sábado, 30 de junio de 2012

El Libro Negro de los Cuentos

Lo primero es decir que toda mi vida (siendo más exactos, desde que leí Morpho Eugenia), creí que A.S. Byatt era un hombre. De acrónimo ambiguo, no sé por qué su forma de escribir se me antojaba masculina, pero quizás sea sólo que tiendo a valorar más la escritura de los hombres que de las mujeres, salvo honrosas excepciones de las cuales ya he hablado y cuya nómina Byatt acaba de engrosar.

Byatt es conocida por casi todo cinéfilo porque escribió las novelas que inspiraron a los films “Angeles e Insectos” (Morpho Eugenia) y “Posesión”.
Sin embargo, quiero comentar otro libro no tan conocido, Little Black Book of Stories.
Como de toda la obra de Byatt, de esta se dice que combina a la perfección el naturalismo y la ficción, lo cual es estrictamente cierto. De forma natural y cómoda, los protagonistas de las cinco historias son los personajes pero también los minerales, las formaciones rocosas, la flora, los insectos y hasta los seres no clasificados que se ocultan en el bosque.
Las historias coquetean con lo fantástico y cuando irrumpe el elemento irreal, es sólo de manera equívoca, casi onírica, por lo cual seguimos creyendo en los personajes, en que son como cualquiera de nosotros aunque quizás, pero sólo quizás, hayan soñado, alucinado, o estado bajo los efectos de situaciones especiales como la guerra, la enfermedad o la pobreza.
Hay un relato imperdible sobre la experiencia infantil de dos refugiadas, dos mujeres cuyo precoz recuerdo de una experiencia sobrenatural en el bosque las une de por vida a pesar del fin de la guerra, sus carreras dispares, la distancia y el olvido.
Un hermoso libro, que no hubiese llegado a mí de no ser por este ambiguo advenimiento del e-book, que hace más posible ese delicioso sobresalto al descubrir en el mostrador de una librería un ejemplar largo tiempo buscado.
Que lo disfruten.

lunes, 7 de mayo de 2012

Esos que no se pueden morir


Resulta que hace unas semanas se murió una vecina de mi antigua casa, la casa de mi infancia; o sea, estamos hablando de una mujer que vi allí desde mis cinco o seis años, que siempre estaba, que representaba un perfume especial al pasar por su puerta (era “el olor a la casa de Elsa”). Era, también, de esas vecinas que siempre saben todo, se enteran de los detalles, presienten los divorcios y los nacimientos, pero no de esa forma morbosa que tenían las chismosas de antes, sino como la omnipresencia en sí misma. Elsa resignificaba las cuestiones domésticas y ninguna era segura ni firme si no había pasado antes por el tamiz de su opinión, su decir, su piadoso, nunca malintencionado, comentario en voz bajita.

Además, Elsa cocinaba de maravilla y nunca olvidaba los cumpleaños o aniversarios de tres generaciones: ella llevaba una agenda pequeñita y allí estaban mi torta y la de mi mamá y la de mi hijo, cada una con su muñequito personalizado (el mío era invariablemente de pelo negro y vestido de médica, aunque a veces yo me preguntaba por qué no podía alguna vez tomarse una licencia poética y hacerme rubia).
Elsa enfermó hace unos años y la enfermedad la pudo, se la fue ganando aunque para nosotros era imposible que a tamaña fuerza de voluntad pudiera voltearla un cáncer cualquiera.
Pasaron los meses y la molestia ocasional fue una quimio, la quimio una internación y la internación devino en cuidados paliativos.
Las últimas semanas, yo luchaba contra mi reciente fobia a los centros de salud y me prometía, todos los días, que iría a verla. A ella le gustaba charlar y sacarle un poquito el cuero a los vecinos aún desde su cama de hospital. Los días pasaron y me dieron el ultimátum; ya no había mucho margen para ir a verla y poder, aún, hablar de bueyes perdidos.
Fui una mañana y resultó que Elsa se acababa de morir, estaba recién desentubada, y la vi en todo el desamparo de su pelo sin teñir y su cara sin maquillaje. Tenía ojos azules y preciosos, pero ya no le iluminaban la cara.
Me pareció en ese momento que la gente como Elsa no se puede morir bajo ningún concepto, y no sólo por ser los buenos, los que enderezan un poco la balanza de este mundo desquiciado, sino también porque se suponía que ella era la portavoz de estas noticias, ella era la que te contaba en voz bajita, escoba en mano, quién había fallecido y cómo, ella decía son las doce y sereno. Algo parecido me pasó cuando se murió un conocido periodista y me pareció absurdo que no fuera él mismo quien anunciara su muerte, por costumbre nomás.
Los ingratos vecinos no estaban en el funeral, yo misma no estaba; puta madre, un parpadeo y la balanza se volvió a inclinar.



