería, para algunas defensoras de la autodeterminación en el aborto, que esa frontera arbitraria y sin embargo tan importante que es atravesar el canal de parto, hace toda la diferencia. La verdad, debo decir, es que para los que estamos familiarizados con la práctica de la medicina, la embriología y la fisiología, dicha diferencia no siempre es tan clara.
Todos hemos asistido, o participado, cuanto más no sea desde los buenos deseos, de procedimientos médicos (incluidas cirugías mayores de horas de duración) para salvar o asegurar la calidad de vida de un niño no nacido. Todos celebramos que cada vez existan equipos más sofisticados para remedar las condiciones intrauterinas (esa maravilla de ingeniería natural tan difícil de imitar) y posibilitar la vida de bebés nacidos pre término. La pregunta que me hago es por qué en algunos casos eso es un derecho inalienable y en otros no. Me pregunto si la voluntad de la madre es suficiente para trocar un mismo hecho en dos cosas tan distintas.
Con esto, aclaro, no estoy pronunciándome en contra de la legalización del aborto. Simplemente estoy haciendo notar que el tema es bastante más complejo que reducirlo a frases del estilo “soy dueña de mi cuerpo”. Creo que todos los seres más o menos honestos estamos de acuerdo en que las mujeres y los hombres somos dueños y deberíamos decidir sobre nuestros propios cuerpos: la discusión es si un feto es un órgano más o una vida independiente en sí misma, y en este último caso, desde qué momento comenzamos a considerarlo como tal.
La vez pasada una conocida muy respetable publicó un comentario que decía “Las mujeres no somos incubadoras”. Estoy segura de que debe haberse sentido muy satisfecha con su ocurrencia, pero la invito a que se pregunte si las mujeres somos, en cambio, “biberones”, y si no lo somos, por qué todos (incluida ella) se horrorizarían si una madre dejara voluntariamente de dar de comer a sus hijos al punto de provocarles la muerte. Otra vez, la línea divisoria que convierte al derecho en crimen es el nacimiento (diferencia que sigue sin entender, por ejemplo, Romina Tejerina, para quien su acto desesperado, cometido probablemente en un estado pseudopsicótico, también fue la única forma que vislumbró de liberarse del producto no deseado de una violación, y cuya consecuencia –un cargo por infanticidio- debió haberle parecido un exceso de impartición de la justicia de los hombres)
Asimismo me asombró siempre escuchar voces tan enérgicas a favor de la legalización del aborto, y tan poquitas que aboguen por lo que se supone es el paso natural previo a tamaña catástrofe: la educación sexual. Esa es, a mi modo de ver, la verdadera arma de autonomía de la mujer: no llegar al embarazo no deseado, saber decidir, lograr que la maternidad aparezca como un proceso positivo en la vida y no como un producto de la ignorancia y la falta de acceso a la información (los casos de violación son una problemática aparte aunque distan de ser la primera causa de interrupción voluntaria del embarazo).
Otro argumento usual –y atendible, por supuesto- es la alarmante cantidad de mujeres que mueren a manos de un aborto clandestino y criminal. Esto es cierto, y terrible. Sin embargo, desde el punto de vista bioético seguimos partiendo de la petición de principios de que una vida es más valiosa que la otra, y olvidando que cualquier aborto, aún los practicados en las condiciones más favorables, conlleva un gran riesgo de morbi-mortalidad, dentro del cual no es menor la secuela psicológica. Un aborto siempre es devastador para la mujer que lo atraviesa, y, de nuevo, un enfoque hacia la solución parecería ser profundizar en las causas que la han llevado a ese embarazo, no sólo resolverle el aborto con mayor seguridad.
Habiendo dicho esto, aclaro que las razones religiosas para oponerse al aborto legal me parecen igualmente pobres y fuera de lugar. La religión, a estas alturas, debería reservarse el lugar de una simple elección de pensamiento y no arrogarse el derecho de opinar sobre las vidas ajenas. La Iglesia sigue teniendo un influjo demasiado importante en nuestra vida civil, considerando que no representa ni por asomo a las creencias de la mayoría de los habitantes de este planeta.
Dicho esto, me alegraría mucho más ver la misma cantidad de pancartas en Facebook, ya no con frases hechas y ligeras como “La mujer decide” sino a favor de que la educación y la salud lleguen a todos. Me parecería que empezamos, de una vez por todas, a discutir en el orden apropiado, no reduciendo la discusión a una mera reyerta entre perros y gatos.
jueves, 8 de marzo de 2012
El Pasado III
Intercambio de mensajes en red social:
Mujer, desconocida para mí, llamada Victoria: Hola Caro, por favor escribime al mail vicky@....
