Aurora Canessa tiene sesenta y seis años y cumplió su sueño de atravesar sola el Oceano Atlántico.
Partió desde Saint Marteen al mando de Shipping, una embarcación de diez metros de eslora, y no la detuvieron ni las olas de cuatro metros, ni el temporal que a veces se cierne en medio de la noche cerrada, ni la soledad extrema que puede sentirse estando rodeada únicamente de una masa interminable de agua. Finalmente, tras mucho esfuerzo y peligros antológicos, llegó a las costas de Portugal, donde la recibieron con honores.
Me costó imaginarla, una mujer sola, leyendo a Antonio Di Benedetto cuando la marea se lo permitía, transmitiendo mensajes entrecortados, entrando en las “autopistas” para sentir la compañía de otros barcos de mayor porte. Una noche, arreciando un temporal, con el velero averiado y luego de dos días al timón sin dormir ni comer, se recostó sobre el piso de su camarote –el único sitio donde los vaivenes no la lastimarían, y desde donde podía oír los crujidos de su cáscara de nuez en medio de las olas agitadas- y meditó hasta que amainó la tormenta.
Consultada sobre su próximo proyecto, respondió que este será navegar el Mediterráneo deteniéndose en la ruta del vino y el queso, y cumplir sus setenta años en altamar.
A mí, con mi miedo primigenio a los monstruos marinos y la playa nocturna, esta nereida se me antoja una heroína de la antigüedad clásica.
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