martes, 10 de abril de 2012

A todo Roca le llegará su Durán Barba




Como lo fue hace unos años reeditar el concepto cool sobre las figuras de Rosas y Sarmiento, la onda ahora entre algunos peronistas modernos es relativizar la imagen histórica que los progresistas tienen de la Campaña del Desierto. Tímidamente, asoman conceptos como que somos el país que somos, entre otras cosas, por gestas como la mencionada, como si tal obviedad disminuyera de algún modo la idea de barbarie que, a dios gracias, siglos de evolución en derechos humanos lograron consolidar.
Parece que ahora es plus ultra mirar todo a través de otros cristales y quienes seguimos pensando que algunas cosas, muy pocas de hecho, son blancas o negras, somos cortos o no podemos hacer una lectura analítica de la historia.
La colonización a sangre y fuego, pasados unos cuantos años, ya puede empezar a verse como una movida del TEG y no como lo que fue, o sea, la matanza y expulsión masivas de quienes fueron los antiguos moradores de esta tierra.
Está de más decir que yo no estaría en este momento cómodamente sentada en mi living de Villa Crespo si la conquista del desierto no hubiese ocurrido. Es posible, incluso, que nuestros límites territoriales fueran bastante más modestos, probablemente en beneficio de Chile u otros vecinos. Sin embargo, salta a la vista que esas injerencias tienen una importancia relativa, la importancia que le otorga el observador, y por ende no tiene sentido adjudicarles un valor per se.
Manifestaciones de ese tipo tienen, a mi modo de ver, dos lecturas: una es sencillamente repugnante, que es la de pensar que la campaña del desierto tiene, a nuestros ojos argentinos, más virtudes que defectos; la otra, una suerte de perogrullada filosófica según la cual nada sería lo que es (incluida nuestra nación) si cada uno de los hechos históricos no hubiera sido exactamente tal cual fue. Repito: me parece una obviedad, y más allá de su valor declarativo, no veo que haya un obligado pasaje a restarle ni un poco de nuestro repudio. Para ilustrarlo de alguna manera, ningún judío sería hoy lo que es de no ser por el Holocausto (que, nos guste o no, nos identifica y define de maneras insoslayables y misteriosas, habiendo moldeado desde nuestra psique colectiva hasta nuestro arte), aunque no por ello sería aceptable que alguien, dentro de digamos cien años, comenzara a relativizar su horror con la excusa de que nos ayudó a hacer knishes más ricos o tocar mejor el clarinete. Ni siquiera, por haber sido uno de los factores que precipitaron la creación del Estado de Israel.
Para mí, algunas cosas no deberían ser objeto de este tipo de debate. No vale hacernos los modernos con una tragedia de la cual hoy casi nadie puede defenderse. Hay hechos, unos pocos a decir verdad, que no son materia opinable, no importa cuántos siglos pasen ni cuán profundamente hayan configurado nuestra propia identidad. Hay que recordar que no estamos hablando de figuritas de la Billiken sino del despojo, la reducción a la esclavitud, el confinamiento en campos de concentración, el abuso de mujeres y niños y la tortura de una cifra de seres humanos que no se conoce bien pero se cree supera ampliamente los veinte mil (sin contar la campaña similar del norte), y que los historiadores y antropólogos han hallado indicios de que se trató de una acción sistemática y no la improvisación de un par de generales alunados. Hay que recordar que esto ocurrió casi a las puertas del siglo XX, y que la razón de esta masacre fue, es cierto, despejar terrenos para la agricultura pero también, y sobre todo, repartirse botines entre latifundistas.
Por más hipotético e incluso inútil que sea el ejercicio, deberíamos detenernos a pensar que nuestra propia existencia no es razón suficiente para que todo valga, que este mismo territorio, aún si fuera más pequeño y poblado por tribus indígenas que se diezmaran unas a otras y nunca hubieran descubierto la penicilina, tendría el mismo sentido que nuestras ciudades y monumentos y libros y cafecitos de Palermo Soho a los ojos de un observador imparcial.
Sin caer en una apología innecesaria de toda cultura aborigen (también es una moda la exaltación de cada cosa que apele a los pueblos originarios), me parece que cuando la modernidad va atada a una renuncia a un derecho ético adquirido a fuerza de horrores, bien podemos pasar de ella.