Yo: Hola, ¿te conozco?
Ella: Sí, soy hija de tu padre Elie
Yo (pensando, sin embargo, que no la conozco): ¡Qué sorpresa!
Es, sin embargo, la tercera o cuarta medio hermana que aparece en los últimos años, por lo cual no es tan exacto decir que me sorprende.
Y me quedo pensando si podría ser, si no es mucho pedir, que el pasado se vaya presentando de a poquito y no en oleadas tan vertiginosas.
*
Para leer al anochecer
Tiene olor a ese libro de cuentos de fantasmas que uno leía de adolescente, saboreando el momento, a la luz de una vela cuando se cortaba la luz. Pero éste es para adultos, en un extraño sentido, por lo críptico, lo poco lineal y lo surrealista. Hay diálogos francamente imperdibles, historias que arrancan como el cuento clásico de terror pero terminan siendo sólo una promesa, el atisbo de un hecho misterioso, la víspera.
Dickens pasó, para mí, del ajado ejemplar de Oliver Twist que leía y releía de pequeña cuando fantaseaba con una huida del hogar hatillo al hombro y pan con queso como única vianda, a las páginas de hermosa y opaca tipografía del Kindle Touch. Pero sigue ahí, ajeno a los cambios de formato y, sobre todo, ajeno a mis cambios de opinión sobre su cuestionable, polémica, inefable y victoriana mirada sobre el mundo.
viernes, 17 de febrero de 2012
Entomología III: Sexo, mentiras y sobrepeso
La charla versaba sobre una colega a quien me une un gran cariño pese al poco tiempo que llevo conociéndola. La chica de marras es la típica mujer que podríamos calificar de "bomba latina"- sexy, curvilínea y por sobre todas las cosas, segura de que su atractivo pasa por lugares muy distintos al modelo que nos vende la tevé. En realidad antes de este suceso no se me hubiera ocurrido empezar a describirla por su lado físico, pero los acontecimientos así lo justifican.
El caso es que las dos personitas que se sentaban a mi lado, convencidos tal vez de que contarían con mi complicidad (suelo ser bastante más empática con el humor masculino que con el femenino) comenzaron a emitir comentarios jocosos relacionados al supuesto "sobrepreso" de la chica en cuestión. Uno de ellos decidió con total convicción que a ella “le sobraban ocho kilos" y estaba, por ello, “sufriendo una involución” (sic) -todo esto, por supuesto, regado por risitas de ocasión... Oh Sigmund... el chiste y la ironía...)
Para ser sincera, el espectáculo de dos grandulones dándose codazos mientras comentan el tamaño del culo de una mujer me deja azorada. La charla no era, huelga decir, un manifiesto de preocupación sobre la salud de la chica, ni siquiera un educado comentario sobre una eventual preferencia por las mujeres flacas... era, por el contrario, el típico chascarrillo adolescente sobre el cuerpo de las mujeres, o su celulitis, o el grado en que la gravedad ha afectado sus glándulas mamarias. O sea, una pobreza de tópico. Yo, desembarazándome en el acto de la sintonía humorística que solía unirme a estos señores, no pude dejar de indignarme, aunque no tanto por "corporativismo de género" (carezco de tal) sino por un franco asombro de que hombres rondando sus cuarentas pudieran hacer un comentario tan gratuito, descalificante y empobrecedor sobre una mujer que a todos nos caía bárbaro y que es, obviando las subjetividades correspondientes, aceptablemente atractiva en los términos más convencionales de la palabra. Sospecho, a riesgo de ser cruel –pero me he propuesto que la mayor parte de mi crueldad fluya por este inofensivo blog- que ambos muchachotes tendrían que trabajar bastante para llevarse a una chica de su tipo a la cama... pero son sólo suposiciones.
No pude evitar que las siguientes preguntas acudieran en filita a mi mente: ¿quién carajo te pidió tu opinión? ¿no es dueña una mina de comerse un búfalo si se le canta?
Como era esperable, ante mis protestas de reconsiderar el exabrupto hubo una sarta de más risitas cómplices, pedidos de que me plegara al humor, y otras muestras de que la crítica estaba lejos de ser adulta y seriamente considerada. Es muy fácil, sobre todo para algunas personas que no se sienten a gusto siendo confrontadas en sus defectos, escudarse en el humor cerril para hacer frente a una opinión que los desnuda en su futilidad. Lo difícil, creo yo, es admitir que uno tal vez haya incurrido en un género de ofensa barata, bastante común por desgracia, y que alguna vez, para mala fortuna del chistoso, cae en oídos del interlocutor equivocado, esto es, el que lo confronta y lo expone en toda su pavotez.
