sábado, 12 de diciembre de 2009

Más madres, el vicio de leer y contiendas de Mamá Ganso

Una frase inocente en una página web social, “¡Mi hijo lee!”, tuvo efectos inesperados. Lo que nació por motivaciones totalmente puras, es decir, sorpresa y alegría por un logro más adquirido por un hijo, me devolvió facetas de algunas personas que honestamente me asombraron…
No puedo soslayar el hecho de que esas personas tienen hijos de edades parecidas al mío y, en un acto que confieso no entender demasiado, viraron directamente para el lado de la comparación burda y llana. ¿POR QUE??
Digo, sin ánimo de postularme como modelo de compostura: por qué es tan inevitable comparar las “proezas” de los hijos, al punto de que muchas veces me he encontrado en la ridícula sensación de tener que ocultar o no comentar cosas que hace mi hijo, por miedo a que se lo tome como un show-off, como un pavoneo propio de una momma goose que no hace otra cosa de su vida, como algo, en definitiva, que no es.
La reacción de estas madres, cual modernas émulas de Montessori, fue del estilo de bajarle el perfil a lo de la lectura enarbolando la supuesta bandera de que no es tan importante a esta edad, que es mejor que un niño “no queme etapas”, que no hay que forzarlos con eso (a pesar de que aclaré que, lejos de haberlo forzado, hasta me sentí culpable por haber descubierto esta habilidad de mi hijo de casualidad, sin haberlo ayudado ni un poquito a que la adquiriese)
No estoy a priori en contra de lo que fundamentan estas madres (al menos, no del todo); lo curioso es que provenga de madres que habitualmente no pierden oportunidad de jactarse de lo especiales y sensitivos que son sus hijos (especialidad y sensitividad que francamente a veces me cuesta identificar, pero bueno, eso ya es harina de otro costal)
Entonces, la moraleja es la siguiente: los logros o habilidades son importantísimas cuando se trata del niño propio y superfluas, e incluso indeseables, en niño ajeno.
Yo siempre me he sentido más cerca de las madres “pudorosas”, las que entienden que lo que ellas ven de especial en sus hijos, los demás seres de este planeta no tienen por qué verlo. Que la amorosa caquita de nuestro recién nacido sólo es inodora para nosotras (y hasta por ahí nomás) ¿Quieren la verdad? Sí, realmente creo que mi hijo es muy inteligente, sensible, y preveo que tendrá una natural inclinación por la cultura y la intelectualidad, considerando que creció y seguirá creciendo en una casa donde el libro es un objeto ubicuo, la lectura es algo que ve hacer a sus padres todo el tiempo, y la creatividad es parte crucial del trabajo que desarrolla su padre para ganarse la vida y su madre para despuntar el vicio. Tampoco, si me apuran, me asombra que aprenda a leer a los cuatro años ya que yo hice lo mismo, y sin siquiera concurrir al preescolar. Ahora… si preguntan a mis amistades si alguna vez hice gala de eso, o siquiera lo mencioné… creo que la respuesta es obvia.
Por eso me extraña y me duele esta reacción ante una pequeña frase de mi parte que no hizo sino manifestar mi sentir ante un hito que, aunque casi todos los humanos logramos más tarde o más temprano, no deja de ser celebrable y emocionante cuando se expresa por primera vez.
Ojalá la inseguridad, el miedo de “no ser menos”, no nublara la visión de las personas bienintencionadas. En otros ámbitos, es entendible la competencia, pero cuando se trata de nuestros hijos, no es tan importante dirimir quién la tiene más grande.

1 comentario:

S.S. dijo...

Es muy difícil de comprender a aquellos personajes que, por frustración y fracaso, sienten la necesidad de hundir a un barco para no hundirse solos.
Sin embargo, la vida te dio alas, a vos y a tu familia, y es por eso que nunca lograrán participarte en ningún éxodo.