miércoles, 14 de marzo de 2012

Facebook o cómo banalizar la discusión sobre el aborto



Otra pancarta sobre los “cuerpos de las mujeres” en Facebook y van…
Sé que me meto en arenas movedizas, sé que algunos temas han sido catalogados por el colectivo como “complejos”, “eternos”, y por ende intratables, pero sin embargo, cuánto ganaríamos tratándolos, polemizando sin las pasiones que suelen enceguecernos, reflexionando.
La verdad es que siempre me pareció que encarar el tema del aborto desde las antagónicas perspectivas feminista o religiosa era falaz en términos iguales.
Es decir, me parece inevitable que esas voces aparezcan y sean escuchadas, pero no logro entender cómo constituyen los únicos polos desde los cuales se sigue construyendo esta antinomia inacabable.
Lo que me asombra, y no niego que probablemente se trate de un sesgo profesional, es que se insista en negligir el aspecto bioético (entendiéndose como tal esa mixtura de reciente nacimiento que intenta, no siempre con éxito, casar los conocimientos científicos con los preceptos morales y de principio de bien que algunos consensos dan por buenos).
Lejos está la bioética, es necesario decir, de haber zanjado la discusión sobre el aborto, que es, básicamente, la discusión sobre los inicios de la vida y cuándo comienza ésta a tener plenos derechos y autonomía.
Yo he notado no sin sorpresa que la mayoría de los argumentos que se utilizan habitualmente para menoscabar el derecho a la vida de un nonato pueden aplicarse fácilmente a un niño que acaba de nacer. Es decir: ambos son, en una caracterísitca casi privativamente humana, aún absolutamente dependientes de un tercero (por lo general la madre) e incapaces de autoabastecerse, ambos tienen un sistema nervioso decentemente desarrollado (lo cual es uno de los límites que la bioética explora como posible división para la condición humana per se), ambos pudieron haber sido producto de una violación o un embarazo no deseado, ambos carecen de la posibilidad de defenderse a sí mismos, ambos poseen parecidos reflejos y reacción ante noxas tales como el dolor o el stress. Parecería, para algunas defensoras de la autodeterminación en el aborto, que esa frontera arbitraria y sin embargo tan importante que es atravesar el canal de parto, hace toda la diferencia. La verdad, debo decir, es que para los que estamos familiarizados con la práctica de la medicina, la embriología y la fisiología, dicha diferencia no siempre es tan clara.
Todos hemos asistido, o participado, cuanto más no sea desde los buenos deseos, de procedimientos médicos (incluidas cirugías mayores de horas de duración) para salvar o asegurar la calidad de vida de un niño no nacido. Todos celebramos que cada vez existan equipos más sofisticados para remedar las condiciones intrauterinas (esa maravilla de ingeniería natural tan difícil de imitar) y posibilitar la vida de bebés nacidos pre término. La pregunta que me hago es por qué en algunos casos eso es un derecho inalienable y en otros no. Me pregunto si la voluntad de la madre es suficiente para trocar un mismo hecho en dos cosas tan distintas.
Con esto, aclaro, no estoy pronunciándome en contra de la legalización del aborto. Simplemente estoy haciendo notar que el tema es bastante más complejo que reducirlo a frases del estilo “soy dueña de mi cuerpo”. Creo que todos los seres más o menos honestos estamos de acuerdo en que las mujeres y los hombres somos dueños y deberíamos decidir sobre nuestros propios cuerpos: la discusión es si un feto es un órgano más o una vida independiente en sí misma, y en este último caso, desde qué momento comenzamos a considerarlo como tal.
La vez pasada una conocida muy respetable publicó un comentario que decía “Las mujeres no somos incubadoras”. Estoy segura de que debe haberse sentido muy satisfecha con su ocurrencia, pero la invito a que se pregunte si las mujeres somos, en cambio, “biberones”, y si no lo somos, por qué todos (incluida ella) se horrorizarían si una madre dejara voluntariamente de dar de comer a sus hijos al punto de provocarles la muerte. Otra vez, la línea divisoria que convierte al derecho en crimen es el nacimiento (diferencia que sigue sin entender, por ejemplo, Romina Tejerina, para quien su acto desesperado, cometido probablemente en un estado pseudopsicótico, también fue la única forma que vislumbró de liberarse del producto no deseado de una violación, y cuya consecuencia –un cargo por infanticidio- debió haberle parecido un exceso de impartición de la justicia de los hombres)
Asimismo me asombró siempre escuchar voces tan enérgicas a favor de la legalización del aborto, y tan poquitas que aboguen por lo que se supone es el paso natural previo a tamaña catástrofe: la educación sexual. Esa es, a mi modo de ver, la verdadera arma de autonomía de la mujer: no llegar al embarazo no deseado, saber decidir, lograr que la maternidad aparezca como un proceso positivo en la vida y no como un producto de la ignorancia y la falta de acceso a la información (los casos de violación son una problemática aparte aunque distan de ser la primera causa de interrupción voluntaria del embarazo).

