sábado, 15 de abril de 2017

Caridad Cristiana

Corría el año 2012 o 2013. En nuestra compañía si hay algo que siempre ha sobrado es el “catering” y en ese entonces apareció en las redes una ONG que casualmente, se ocupaba de redireccionar las sobras de los festines burgueses hacia destinos más necesitados (comedores, escuelas, hogares)
Como era de esperarse varios de nosotros enseguida relacionamos el excedente de sandwichitos con una obra que podía ajustarse perfecto: ¿por qué no llamar a los de Plato Lleno, apenas terminaba alguna de nuestras reuniones, y que llevaran todas esas delicias a quienes lo pudieran aprovechar?
La respuesta no se hizo esperar, aunque no era la que esperábamos. “Sabés qué, negra” –me dice en confianza una persona que colabora con el área de Comunicaciones de la empresa- “en realidad es un chino. Es más fácil si vos decís que te la llevás a tu casa y en la otra cuadra se la das a algún homeless” (abunda el léxico anglosajón entre los colaboradores de una multi, aún los que tienen sensibilidad social como era el caso de éste) “Nadie quiere comerse un garrón si algún chico se intoxica, me entendés?”
El final de esta historia es que seguimos atiborrándonos de canapés y viendo por Facebook cómo otras compañías –pymes, en su mayoría- sí corrían el riesgo de “intoxicar” a algún niño con salmón o jamón crudo.
Tiempo después, tocó el turno de inaugurar RSE (ninguna empresa que se precie puede ignorar que levanta la imagen devolver algo a la comunidad bajo la forma de Responsabilidad Social Empresaria). Los elegidos, esta vez: el hogar Conín del Dr Abel Albino. Polémicas aparte (el doctor tuvo en su día algunos dichos públicos cuanto menos debatibles), hacía ruido que estuviéramos ayudando a los mismos que ya veíamos ayudar en prime time por canales de alcance masivo. Algo, una intuición no demasiado aguda, nos indicaba que seguramente había muchos otros grupos desatendidos y que era nuestra gran oportunidad repartir allí donde nadie llegara.
Y de nuevo vino la explicación de, a esta altura, la voz de la consciencia personificada en un empleado de RRHH: “Nadie quiere quedar pegado con un Padre Grassi, nunca más. Ahora ante la menor duda de que haya algo poco prístino y que nuestra imagen quede mancillada, solo donamos a ONGs de reputación intachable, responsables inscriptas y con todos los pibes vacunados.”
Que no se malinterprete, todo lo que vi cuando estuve en el hogar Conin es digno de elogio, y es indudable que se ayuda a individuos en máxima carencia. Pero en lo colectivo uno termina con la sensación de que el circuito de la solidaridad siempre anda los mismos caminos, y que por un excesivo cuidado de la propia espalda, se deja de apostar a grupos humanos igual de organizados pero tal vez menos marketineros.
Hace unos días, ya en otra empresa, recibimos la visita de la ONG que con la que actualmente colaboramos. Debo decir que mismo perfil: máxima organización, impronta fuertemente cristiana (aunque se declaren laicos para no ahuyentar ningún posible benefactor, no es ocioso que el logo ostente una cruz y que todos los hogares tengan nombres de beatos), coordinadores de clase alta que también intercalan demasiada palabra en inglés, y por último –y esto es mi opinión personal únicamente- cierto concepto de la caridad que tiene al pobre como sujeto receptor pasivo, pero no termina de empoderarlo ni acompañarlo en ningún proceso que conduzca al movimiento social ascendente.
Nuevamente es menester decir que todo lo que hacen es loable. Pueden caerme mejor o peor, pueden ser la ONG que yo elija o no para dejar mi humilde aporte, pero al final del día HACEN, y eso es más de lo que muchos pueden decir.
Por supuesto, surgieron entre la audiencia airadas preguntas de “Y dónde está el Estado?!” Todos sabemos que la solidaridad popular aflora allí donde el Estado suele estar ausente o como mínimo insuficiente.
Sin embargo, apuesto lo que sea a que quienes preguntaron eso, no saben qué programas sociales hay en marcha (y me refiero a este gobierno o el anterior), cómo podemos ayudar todos desde el aparato estatal, y cómo podríamos mejorar lo hecho; es muy fácil demonizar a un “Estado” simbólico y abstracto, pero nos olvidamos fácilmente que ese Estado somos todos y que lo que se hace o deja de hacer muchísimas veces ocurre por acción u omisión de los ciudadanos.
Termina el día y comemos los sandwichitos, alguno se quejará de las movilizaciones que por estos días abundan en la ciudad (la pobreza es aceptable solo cuando no se queja, o si se queja sólo por las vías que nosotros consideremos adecuadas), otros irán a festejar las pascuas y repasar el concepto del pecado.
En el impenetrable chaqueño, capaz, hay un grupito de no más de veinte o treinta personas, que no saben lo que es una personería jurídica, pero que serían igual de felices si les juntáramos los juguetes para un Día del Niño que probablemente desconocen.