“-Lo
primero era un espermatozoide que tenía ojos, y de eso salió un renacuajo, y de
eso los reptiles, y después los dinosaurios…”
Los
conceptos biológicos de Uri son cada vez más consistentes, claro, pero me
enternece ese momento en el cual todavía ni siquiera se plantean las preguntas
correctas, donde hay un mundo fantástico que da explicación a tantas cosas, y
está bien que así sea.
Entonces
como no puedo con mi genio le explico que un espermatozoide es en realidad una
célula bastante evolucionada y que antes de eso hubo muchos pasos que condujeron a la vida en la Tierra.
Hablamos,
por espacio de una hora, de lo que es dominio de la biología pero
también de la filosofía: ¿qué dio comienzo a la vida? ¿dónde se dibujó la línea
divisoria entre los ingredientes sueltos (así se lo grafico) y la primera
combinación que pudo considerarse “viva”? Le cuento cómo somos, finalmente,
polvo de estrellas, porque los ingredientes que necesitábamos no estaban en
este páramo rocoso que era la Tierra sino en el centro de las estrellas, desde
donde viajaron hasta aquí en las aerolíneas más exóticas: meteoritos, choques
celestiales, detritos del espacio.
Le cuento
también cómo aparentemente toda esa materia prima yacía en su caldo primordial
que es el agua y algo, probablemente un impulso eléctrico parecido al que animó
a Frankenstein, agrupó a las moléculas en la primera frontera entre lo vivo y
lo inanimado: una membrana celular que definía un "interior" y a la vez lo protegía. Y cómo a partir de allí, todo lo que
conocemos como vivo floreció imparable.
Aprovecho
para explicarle eso que sabemos desde hace tan sólo semanas y que aparentemente
implica una verdad asombrosa e inabarcable: el descubrimiento de las ondas
gravitacionales en el “borde” de nuestro universo, allí donde es lejano y frío y
antiguo, que lleva a concluir que lo que conocemos como universo sería, en
realidad, un multiverso, un conjunto de cosmos (quién sabe cuántos), tan
complejos y enormes como este, rodeados por su propia burbuja (que quizás se parezca a esa membrana primigenia) y a priori
desconectados entre sí. A Uri le gusta la idea de las burbujas y, por supuesto,
piensa que algún día llegaremos a la frontera de nuestro propio universo para
atisbar las brumas de los universos vecinos.
Y en algún
momento, porque se agota este tema de la biología y la cosmología antiguas (y
qué asombroso que no se agotara antes, siendo mi maravilloso niño de sólo
nueve años), le propongo cantarnos canciones. Se recuesta sobre mí, tiene algo
de tos, me digo que este será un recuerdo de su niñez: yo enfermo, recostado sobre el pecho de mi madre, cantándonos canciones,
que así se construyen esas fotografías de la infancia. Elijo cantarle primero
Canción de Alicia en el País; le gusta, la conoce. Después se me ocurre
cantarle Seminare. Sucede que Seminare, antes de convertirse para mí y para
toda una generación en la canción de rigor de los fogones, antes de gastarse,
era una canción genial, ¿pero qué canción inaugural de nuestra
adolescencia no es hermosa? Y tengo un recuerdo muy específico ligado a esa
canción: la estamos cantando luego de alguna fiesta, acompañados de un par de
guitarras (una de las cuales soy yo), mi grupo del Teatro Escuela: Lucrecia,
Yanina, Eduardo, Lionel… Y Yanina, que era una hermosa chica, especial,
alunada, empieza a cantarla sola y yo respondo espontáneamente desde la
inocencia de mis dieciséis años a cada una de sus estrofas: “Nena nadie te va a hacer mal…” canta
ella, –“Mentira!”, exclamo yo, seguramente desde la primera decepción amorosa o
algo parecido- “Pero nunca te encontrarás
al escaparte” –“Eso es verdad!”, agrego.
Pero hoy, veinte años después, yo le estoy cantando esta misma canción a mi hijo que
nada sabe de mis días del Teatro Escuela y entonces algo mágico sucede:
Yo le canto,
estoy a la mitad de la canción, y oigo que Uri me dice despacito, luego de cada
frase: “Eso no es verdad”… “Eso es verdad”…
Me quedo
muda.
Por
supuesto, no son los mismos versos los que responde; él está interesado en decirme
que no es verdad que estemos en la calle de la sensación, pero que sí es verdad
que estamos muy lejos del sol que quema de amor… claro, las verdades y mentiras
de los nueve no son las mismas que las de los dieciséis.
Y una vez
más, las cosas se anudan, y para colmo ahora sabemos que se anudan en un multiverso
todavía más amplio, y que en esta infinitesimal parte del mismo somos dos
partículas primordiales hablando de las mismas cosas; ¿por dónde viajarán? ¿qué
otras maravillas descubriremos sobre la mágica hélice que codifica nuestra
vida?
Me siento
pequeña e ignorante y un poquito triste por todo lo que no veré, pero en
sintonía con algo enorme. Y que no sea místico ni religioso en absoluto, es la parte más hermosa de todo.