Sin embargo, aunque muchos levantan la pancarta del aborto legal, muy pocos se interiorizan sobre la educación sexual que se imparte en la actualidad, el acceso a los métodos anticonceptivos, los servicios de salud reproductiva a los que pueden llegar mujeres y hombres de bajos recursos. Casi no existen estudios epidemiológicos que analicen el verdadero impacto de poner el máximo de los recursos en ese tipo de mejoras. Hay mucho por hacer allí antes de decidir que no queda otra que legalizar el aborto, pero por algún motivo esa gesta sigue sin ser liderada seriamente por nadie.
Otro argumento usual –y atendible, por supuesto- es la alarmante cantidad de mujeres que mueren a manos de un aborto clandestino y criminal. Esto es cierto, y terrible. Sin embargo, desde el punto de vista bioético seguimos partiendo de la petición de principios de que una vida es más valiosa que la otra, y olvidando que cualquier aborto, aún los practicados en las condiciones más favorables, conlleva un gran riesgo de morbi-mortalidad, dentro del cual no es menor la secuela psicológica. Un aborto siempre es devastador para la mujer que lo atraviesa, y, de nuevo, un enfoque hacia la solución parecería ser profundizar en las causas que la han llevado a ese embarazo, no sólo resolverle el aborto con mayor seguridad.
Habiendo dicho esto, aclaro que las razones religiosas para oponerse al aborto legal me parecen igualmente pobres y fuera de lugar. La religión, a estas alturas, debería reservarse el lugar de una simple elección de pensamiento y no arrogarse el derecho de opinar sobre las vidas ajenas. La Iglesia sigue teniendo un influjo demasiado importante en nuestra vida civil, considerando que no representa ni por asomo a las creencias de la mayoría de los habitantes de este planeta.
Dicho esto, me alegraría mucho más ver la misma cantidad de pancartas en Facebook, ya no con frases hechas y ligeras como “La mujer decide” sino a favor de que la educación y la salud lleguen a todos. Me parecería que empezamos, de una vez por todas, a discutir en el orden apropiado, no reduciendo la discusión a una mera reyerta entre perros y gatos.

jueves, 8 de marzo de 2012

El Pasado III


Intercambio de mensajes en red social:

Mujer, desconocida para mí, llamada Victoria: Hola Caro, por favor escribime al mail vicky@....
Yo:
Hola, ¿te conozco?
Ella:
Sí, soy hija de tu padre Elie
Yo (pensando, sin embargo, que no la conozco): ¡Qué sorpresa!
Es, sin embargo, la tercera o cuarta medio hermana que aparece en los últimos años, por lo cual no es tan exacto decir que me sorprende.

