miércoles, 9 de diciembre de 2009

Disgresiones sobre el método científico, las madres y otras yerbas

Una conversación cualquiera con L despertó en mí reflexiones epistemológicas, con las cuales cada vez me siento más identificada.
Todo empezó porque mi hijo tiene, como millones de otros niños, molusco contagioso, una dermatosis viral para la cual no hay tratamiento específico salvo la remoción quirúrgica. Es, por suerte, una dolencia más estética que otra cosa por lo cual dejaré que el bicho cumpla su ciclo de algunos meses y decida dejar el huésped por sí solo.
L, fan de la homeopatía, me informó con mucho convencimiento de que tanto su hijo como algunos compañeritos más que recibieron microdosis de algún preparado homeopático, perdieron sus moluscos en el lapso exacto vaticinado por el homeópata, mientras que sus incautos amiguitos, víctimas de la alopatía, parece que tienen para rato.
Sin embargo, lo que gatilló mis reflexiones no fue eso.
Fue la amiga de L, quien, en una corriente muy parecida (por algo los amigos son amigos, después de todo), y ante mi afirmación de que jamás expondría a mi hijo a una sustancia que no haya demostrado eficacia, me dijo algo así como “Claro, no sea cosa que funcione y toda tu estantería se venga abajo…”
Obviamente, charla informal en la plaza, no daba para un entuerto epistemológico. Una vez más, mis argumentos dieron lugar a un simple asentimiento (estas batallas suelen agotarme antes de comenzadas)
Y lo que reflexioné fue lo siguiente:
Es curioso que los seguidores de prácticas que a los ojos de la ciencia moderna son el dogma por excelencia (ejemplo, el psicoanálisis o la homeopatía), piensen que un amigo del método científico puede llegar a temerle al cambio del paradigma. Qué otra cosa es la historia de la ciencia, sino un constante enamoramiento fugaz de lo “mejor que conocemos al momento”, hasta que sea reemplazado por otra cosa (paradigmas enteros, a veces) que demostró ser más cercana a la verdad. Qué curioso que crean que un simpatizante de la medicina (o lo extendería a la CIENCIA) basada en la evidencia, tendría a priori un encono con cualquier molécula que demuestre ser eficaz. ¿Hay algo más democrático que la ciencia pura, donde lo que cualquiera demuestre fehacientemente, tiene inmediata validez si puede ser reproducido por el que así lo desee?
Pero lo más curioso, lo que sigue sorprendiéndome enormemente, es la capacidad que tienen estas personas de desconocer por completo la forma en la que se produce evidencia en el mundo moderno, insistiendo con que su experiencia personal (llámese “mis hijos”, “mis amigos”, “a un primo de mi tía”) tiene la fuerza de representar al todo, de convertirse sin problemas en una muestra representativa, de servir de evidencia. Me vi tentada de contarles el viejo mito que contaba mi profesor de Metodología de la Investigación, acerca de cierto pueblo primitivo convencido de que, luego de un eclipse, el tocar los tambores producía la reaparición del sol. Quién podía negárselos, después de todo, si esto ocurría el 100% de las veces. ¿Pero qué le faltaba a este esbozo de experimento? El grupo control, precisamente. Faltaba ver qué ocurría, bajo las mismas condiciones, pero sin el toque del tambor. O sea, qué le pasa a la culebrilla si no le aplico tinta china… qué le pasa al molusco si no le doy globulitos. Sería interesante contarle a estas madres que, así como su fuerza de evidencia les parece abrumadora, también hay millones de personas en el mundo dispuestas a aseverar que luego de la aplicación de agua bendita se produjo alguna cura, o luego de un rezo se concretó determinado imposible. Les aseguro que, si quisiéramos publicarlos, tendríamos una casuística impresionante de este tipo. Y sin embargo, convenimos en que eso no los convierte en evidencia, ni agrega al agua bendecida por un cura propiedades que no posea el agua de la canilla.
También me asombra la falta de consideración del efecto placebo, fenómeno tan estudiado para nuestros días que se asume siempre presente y se adiciona al resultado de cualquier producto, sea eficaz o no, y que ha servido de fundamento para el diseño doble ciego de la mayoría de los experimentos modernos. ¿Desconocen estas madres que lo que le administren a sus hijos desde la fe, tendrá necesariamente un efecto mayor que lo que administren desde el escepticismo? ¿Valdría la pena aclararles que el efecto placebo no es un ente borroso sino que se ha estudiado exhaustivamente al punto de no poder divorciarlo de ningún experimento médico? Para no hablar del sesgo, que hace que inevitablemente creamos ver mejores resultados con aquellas opciones que nos resultan más confiables, por lo cual quien investiga debe desconocer qué rama de tratamiento está probando en cada quién.

