Corría el año 2012 o 2013. En nuestra compañía si hay algo
que siempre ha sobrado es el “catering” y en ese entonces apareció en las redes
una ONG que casualmente, se ocupaba de redireccionar las sobras de los festines
burgueses hacia destinos más necesitados (comedores, escuelas, hogares)
Como era de esperarse varios de nosotros enseguida relacionamos
el excedente de sandwichitos con una obra que podía ajustarse perfecto: ¿por
qué no llamar a los de Plato Lleno, apenas terminaba alguna de nuestras
reuniones, y que llevaran todas esas delicias a quienes lo pudieran aprovechar?
La respuesta no se hizo esperar, aunque no era la que
esperábamos. “Sabés qué, negra” –me dice en confianza una persona que colabora
con el área de Comunicaciones de la empresa- “en realidad es un chino. Es más fácil
si vos decís que te la llevás a tu casa y en la otra cuadra se la das a algún
homeless” (abunda el léxico anglosajón entre los colaboradores de una multi,
aún los que tienen sensibilidad social como era el caso de éste) “Nadie quiere
comerse un garrón si algún chico se intoxica, me entendés?”
El final de esta historia es que seguimos atiborrándonos de canapés
y viendo por Facebook cómo otras compañías –pymes, en su mayoría- sí corrían el
riesgo de “intoxicar” a algún niño con salmón o jamón crudo.
Tiempo después, tocó el turno de inaugurar RSE (ninguna
empresa que se precie puede ignorar que levanta la imagen devolver algo a la
comunidad bajo la forma de Responsabilidad Social Empresaria). Los elegidos,
esta vez: el hogar Conín del Dr Abel Albino. Polémicas aparte (el doctor tuvo en
su día algunos dichos públicos cuanto menos debatibles), hacía ruido que
estuviéramos ayudando a los mismos que ya veíamos ayudar en prime time por
canales de alcance masivo. Algo, una intuición no demasiado aguda, nos indicaba
que seguramente había muchos otros grupos desatendidos y que era nuestra gran
oportunidad repartir allí donde nadie llegara.
Y de nuevo vino la explicación de, a esta altura, la voz de
la consciencia personificada en un empleado de RRHH: “Nadie quiere quedar
pegado con un Padre Grassi, nunca más. Ahora ante la menor duda de que haya
algo poco prístino y que nuestra imagen quede mancillada, solo donamos a ONGs de
reputación intachable, responsables inscriptas y con todos los pibes vacunados.”
Que no se malinterprete, todo lo que vi cuando estuve en el
hogar Conin es digno de elogio, y es indudable que se ayuda a individuos en
máxima carencia. Pero en lo colectivo uno termina con la sensación de que el
circuito de la solidaridad siempre anda los mismos caminos, y que por un
excesivo cuidado de la propia espalda, se deja de apostar a grupos humanos
igual de organizados pero tal vez menos marketineros.
Hace unos días, ya en otra empresa, recibimos la visita de
la ONG que con la que actualmente colaboramos. Debo decir que mismo perfil:
máxima organización, impronta fuertemente cristiana (aunque se declaren laicos
para no ahuyentar ningún posible benefactor, no es ocioso que el logo ostente
una cruz y que todos los hogares tengan nombres de beatos), coordinadores de
clase alta que también intercalan demasiada palabra en inglés, y por último –y esto
es mi opinión personal únicamente- cierto concepto de la caridad que tiene al
pobre como sujeto receptor pasivo, pero no termina de empoderarlo ni
acompañarlo en ningún proceso que conduzca al movimiento social ascendente.
Nuevamente es menester decir que todo lo que hacen es
loable. Pueden caerme mejor o peor, pueden ser la ONG que yo elija o no para
dejar mi humilde aporte, pero al final del día HACEN, y eso es más de lo que
muchos pueden decir.
Por supuesto, surgieron entre la audiencia airadas preguntas
de “Y dónde está el Estado?!” Todos sabemos que la solidaridad popular aflora
allí donde el Estado suele estar ausente o como mínimo insuficiente.
Sin embargo, apuesto lo que sea a que quienes preguntaron
eso, no saben qué programas sociales hay en marcha (y me refiero a este gobierno
o el anterior), cómo podemos ayudar todos desde el aparato estatal, y cómo podríamos
mejorar lo hecho; es muy fácil demonizar a un “Estado” simbólico y abstracto,
pero nos olvidamos fácilmente que ese Estado somos todos y que lo que se hace o
deja de hacer muchísimas veces ocurre por acción u omisión de los ciudadanos.
Termina el día y comemos los sandwichitos, alguno se quejará
de las movilizaciones que por estos días abundan en la ciudad (la pobreza es
aceptable solo cuando no se queja, o si se queja sólo por las vías que nosotros
consideremos adecuadas), otros irán a festejar las pascuas y repasar el
concepto del pecado.
En el impenetrable chaqueño, capaz, hay un grupito de no más
de veinte o treinta personas, que no saben lo que es una personería jurídica,
pero que serían igual de felices si les juntáramos los juguetes para un Día del
Niño que probablemente desconocen.