Y me quedo pensando si podría ser, si no es mucho pedir, que el pasado se vaya presentando de a poquito y no en oleadas tan vertiginosas.


*

Para leer al anochecer



Tiene sabor a lo de Dickens pero, increíblemente, también a Daudet o Gombrowicz. Uno mira la portada y queda automáticamente transportado a ese mundo gótico y crepuscular al cual el autor nos invita a entrar.
Tiene olor a ese libro de cuentos de fantasmas que uno leía de adolescente, saboreando el momento, a la luz de una vela cuando se cortaba la luz. Pero éste es para adultos, en un extraño sentido, por lo críptico, lo poco lineal y lo surrealista. Hay diálogos francamente imperdibles, historias que arrancan como el cuento clásico de terror pero terminan siendo sólo una promesa, el atisbo de un hecho misterioso, la víspera.
Dickens pasó, para mí, del ajado ejemplar de Oliver Twist que leía y releía de pequeña cuando fantaseaba con una huida del hogar hatillo al hombro y pan con queso como única vianda, a las páginas de hermosa y opaca tipografía del Kindle Touch. Pero sigue ahí, ajeno a los cambios de formato y, sobre todo, ajeno a mis cambios de opinión sobre su cuestionable, polémica, inefable y victoriana mirada sobre el mundo.

