Anoche fui a ver la obra donde actúa mi amigo M., “Cuando callan los patos”, de Lautaro Metral. En realidad decir que actúa es una generalización, porque cada uno de los cinco intérpretes es un performer: todos ellos actúan, cantan y se expresan corporalmente en un continuum de una hora que deja agotados (en el buen sentido) tanto a espectadores como a protagonistas.
El primer tramo de la obra es caótico, absurdo llevado al límite; sin embargo, no es anárquico y nada parece puesto en su lugar de casualidad. Hay un caos deliberado, que ignoro si pretende pero logra eficazmente colocar al que asiste en un lugar de optimización de los sentidos, de máxima alerta. Todos estiramos los cuellos a la espera de captar cada palabra –cada una de ellas está preñada de significado- y de la apofanía que está siempre por ocurrir.
La obra transcurre en una especie de basural surrealista; puede que estemos en una Buenos Aires futurista donde todo ha sido destruido y unos pocos personajes delirantes son los custodios de lo que queda por recordar, de las señales del pasado y una memoria fragmentaria pero sistemática. Sabemos indudablemente que estamos en Argentina por referencias inequívocas que estremecen al espectador: Malvinas, radicales, picana. No obstante, el mundo entero podría estar retratado en esta escenografía devastada y en estos personajes que se aferran a la memoria de lo que fue. Los patos y su canto son lo que queda. Y si se callan los patos, el apocalipsis parece ser inevitable.
Los momentos musicales están muy logrados, todos ellos cantan maravillosamente, en especial la joven intérprete femenina (digna sucesora de una madre cantante y un padre músico) La banda en vivo hace una gran diferencia, y es muy acertado que estén allí formando parte de la escena, con esas ropas que los hacen casi indistinguibles de un preso común o un internado de hospicio.
Mi amiga S. y yo nos fuimos con la sensación de haberlos visto antes, a todos, en algún pabellón psiquiátrico. Fueron por un instante un déja vu de esa locura digna, que parece estar reivindicando algo poderoso desde su delirio monomaníaco. Eran los mismos locos, aunque investidos del arte, la música y la poesía.
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