viernes, 23 de diciembre de 2016

Aura II

Cuando era chica, pensaba que había sido tocada por una varita mágica.
Jugaba con amigos, tenía muñecas, perros, jardín y todo lo que un niño necesita para colmar su fantasía. Pero mis mundos imaginarios, desde que tengo memoria, discurrieron por otra parte.
Ya de muy pequeña (mis primeros recuerdos son notablemente precoces, los sitúo alrededor de los tres años), había cierta atmósfera onírica que me acompañaba a todas partes, y que muy tempranamente aprendí a reconocer como rara, distinta, peculiar.
Los años pasaron y por supuesto al pensamiento mágico (preguntarme si todas esas imágenes tan barrocas podrían pertenecer a una vida pasada), siguió una era racionalista que nunca me abandonó a decir verdad.
Aprendí a reconocer, que incluso muchas veces sin una jaqueca que lo siguiera, existía este estado particular de la consciencia donde todos los sentidos se afinaban y aparecían, incluso, recuerdos o sensaciones imposibles de ser ubicados en ningún punto concreto del pasado.
Cuando uno tiene un aura, es posible que el más tenue de los perfumes, por ejemplo ese primer aire de la primavera o el olor a lluvia, lo ponga en un estado para-real, donde se es totalmente capaz de interactuar y proseguir con el presente, mientras la vida interior bulle de sensaciones, sentimientos, añoranzas, incluso nostalgias por tiempos o espacios que muy posiblemente ni siquiera existan.
No tengo ninguna analogía más cercana que la de compararlo a la sensación que se tiene segundos después de emerger de un sueño particularmente intenso: hay un residuo onírico que se resiste a irse, cierta irrealidad, que se disipa tan rápido que al rato parece imposible haberla experimentado.
Y qué felicidad cuando alguna cosa que sí existe nos acerca a lo que no: una frase de Proust o Modiano, un cielo cargado de nubes pizarra en Ámsterdam, el perfume efímero de alguna paseante, pequeñas cosas que parecen escapadas de ese universo paralelo que muy rara vez nos toca vislumbrar.
Oliver Sacks llama a estos fenómenos “duermevelas”, “ensueños”, o “reminiscencias forzadas”. Nadie sabe bien de dónde vienen. Son de naturaleza parecida a los “déja-vu” o “jamais-vu”.

Para muchos, las auras son desagradables, mensajeras de la crisis migrañosa que se avecina. Para mí siempre fueron hermosas compañeras, ese ángel que sopla el sueño en el oído del durmiente.

No hay comentarios: