¿Ya se dieron cuenta de ese fenómeno que anda sobrevolando a la raza humana?
¿Nunca les pasó de contarle a alguien que están a punto de quitarse la vida, que les diagnosticaron ELA y morirán con la discapacidad de Stephen Hawking aunque sin su sapiencia, o que fueron ultrajados por una patota de caníbales cuando tenían siete años, y vino a interrumpir tan sentida declaración una vuelta de página casus belli?
Quienes reportan este tipo de atropello suelen ser, paradójicamente, eximios escuchadores, contenedores, mediadores y árbitros de situaciones de la más diversa y, muchas veces, banal calaña.
Dejemos tranquilas a la segunda y tercera persona del plural de una vez por todas: de modo definitivo prefiero abrir las orejas que cerrar el corazón y convertirme en uno más de esos interlocutores volubles, veletas, ineficaces y poco acariciadores.
Se recomienda poner un ramillete de eneldo debajo de la cama, conjurar a los demonios de la indiferencia con interjecciones latinas o maullar como un gatito en el tejado. Así, dicen los temerosos de dios, quizás se evite que alguien cuente que tiene ELA y el vuelo de una mosca distraiga a su partenaire, que otro diga que anda pensando en escalar el Everest para luego hacer un clavado y lo pongan on hold para atender a un pibe que berrea, o que un cualquiera llore por amor y su insensible escuchador aproveche una pausa para contarle que aprobó una materia de la facultad. Así de humano, así de feo. Porque las personas podemos ser buenas y horribles, a la vez, y no darnos cuenta.
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