Igualmente, lo extraño no es que existan personas que no han accedido acabadamente a los fundamentos del método científico (a pesar de que no lo han inventado, como podrían creer, Mr. Bayer ni Janssen, sino un tal René en el siglo XVII). Lo curioso es que su convencimiento sea unilateral, funcione siempre hacia un mismo lado, no acepte la misma vaguedad para todos los sentidos.
Es gracioso que haya gente que aún cree que la homeopatía no ha alcanzado status científico por algún tipo de complot de los laboratorios. Queridas madres: no hay botín más preciado para un laboratorio que una molécula barata, siempre que tenga visos de eficacia por supuesto. Créanme que si la crotoxina hubiera superado los preliminares de algún ensayo clínico controlado, se vendería hoy día a precio de oro, alguna multinacional le hubiera comprado la patente. La realidad es que los laboratorios no se interesan en principios activos que no puedan ser demostrados mediante pruebas clínicas, por la sencilla razón de que para poder comercializarlos y enriquecerse con ellos, primero deben probar una cantidad tan abrumadora de cosas relativas a la eficacia y la seguridad, que son pocas las moléculas privilegiadas que llegan al final del camino. La realidad es que las famosas “microdosis” que usan los homeópatas, tienen nulo efecto farmacocinético y farmacodinámico, cosa que puede probar cualquier estudiante básico de medicina, bioquímica o farmacia que juegue con diluciones progresivas, lo cual nos deja frente a un efecto placebo en casi un 100% (aún peor, hay casos en los cuales el homeópata deliberadamente prescribe placebo, escribiendo a un lado de la receta la discreta letrita "P", código que el paciente desconoce y el cómplice farmacéutico comprenderá, en una práctica totalmente reñida con el principio de autonomía que asiste a los pacientes). La realidad es, también, que por un lado son muchos los médicos que ni siquiera conocen los rudimentos de la investigación científica (por triste que parezca), por lo cual que un médico pueda dedicarse a la homeopatía no es prueba de nada. Y la última realidad, es que la homeopatía, como tantas otras pseudociencias, no es una inocente actividad sin fines de lucro, sino que mueve fortunas y da de comer a tanta gente, que no es casual que sigan sin querer someterla a ensayos que podrían significar su fin. Asimismo, su aceptación por parte de un gran sector de la sociedad es comprensible: resulta más fácil comprender expresiones ambiguas como "energía", "equilibrio", "armonía" etc., que conceptos más complejos tales como las leyes de la termodinámica.
Es cierto que no podemos acceder a la verdad absoluta (ni siquiera atisbar si hay tal cosa), pero también es cierto que el conocimiento y la razón nos permiten acercarnos, cada día un poquito más, a lo menos errado. No elijamos el camino del oscurantismo y el dogma, pudiendo elegir el de la evolución.

6 comentarios:

Unknown dijo...

Contundente e inapelable.

S.S. dijo...

Impecable! Estoy absolutamente de acuerdo.

S.S. dijo...

Impecable! Estoy absolutamente de acuerdo.

mariana dijo...

sigo sosteniendo que tenes una grave resistencia a aceptar a doña Rosa, por que esta conducta Dra?
Deci que te quiero...
Me ayudas a hacer un blog a mi...?

Caro dijo...

Mi problema no es con Doña Rosa, que no tiene obligación de saber cómo se produce conocimiento... mi problema es con los supuestos proveedores de salud!

mariana dijo...

Caro, no te reprimas mas, solta tus verdaderos deseos ocultos y tomate unos globulitos...