viernes, 17 de febrero de 2012

Entomología III: Sexo, mentiras y sobrepeso

Por esas cosas que tiene la vida, hace unos días me encontré incidentalmente compartiendo mesa con dos típicos ejemplares que alguna vez, con más lucidez y menos falta de sueño REM, describí en mi sección de entomología.
La charla versaba sobre una colega a quien me une un gran cariño pese al poco tiempo que llevo conociéndola. La chica de marras es la típica mujer que podríamos calificar de "bomba latina"- sexy, curvilínea y por sobre todas las cosas, segura de que su atractivo pasa por lugares muy distintos al modelo que nos vende la tevé. En realidad antes de este suceso no se me hubiera ocurrido empezar a describirla por su lado físico, pero los acontecimientos así lo justifican.
El caso es que las dos personitas que se sentaban a mi lado, convencidos tal vez de que contarían con mi complicidad (suelo ser bastante más empática con el humor masculino que con el femenino) comenzaron a emitir comentarios jocosos relacionados al supuesto "sobrepreso" de la chica en cuestión. Uno de ellos decidió con total convicción que a ella “le sobraban ocho kilos" y estaba, por ello, “sufriendo una involución” (sic) -todo esto, por supuesto, regado por risitas de ocasión... Oh Sigmund... el chiste y la ironía...)
Para ser sincera, el espectáculo de dos grandulones dándose codazos mientras comentan el tamaño del culo de una mujer me deja azorada. La charla no era, huelga decir, un manifiesto de preocupación sobre la salud de la chica, ni siquiera un educado comentario sobre una eventual preferencia por las mujeres flacas... era, por el contrario, el típico chascarrillo adolescente sobre el cuerpo de las mujeres, o su celulitis, o el grado en que la gravedad ha afectado sus glándulas mamarias. O sea, una pobreza de tópico. Yo, desembarazándome en el acto de la sintonía humorística que solía unirme a estos señores, no pude dejar de indignarme, aunque no tanto por "corporativismo de género" (carezco de tal) sino por un franco asombro de que hombres rondando sus cuarentas pudieran hacer un comentario tan gratuito, descalificante y empobrecedor sobre una mujer que a todos nos caía bárbaro y que es, obviando las subjetividades correspondientes, aceptablemente atractiva en los términos más convencionales de la palabra. Sospecho, a riesgo de ser cruel –pero me he propuesto que la mayor parte de mi crueldad fluya por este inofensivo blog- que ambos muchachotes tendrían que trabajar bastante para llevarse a una chica de su tipo a la cama... pero son sólo suposiciones.
No pude evitar que las siguientes preguntas acudieran en filita a mi mente: ¿quién carajo te pidió tu opinión? ¿no es dueña una mina de comerse un búfalo si se le canta?
Como era esperable, ante mis protestas de reconsiderar el exabrupto hubo una sarta de más risitas cómplices, pedidos de que me plegara al humor, y otras muestras de que la crítica estaba lejos de ser adulta y seriamente considerada. Es muy fácil, sobre todo para algunas personas que no se sienten a gusto siendo confrontadas en sus defectos, escudarse en el humor cerril para hacer frente a una opinión que los desnuda en su futilidad. Lo difícil, creo yo, es admitir que uno tal vez haya incurrido en un género de ofensa barata, bastante común por desgracia, y que alguna vez, para mala fortuna del chistoso, cae en oídos del interlocutor equivocado, esto es, el que lo confronta y lo expone en toda su pavotez.
Accesorio sería decir que quienes hablaban no eran adonis salidos del Olimpo. Inútil agregar que hasta donde yo sé tampoco están en pareja con ideales de la belleza publicitaria. Lo que me parece, en cambio, es que como tantas otras personas, quedaron presos de un discurso tramposo y simplificador que los lleva a pensar que es lícito opinar sobre la estética de las mujeres como si el mundo alrededor fuera a validar sus exabruptos sin excepción.
La verdad es que me divirtió, para variar, pararme en la vereda "feminista" por la cual no suelo caminar. Me pareció digna de asombro la negación sistemática de que existe un resabio sexista y discriminatorio en el cual, lamentablemente, muchas veces hombres y mujeres caen, y que consiste en hacer gracia de lo que no cumple con los cánones de la perfección irreal (en niños y adolescentes esto responde a una necesidad de identificación y afianzamiento de la personalidad mediante la segregación del diferente; en los adultos confieso que me tiene perpleja). Me sorprendió ver la agresividad con la que ciertos hombres se ponen, solidariamente, a defender lo indefendible, en lugar de aceptar que si fueran sus mujeres el objeto del escarnio ajeno, probablemente no estarían riéndose tan alto (aunque uno de ellos lo negó, es casi matemático que los mismos tipos que se burlan de la mujer desconocida suelen ser ridículamente cavernícolas a la hora de defender la propia o inventarle atributos que no posee).
Sentí algo parecido a otra situación ya descripta en este blog, cuando alguien que me cae simpático de pronto hace un comentario racista o discriminatorio, y pierde automáticamente todas las fichas, queda expuesto en su cortedad y superficialidad.
Amé con el alma al hombre que el azar decidió poner en mi camino, que en ese momento estaba a diez mil kilómetros de distancia y que me enamoró, entre otras cosas, por saber alabar la belleza femenina que le gusta, sin por ello caer en descalificaciones de todo el espectro restante.
No lo puedo evitar, ha vuelto la entomología a estas páginas. Los especímenes andan sueltos.

sábado, 28 de enero de 2012

Lugares Mágicos de EEUU


Hace tiempo vengo fantaseando muy intensamente con irme una temporada a estos dos lugares:
-Los Adirondacks: amanecer en el paisaje irreal de los lagos y montañas, salir a la madrugada y ver pasar un alce o un zorro caminero, creo que pienso en este viaje desde que Jerusha Abbott jugó aquí a la cacería del zorro con sus amigas bien acomodadas que podían costearse medias de seda.
-Detjeens Inn, Big Sur: tiene todo para no gustarme (el dueño, dicen, es malhumorado y fundamentalista anti progreso por lo cual no hay tevé ni en la sala de estar) pero todo para enamorarme: amanece brumoso, permanece crespuscular, su libro de visitas lo firmaron Kerouac y Henry Miller.

Por algún extraño motivo, últimamente y a pesar de viajar por los lugares más hermosos del mundo, no logro encontrar lo que busco, lo que vislumbro cuando aún estoy a miles de kilómetros y me atiborro de libros, fotos, reseñas.
Confío en que estos dos lugares mágicos me den in situ lo que me han venido dando a la distancia durante tantos pero tantos años.

viernes, 27 de enero de 2012

La Cueva de los Sueños Olvidados


Werner Herzog, además de cineasta, es nieto de un célebre arqueólogo, y el hallazgo de la gruta de Chauvet fue la llave mágica de esa preciosidad parida tiempo después: La Cueva de los Sueños Olvidados.