Accesorio sería decir que quienes hablaban no eran adonis salidos del Olimpo. Inútil agregar que hasta donde yo sé tampoco están en pareja con ideales de la belleza publicitaria. Lo que me parece, en cambio, es que como tantas otras personas, quedaron presos de un discurso tramposo y simplificador que los lleva a pensar que es lícito opinar sobre la estética de las mujeres como si el mundo alrededor fuera a validar sus exabruptos sin excepción.
La verdad es que me divirtió, para variar, pararme en la vereda "feminista" por la cual no suelo caminar. Me pareció digna de asombro la negación sistemática de que existe un resabio sexista y discriminatorio en el cual, lamentablemente, muchas veces hombres y mujeres caen, y que consiste en hacer gracia de lo que no cumple con los cánones de la perfección irreal (en niños y adolescentes esto responde a una necesidad de identificación y afianzamiento de la personalidad mediante la segregación del diferente; en los adultos confieso que me tiene perpleja). Me sorprendió ver la agresividad con la que ciertos hombres se ponen, solidariamente, a defender lo indefendible, en lugar de aceptar que si fueran sus mujeres el objeto del escarnio ajeno, probablemente no estarían riéndose tan alto (aunque uno de ellos lo negó, es casi matemático que los mismos tipos que se burlan de la mujer desconocida suelen ser ridículamente cavernícolas a la hora de defender la propia o inventarle atributos que no posee).
Sentí algo parecido a otra situación ya descripta en este blog, cuando alguien que me cae simpático de pronto hace un comentario racista o discriminatorio, y pierde automáticamente todas las fichas, queda expuesto en su cortedad y superficialidad.
Amé con el alma al hombre que el azar decidió poner en mi camino, que en ese momento estaba a diez mil kilómetros de distancia y que me enamoró, entre otras cosas, por saber alabar la belleza femenina que le gusta, sin por ello caer en descalificaciones de todo el espectro restante.
No lo puedo evitar, ha vuelto la entomología a estas páginas. Los especímenes andan sueltos.
sábado, 28 de enero de 2012
Lugares Mágicos de EEUU
viernes, 27 de enero de 2012
La Cueva de los Sueños Olvidados
Werner Herzog, además de cineasta, es nieto de un célebre arqueólogo, y el hallazgo de la gruta de Chauvet fue la llave mágica de esa preciosidad parida tiempo después: La Cueva de los Sueños Olvidados.
Me gustaría que fueran a verla todos, incluso los que abominan el cine 3D (¿y por qué entonces amar, sí, a las postales estereoscópicas de principios del siglo XX? ¿es sólo porque todo tiempo pasado fue mejor?)
Esta película tuvo, para mí, eso que tienen unas pocas –pienso ahora en La Hipótesis del Cuadro Robado-: una atmósfera onírica que se vislumbra desde la primera escena, cuando aún no hemos entrado en la cueva con los realizadores pero ya podemos oler el aire agreste de los acantilados de la Francia ancestral. Herzog logra, no sé cómo, incluir a la prehistoria en ese precioso tiempo antiguo que nos occidentales sentimos como la matriz cálida a la cual regresar, quizás precisamente porque esta película, a pesar de narrar hechos acontecidos hace treinta mil años, habla de la cultura, de la producción artística humana en tiempos en los cuales no imaginamos hombres que se nos pudieran parecer tanto.
La Cueva de los Sueños Olvidados se sumerge en las grutas de Chauvet donde alguien mucho más parecido a nosotros de lo que podríamos pensar plasmó sobre la roca unas pinturas de un lirismo asombroso. Los que piensan que el ícono del arte rupestre es la cueva de las manos, quedarán sorprendidos. Estos personajes pictóricos, es su mayoría animales, cuentan complejas historias desde su increíble concepto figurativo, y se parecen a los teatros de títeres que teníamos de niños, donde la modesta escenografía de cartón se superponía, mudaba y creaba movimiento. Los artistas utilizaron, también, el relieve de las grutas para dar sensación dinámica a las imágenes. Herzog piensa que esto es el cine en estado embrionario; a mí se me antoja más parecido a las cámaras oscuras que han utilizado los pintores desde la antigüedad, y son sin embargo fotografía propiamente dicha.
