jueves, 14 de abril de 2011

Paroles

Las palabras, dijo Saussure un día, tienen distintos niveles o capas: lo primero que las compone, la mínima unidad indivisible de sonido, es el fonema: aquel sonido que, puesto en el contexto de una palabra en lugar de otro fonema, puede cambiar su significado. Luego tenemos al morfema, el fragmento mínimo capaz de expresar significado. A su vez una palabra posee un significante (deficiente traducción al español del alemán “sinn”), que es la imagen acústica, y un significado, el concepto mental asociado a ese significante.

Lo malo fue que en su afán de encontrar rimas facilistas aquí y allá, uno de los padres del psicoanálisis decidió tomar estos conceptos tan caros a la lingüística y utilizarlos a favor de la perversa máquina de fallidos, actos inconscientes e impulsos voraces que el psicoanálisis insiste en ver hasta en el último de los mortales.

Hace poco una querida amiga que frecuentaba a una psicoanalista (hay que decir, en descargo de mi amiga, que la psicóloga en cuestión supo atemperar su psicoanalizidad lo suficiente como para que el derrape ocurriera sólo en dosis homeopáticas), tuvo que tolerar que esta secuaz de las pseudociencias le enrostrara nada menos que una mala elección en el nombre de su propia hija.

La hija de mi amiga es una dulzura de bebé, que no hace sino sonreír, y crece colmada por el amor de sus padres y sus hermanos. Sin embargo, para la acérrima fan de Lacan que resultó ser nuestra traviesa psicóloga de marras, había algo terrible, siniestro, en la relación de esta madre con su beba: la elección del nombre. Resulta que la beba se llama N., a causa de muchas cuestiones –todas ellas positivas y conmovedoras- como por ejemplo la existencia de una cantante israelí que se llama igual, el significado en hebreo de la palabra, y, la más simple, contundente e irrebatible de todas, la que de hecho hace que la mayoría de nosotros se decante por un nombre en especial: a los papás les encantó cómo sonaba.

Todo esto, para la lacaniana en cuestión, eran sólo detalles irrelevantes: lo importante para ella es que el nombre de la nena aludía fonéticamente a una negación, y por ende hubo sin dudas un factor terrible e indeseable en la elección de ese nombre.

Mi pobre amiga tuvo que soportar, en los interminables cuarenta minutos de la “sesión” (los psicoanalistas no tienen “consultas” como los médicos o los podólogos, sino que tienen “sesiones” como los espiritistas), que la licenciada le dijera sin miramientos que era menester usar el segundo nombre de la criatura, que el primero era una horrible negación del nombre del padre y que todos sabemos la catástrofe psicótica que se cierne sobre los pobres niños a los que esto les suceda.

La psicóloga, que evidentemente leyó mucho a Lacan y poco o nada a los semiólogos a quienes éste masacró, se limitó al morfema, o como mucho al significante, desmembrando un hermoso nombre en las unidades de significado funcionales a su delirante hipótesis.

Lo terrible, lo peligroso, en opinión de mi amiga –que además algo de la mente humana entiende, ya que es psiquiatra- es que este mismo discurso antojadizo y simplificador, esta rima sosa con la cual la psicóloga quedó satisfecha y pagada de sí misma, pudo haber hecho estragos en un paciente más lábil, ignorante o sensible. Para no hablar de uno que esté enfermo de la cabeza. Lo grave es que gente tan poco dotada como esta señora, capaz de crear un problema allí donde no existía y generar angustia cuando no la había, esté investida por un título universitario para tratar problemas de salud.

Me imagino el aquelarre de psicoanalistas, celebrando lo que ellos llaman la “supervisión” pero que no es sino un eterno morderse la propia cola donde gente de la misma casta se regodea en reiterados conceptos arcaicos y dogmáticos sin nunca preguntarse qué pasará allá afuera, qué estarán descubriendo los científicos, neurólogos, y biólogos evolucionistas mientras ellos se hacen la paja con textos de un siglo, cuánta agua habrá corrido en nada menos que cien años (¡una eternidad en lo que respecta a las ciencias de la salud!) y la verdad me da náuseas, me da tristeza que nadie detenga este sinsentido que pagan con años y dinero los pacientes rehenes y afligidos.

Por suerte, mientras tanto, N. sigue siendo una niña bella y feliz, y algún día estará orgullosa de su nombre, tan lleno de significados preciosos y ajenos a los delirios de la pseudociencia.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Brillante...y demoledor.

Anónimo dijo...

Me hiciste emocionar...gracias amiga por escribir lo que yo no puedo...