Me gustaría que fueran a verla todos, incluso los que abominan el cine 3D (¿y por qué entonces amar, sí, a las postales estereoscópicas de principios del siglo XX? ¿es sólo porque todo tiempo pasado fue mejor?)

Esta película tuvo, para mí, eso que tienen unas pocas –pienso ahora en La Hipótesis del Cuadro Robado-: una atmósfera onírica que se vislumbra desde la primera escena, cuando aún no hemos entrado en la cueva con los realizadores pero ya podemos oler el aire agreste de los acantilados de la Francia ancestral. Herzog logra, no sé cómo, incluir a la prehistoria en ese precioso tiempo antiguo que nos occidentales sentimos como la matriz cálida a la cual regresar, quizás precisamente porque esta película, a pesar de narrar hechos acontecidos hace treinta mil años, habla de la cultura, de la producción artística humana en tiempos en los cuales no imaginamos hombres que se nos pudieran parecer tanto.

La Cueva de los Sueños Olvidados se sumerge en las grutas de Chauvet donde alguien mucho más parecido a nosotros de lo que podríamos pensar plasmó sobre la roca unas pinturas de un lirismo asombroso. Los que piensan que el ícono del arte rupestre es la cueva de las manos, quedarán sorprendidos. Estos personajes pictóricos, es su mayoría animales, cuentan complejas historias desde su increíble concepto figurativo, y se parecen a los teatros de títeres que teníamos de niños, donde la modesta escenografía de cartón se superponía, mudaba y creaba movimiento. Los artistas utilizaron, también, el relieve de las grutas para dar sensación dinámica a las imágenes. Herzog piensa que esto es el cine en estado embrionario; a mí se me antoja más parecido a las cámaras oscuras que han utilizado los pintores desde la antigüedad, y son sin embargo fotografía propiamente dicha.

La música es hermosa, y suple en gran parte del film a las palabras que Herzog no quiso descriptivas ni documentales. Los científicos que tuvieron el privilegio de trabajar en la cueva tampoco prefieren el lenguaje académico para describir lo que han visto adentro, sino que relatan sus sensaciones, su perplejidad, la extraña comunión que sintieron al introducirse cada vez más profundo en la boca negra de la cueva (recordemos que todo fue hecho a la luz de las antorchas), la especie de inevitable profanación de volver a posar los ojos sobre imágenes tanto tiempo sepultadas.

Un hombre como nosotros, pero que convivió con los neandertales, se reconoce entre el anonimato de los otros pintores: tiene un dedo meñique quebrado, y al plasmar sus huellas nos permite, miles de años después, seguir su recorrido por las grutas donde pintó, adoró esbozos primigenios de deidades, luchó con animales monstruosos, se escondió quizás.

La huella de un oso contigua a la de un niño de unos ocho años nos llena de hipótesis a cual más intrigante: ¿se hicieron compañía? ¿uno fue la presa del otro? ¿cientos de años separan a esas dos huellas entre sí?

La calcita recubre a los fósiles y convierte a los huesos de los animales prehistóricos en bellos objetos de arte: el cráneo de un mamut brilla con luz nacarada cuando las cámaras lo barren.

Las pinturas están divididas y hay una recámara de los caballos, otra de los leones (y es gracias a este pintor anónimo que sabemos, después de siglos de imprecisiones, que el león antiguo no tuvo melena), y una donde se encuentra la única figura humana; la pelvis de una venus parecida a la de Willendorf, con tronco y cabeza de búfalo. Se ignora completamente por qué alguien pintó esta figura en la punta de una estalactita, ni qué significa que estos hombres ya pensaran en la trasmutación interespecie, qué significado le atribuían, qué clase de concepto mágico o religioso hay contenido en ese híbrido tantas veces repetido en la historia de la humanidad.

La cueva de Chauvet se cerró para siempre a la curiosidad humana, por lo cual este film y unos pocos materiales audiovisuales más son nuestra única oportunidad de asomarnos dentro y dejar que el hombre antiguo nos hable del miedo, la esperanza, la magia, el sueño. Se prenden las luces del cine y uno, literalmente, despierta.