La música es hermosa, y suple en gran parte del film a las palabras que Herzog no quiso descriptivas ni documentales. Los científicos que tuvieron el privilegio de trabajar en la cueva tampoco prefieren el lenguaje académico para describir lo que han visto adentro, sino que relatan sus sensaciones, su perplejidad, la extraña comunión que sintieron al introducirse cada vez más profundo en la boca negra de la cueva (recordemos que todo fue hecho a la luz de las antorchas), la especie de inevitable profanación de volver a posar los ojos sobre imágenes tanto tiempo sepultadas.
Un hombre como nosotros, pero que convivió con los neandertales, se reconoce entre el anonimato de los otros pintores: tiene un dedo meñique quebrado, y al plasmar sus huellas nos permite, miles de años después, seguir su recorrido por las grutas donde pintó, adoró esbozos primigenios de deidades, luchó con animales monstruosos, se escondió quizás.
La huella de un oso contigua a la de un niño de unos ocho años nos llena de hipótesis a cual más intrigante: ¿se hicieron compañía? ¿uno fue la presa del otro? ¿cientos de años separan a esas dos huellas entre sí?
La calcita recubre a los fósiles y convierte a los huesos de los animales prehistóricos en bellos objetos de arte: el cráneo de un mamut brilla con luz nacarada cuando las cámaras lo barren.
Las pinturas están divididas y hay una recámara de los caballos, otra de los leones (y es gracias a este pintor anónimo que sabemos, después de siglos de imprecisiones, que el león antiguo no tuvo melena), y una donde se encuentra la única figura humana; la pelvis de una venus parecida a la de Willendorf, con tronco y cabeza de búfalo. Se ignora completamente por qué alguien pintó esta figura en la punta de una estalactita, ni qué significa que estos hombres ya pensaran en la trasmutación interespecie, qué significado le atribuían, qué clase de concepto mágico o religioso hay contenido en ese híbrido tantas veces repetido en la historia de la humanidad.
La cueva de Chauvet se cerró para siempre a la curiosidad humana, por lo cual este film y unos pocos materiales audiovisuales más son nuestra única oportunidad de asomarnos dentro y dejar que el hombre antiguo nos hable del miedo, la esperanza, la magia, el sueño. Se prenden las luces del cine y uno, literalmente, despierta.
lunes, 26 de diciembre de 2011
Los ojos de la mente
Oliver Sacks, injustamente, perdió su visión estereoscópica en 2005 a expensas de un melanoma ubicado justo al lado de su fóvea derecha. Digo injustamente porque Sacks era miembro de la Sociedad Estereoscópica de Nueva York, es decir que vivía muchísimo más pendiente que el resto de nosotros de su capacidad de ver las cosas en profundidad y tridimensión. Botánico como además es, disfrutaba de discriminar cada pequeña brizna de sus helechos, cada textura de los árboles o plantas que contemplaba. No mucho antes de ser diagnosticado con el tumor ocular, había escrito un interesantísimo artículo llamado “Stereo Sue”, donde contaba la epopeya de una mujer que habiendo vivido toda su vida con visión bidimensional debido a un estrabismo infantil, había “redescubierto” el maravilloso mundo de la estereoscopia gracias a la terapia visual. Sue desconocía que su vida hubiera transcurrido despojada de lo que para otros es parte esencial de su mundo, hasta que unas simples pruebas oftalmológicas le mostraron que había otro mundo visual posible, en el cual las cosas adquirían una profundidad para ella inexplorada.
Curiosamente, muchas personas que nunca han visto de manera estereoscópica, vislumbran el mundo 3D en su duermevela, en sueños o en el aura migrañosa, lo cual parece demostrar que nuestra corteza visual viene programada con funciones que, a veces, nuestros ojos insisten en negarle. La velocidad a la cual personas como Sue recuperan la estereoscopia parece confirmar esta hipótesis, que nuestro cerebro es fuertemente visual aún cuando nunca haya sido utilizado a ese fin (hay ciegos congénitos que manifiestan tener imaginería visual y cuyas cortezas occipitales se “prenden” ante estímulos que para ellos sólo son sonoros o táctiles)
Un recuerdo de pequeña es que en casa había viejos estereoscopios e imágenes en 3D (mucho antes de que se comenzaran a utilizar en las películas de cine), ya que la técnica de generar imágenes tridimensionales se conoce desde hace más de un siglo, y consiste en explotar la función de cada ojo de ver en soledad y luego integrar una imagen única en nuestro cerebro. Muchas ilusiones ópticas también parten de este principio tan sencillo y complejo a la vez.
El libro de Oliver Sacks es un maravilloso viaje (autobiográfico de a ratos) por el universo de nuestra visión con y sin ojos, de la ceguera, la agnosia visual y las peculiaridades de una de las funciones que más definen nuestra organización de pensamiento: el fenómeno de la luz.