martes, 5 de enero de 2010

El Pasado (y no de Alan Pauls)

En contra de quienes piensan que ahora es Facebook la fuente de todo reencuentro con el pasado, a mí el pasado me encara todo el tiempo en los lugares más caprichosos.
Hoy, por ejemplo, frente a la vidriera de Ferraro mientras decidía si compraba un par de sandalias divinas. En eso andaba cuando me aborda un hombre de unos cuarenta y cinco años, y al “Disculpame” pensé inmediatamente que se trataba de un intento de levante, o un loco que me iba a lanzar una profecía… es que nada en mi actitud, absorta como estaba en la contemplación de los zapatos, invitaba a preguntar por una calle o la parada de un colectivo.

-¿Sos Carolina?, me dice el hombre
-…Sí… (saliendo del sueño zapateril, sacándome los auriculares del MP3)
-¿No sabés quién soy?
-…
-Mirame bien
-…
-Soy tu hermano, me dice

Y explotó la caja de los recuerdos. Mi medio hermano Pablo, mitad leyenda, mitad sueño, que no podía ser ese hombre de cuarenta y tantos si en mi recuerdo era, todavía y siempre, un adolescente.
Charlamos, claro. Hubo inmediata empatía; decidí en una décima de segundo que pese a los secretos familiares y las intrigas y el desconocimiento no actuaría con recelo ni especularía ni trataría de mostrarle los dientes para no ser lastimada. Simplemente le hablé. Le dije que ya no me sorprendía que retazos de mi historia aparecieran así, de la nada, cuando ya no los esperaba, que ramas y ramas de mi árbol genealógico anduvieran por ahí al acecho para siempre sorprenderme un poco más.

-¿Pero vos no vivías en el sur?

Lo último que yo había sabido de él, era que se había enamorado de una chica que no era lo que mi padre soñaba para él, y que peleadísimo se había ido a vivir al sur. Sin embargo, vive en San Luis, y es profesor de tenis, y tiene una hija que según sus palabras es más alta que yo.

-Vos escribís, me dice

Le digo que eso es sólo una parte de mí que conoce quien me googlea, pero que soy médica, madre, esposa, que tengo otra vida que no puede ser rastreable por internet.
Y mientras hablamos, y nos intercambiamos teléfonos que probablemente nunca vayamos a usar, yo no paro de mirarlo y pensar que es imposible, que este hombre algo ajado por los años no puede ser mi medio hermano Pablo, el que tenía un amigo italiano (Octavio) que era la perdición de las chicas, el que un día juntó unas monedas para llevarnos al Italpark, el que siguió teniendo siempre una habitación en cada casa que habitábamos (“la pieza de Pablo”) pese a que era poco probable que volviera a ocuparla alguna vez.
Me acordé de una parte de “Before Sunrise”, donde Celine le muestra a Jesse su tumba preferida en el cementerio de Viena (la tumba de una niña muerta hacía siglos, que ella solía visitar cuando era chica) y en ese momento descubre que ahora ella ya no tiene la misma edad que la niña muerta, que ésta siempre tendrá nueve años mientras Celine seguirá creciendo. Así era Pablo para mí, cristalizado en sus dieciocho o diecinueve, hasta que volvió a mi vida para mostrarme que el tiempo también pasó para él.

-No soy fisonomista, le dije, disfrazando mi desconcierto. Pero todo ya estaba bastante dicho entre nosotros.

1 comentario:

S.S. dijo...

Realmente increible.