viernes, 17 de febrero de 2012

Entomología III: Sexo, mentiras y sobrepeso

Por esas cosas que tiene la vida, hace unos días me encontré incidentalmente compartiendo mesa con dos típicos ejemplares que alguna vez, con más lucidez y menos falta de sueño REM, describí en mi sección de entomología.
La charla versaba sobre una colega a quien me une un gran cariño pese al poco tiempo que llevo conociéndola. La chica de marras es la típica mujer que podríamos calificar de "bomba latina"- sexy, curvilínea y por sobre todas las cosas, segura de que su atractivo pasa por lugares muy distintos al modelo que nos vende la tevé. En realidad antes de este suceso no se me hubiera ocurrido empezar a describirla por su lado físico, pero los acontecimientos así lo justifican.
El caso es que las dos personitas que se sentaban a mi lado, convencidos tal vez de que contarían con mi complicidad (suelo ser bastante más empática con el humor masculino que con el femenino) comenzaron a emitir comentarios jocosos relacionados al supuesto "sobrepreso" de la chica en cuestión. Uno de ellos decidió con total convicción que a ella “le sobraban ocho kilos" y estaba, por ello, “sufriendo una involución” (sic) -todo esto, por supuesto, regado por risitas de ocasión... Oh Sigmund... el chiste y la ironía...)
Para ser sincera, el espectáculo de dos grandulones dándose codazos mientras comentan el tamaño del culo de una mujer me deja azorada. La charla no era, huelga decir, un manifiesto de preocupación sobre la salud de la chica, ni siquiera un educado comentario sobre una eventual preferencia por las mujeres flacas... era, por el contrario, el típico chascarrillo adolescente sobre el cuerpo de las mujeres, o su celulitis, o el grado en que la gravedad ha afectado sus glándulas mamarias. O sea, una pobreza de tópico. Yo, desembarazándome en el acto de la sintonía humorística que solía unirme a estos señores, no pude dejar de indignarme, aunque no tanto por "corporativismo de género" (carezco de tal) sino por un franco asombro de que hombres rondando sus cuarentas pudieran hacer un comentario tan gratuito, descalificante y empobrecedor sobre una mujer que a todos nos caía bárbaro y que es, obviando las subjetividades correspondientes, aceptablemente atractiva en los términos más convencionales de la palabra. Sospecho, a riesgo de ser cruel –pero me he propuesto que la mayor parte de mi crueldad fluya por este inofensivo blog- que ambos muchachotes tendrían que trabajar bastante para llevarse a una chica de su tipo a la cama... pero son sólo suposiciones.
No pude evitar que las siguientes preguntas acudieran en filita a mi mente: ¿quién carajo te pidió tu opinión? ¿no es dueña una mina de comerse un búfalo si se le canta?
Como era esperable, ante mis protestas de reconsiderar el exabrupto hubo una sarta de más risitas cómplices, pedidos de que me plegara al humor, y otras muestras de que la crítica estaba lejos de ser adulta y seriamente considerada. Es muy fácil, sobre todo para algunas personas que no se sienten a gusto siendo confrontadas en sus defectos, escudarse en el humor cerril para hacer frente a una opinión que los desnuda en su futilidad. Lo difícil, creo yo, es admitir que uno tal vez haya incurrido en un género de ofensa barata, bastante común por desgracia, y que alguna vez, para mala fortuna del chistoso, cae en oídos del interlocutor equivocado, esto es, el que lo confronta y lo expone en toda su pavotez.
Accesorio sería decir que quienes hablaban no eran adonis salidos del Olimpo. Inútil agregar que hasta donde yo sé tampoco están en pareja con ideales de la belleza publicitaria. Lo que me parece, en cambio, es que como tantas otras personas, quedaron presos de un discurso tramposo y simplificador que los lleva a pensar que es lícito opinar sobre la estética de las mujeres como si el mundo alrededor fuera a validar sus exabruptos sin excepción.
La verdad es que me divirtió, para variar, pararme en la vereda "feminista" por la cual no suelo caminar. Me pareció digna de asombro la negación sistemática de que existe un resabio sexista y discriminatorio en el cual, lamentablemente, muchas veces hombres y mujeres caen, y que consiste en hacer gracia de lo que no cumple con los cánones de la perfección irreal (en niños y adolescentes esto responde a una necesidad de identificación y afianzamiento de la personalidad mediante la segregación del diferente; en los adultos confieso que me tiene perpleja). Me sorprendió ver la agresividad con la que ciertos hombres se ponen, solidariamente, a defender lo indefendible, en lugar de aceptar que si fueran sus mujeres el objeto del escarnio ajeno, probablemente no estarían riéndose tan alto (aunque uno de ellos lo negó, es casi matemático que los mismos tipos que se burlan de la mujer desconocida suelen ser ridículamente cavernícolas a la hora de defender la propia o inventarle atributos que no posee).
Sentí algo parecido a otra situación ya descripta en este blog, cuando alguien que me cae simpático de pronto hace un comentario racista o discriminatorio, y pierde automáticamente todas las fichas, queda expuesto en su cortedad y superficialidad.
Amé con el alma al hombre que el azar decidió poner en mi camino, que en ese momento estaba a diez mil kilómetros de distancia y que me enamoró, entre otras cosas, por saber alabar la belleza femenina que le gusta, sin por ello caer en descalificaciones de todo el espectro restante.
No lo puedo evitar, ha vuelto la entomología a estas páginas. Los especímenes andan sueltos.