La Kristallnacht, o Noche de los Cristales Rotos, ocurrida en Berlín el 9 de Noviembre de 1938, suele ser considerada como el comienzo del Holocausto.
Esa noche, grupos vandálicos nazis salieron a romper las vidrieras de los miles de comercios de propietarios judíos que había en la ciudad, destrozaron sinagogas, vejaron a los israelitas ortodoxos que se cruzaron en su camino e incluso asesinaron a un puñado de ellos. Fue una especie de pogrom relámpago y predictor de la barbarie que muy pronto habría de cernirse sobre los judíos de toda Europa.
Hechas las presentaciones, ahora debería contar que hace algunos años trabajé como voluntaria en la Fundación Memoria del Holocausto, que para aquel entonces comenzaba una ciclópea tarea de recopilar la mayor cantidad posible de testimonios de sobrevivientes de la Shoah, antes incluso del colosal archivo audiovisual que habría de encarar Spielberg con algo más de laureles. Debo decir que, además del obvio impacto que significó escuchar las historias más tristes y las odiseas sufridas por estas personas que lograron sobrevivir, a los jóvenes que hacíamos las veces de interlocutores también nos embargaba una especie de silente orgullo, emanado del triste privilegio de sabernos la última generación que habría de escucharlos y recoger sus memorias. No pocas veces pienso en esa tremenda paradoja de que mi hijo quizás sentirá interés por conocer las historias de sus bisabuelos y quienes vivieron en su época, y tendrá que conformarse con el relato deformado que yo le cuente o con los recursos de archivo.
Uno de estos heroicos sobrevivientes que me tocó conocer fue Charles Papiernik. Charles, nacido en Polonia y sobreviviente de la mayor fábrica de la muerte que la humanidad haya conocido jamás –Auschwitz- tenía infinidad de historias para contar. La sola estadía en ese paraje de pesadilla alcanzaba para llenar un libro, pero además resulta que Charles había militado en el Bund,-la Unión de Trabajadores Judíos lituanos, polacos y rusos -, en la Juventud Socialista de Francia, y había conocido al amor de su vida y actual esposa en medio del horror de Auschwitz, donde él mismo tuvo que darle la noticia de la muerte de su padre… una vida que no podía apagarse sin dejar su testimonio.
Sin embargo, la página más apasionante de la vida de Charles no habría de ocurrir en el campo de exterminio sino antes, durante su tiempo de activista en París. En esos días Charles trabó amistad con un taciturno militante alemán, Herszl Grynszpan, quien había huido hacia Francia dejando atrás a su familia en medio de la inhóspita tierra que comenzaba a ser Alemania para los judíos. Herszl solía conversar sobre esto con Charles durante largas noches, intentando encontrar la forma de ayudar a los cientos de miles de judíos sojuzgados en Polonia y Alemania. Era evidente que la situación lo afectaba muchísimo. Mientras tanto, ambos colaboraban con la venta del periódico socialista “Le Populair” y juntaban fondos para la República Española.
Sin embargo, una noche –para ser más precisos la del 5 de Noviembre de 1938- Herszl se apareció en un estado de gran agitación en medio de un mitín socialista. Insistió en que necesitaba hablar con Charles, aliviar su desasosiego, tratar de encontrar juntos la forma de ayudar a su familia que al parecer escribía desgarradoras cartas desde el Berlín nazi.
Por esas cosas de la vida, Charles esa noche no pudo prestarle demasiada atención. Se lo sacó de encima con amabilidad, prometiéndole una larga conversación al día siguiente, cuando las obligaciones activistas se lo permitieran. Sin embargo, nunca lo volvería a ver.
Al otro día Herszl fue tapa de todos los diarios por haber asesinado con un arma de fuego al secretario de la embajada alemana en París. Al parecer, y por error, Herszl lo confundió con el embajador nazi Beck, a quien intentaba ultimar en realidad por considerarlo responsable de los tormentos ocurridos en Alemania.
Este lamentable hecho fue tomado por los nazis como excusa para desatar su furia contra los judíos alemanes, y así fue que a los pocos días ocurrió la Kristallnacht.
Tantos años después y un océano mediante, Charles Papiernik aún se sentía responsable por su azarosa participación en la cadena de sucesos que desembocaron en la Noche de los Cristales Rotos. Se repetía a sí mismo, con una culpa que jamás iba a ceder, que si esa noche se hubiera permitido unos minutos para hablar con Herszl, para desalentarlo de sus ideas de venganza, tal vez la historia hubiera sido distinta. Nada habría de detener el curso imparable del nazismo y la Shoah, naturalmente, pero es posible que al menos esa noche emblemática no hubiera ocurrido.
Quién lo sabe.
Curiosamente, poco sabemos sobre el destino de Herszl Grynszpan. Lo más probable es que haya sido deportado luego de su encarcelamiento, para encontrar la muerte que les esperaba a los judíos europeos, es decir, el campo de exterminio y las largas marchas de la muerte.
Charles logró sobrevivir a mil y un peripecias y arribó a nuestro país junto con su esposa Marceline. Su testimonio es uno entre miles y miles que merecen ser oídos, que configuran la historia y hablan por las otras miles de voces exterminadas.
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