sábado, 27 de agosto de 2011

Wilde, Chopin y el universo holográfico

El Libro de Réquiems de Mauricio Wiesenthal es, además de un maravilloso compendio erudito de ensayos sobre algunos de los personajes más interesantes de la historia, también un viaje onírico por algunos déja-vu que tantos tenemos pero solo los escritores como Wiesenthal pueden poner acabadamente en palabras.

El libro abunda en alusiones al encuentro extemporáneo con quienes se fueron, con la imposibilidad de aquellos que ya no están pero que uno sigue buscando: en sus huellas, en sus páginas, en sus monumentos funerarios.

Una tarde, Jean Cocteau ve a Oscar Wilde resucitado (fueron contemporáneos sólo por un corto período en la infancia de Cocteau); Wilde tenía el pelo teñido de una manera bizarra. Cuando Cocteau cuenta esta visión a Wiesenthal, le viene a éste el súbito recuerdo de una historia sobre Wilde: una noche, caminando por el puente del Louvre a esas horas fantasmales que sólo pueden ser parisinas, Wilde ve a un hombre mirando fijamente a las aguas y cree que está a punto de quitarse la vida. Se acerca y le pregunta:

-¿Es usted un desesperado?

Pero el extraño lo mira con sorpresa y le responde:

-No, señor, soy un peluquero.

Cuando Cocteau cuenta su historia del Wilde redivivo a Wiesenthal, éste no puede evitar decirle:

-Oh, mon cher, quizás no era un resucitado, sino un peluquero…

Luego es el mismo Wiesentahl quien tiene su propia epifanía con un Chopin venido del pasado:

“(…) Hace muchos años, en una subasta de la Salle Drouot, intenté pujar por un soberbio piano Pleyel; pero me lo arrebató en el último momento un misterioso personaje de cara afilada, pálido como si estuviera a punto de bordar una rosa de sangre en el pañuelo blanco que sostenía en la mano. Aunque parezca mentira, seguí a aquel extraño personaje por las calles de Paris, hasta que, en una esquina de la Avenue de la Chapelle, detrás de las tapias del cementerio de Père Lachaise, le perdí la pista.”

Lejos de la celebridad de estos personajes – y viniendo de quien viene, racionalista recalcitrante- puedo afirmar, como ya alguna vez conté en otro post o en una carta o quizás simplemente en alguna de esas conversaciones lunares, que yo vi, semanas luego de que muriera, a mi abuelo materno viajando en un taxi que en ese momento aminoraba su marcha. Era su cara, eran sus ojos gris-azules, su mismo gesto entre distraído y soñador, y se volvió para mirarme durante un fugaz instante. Ya en esos días yo era más afecta a ver imágenes literarias antes que cuestiones sobrenaturales, así que de esa manera lo tomé, como una ofrenda que a veces nos brinda eso que Paul Auster dio en llamar las “rimas de la realidad”.fu

Lo cierto es que muy de tanto en tanto, alguien cree que ve pasar a un personaje del mundo que se ha ido, lo interpela, cambia algunas palabras incluso, para luego dejarlo regresar a ese lugar holográfico que ahora dicen los físicos que existe en el borde del universo, donde todo lo que ha hecho hasta la más pequeña de las moléculas queda grabado de manera eterna e indeleble.

(La foto pertenece a la tumba de Oscar Wilde en Père Lachaise, eternamente cubierta por besos de lápiz de labios)

No hay comentarios: