domingo, 17 de abril de 2011

Hay un lobo en mí


Vivió en Bedburg (Alemania) en el siglo XVI un hombre llamado Peter Stubbe, quien pasó a la fama por ser uno de los más célebres casos de licantropía descritos jamás. Colaboraron con esto el hecho de que el juicio celebrado que culminó con su condena a muerte quedara registrado por escrito casi en su totalidad, gracias a lo cual hoy sabemos de qué fue acusado y cuáles crímenes confesó.

La historia conocida de este hombre-lobo comienza alrededor de 1560 cuando una serie de espantosos homicidios son perpetrados en el tranquilo pueblo de Bedburg. Las víctimas, niñas en su mayoría, aparecen asesinadas de las formas más espantosas en lo profundo del bosque.

Casi inmediatamente comienzan los reportes de una bestia feroz vislumbrada en la espesura del bosque, testimonios de personas que escaparon de milagro a sus garras y todo tipo de rituales destinados a conjurar la presencia de lo malvado. Como el lobo solía atacar a las víctimas con mordidas en el cuello, se puso en boga el uso de un collar de hierro que protegía de los ataques.

Se tardó bastante en identificar a Stubbe como el presunto autor de estos crímenes, pero lo que precipitó su fin fue el hecho de que una de las últimas víctimas fuera precisamente uno de sus hijos varones. Es de suponer que también ayudó el ánimo taciturno de Stubbe, su deformidad física, su aspecto huraño (las acusaciones de brujería o posesión demoníaca por entonces se valían de pruebas tanto o más endeble que esas).

Peter Sttube fue, entonces, llevado a juicio. Su larga y detallada confesión, seguramente incentivada con una primera visita al potro de tortura, da cuenta de más de veinte asesinatos, violaciones y canibalismo. Stubbe incluso satisfizo el ansia inquisidor de sus jueces ya que confesó tener dones diabólicos y sobrenaturales, como la posesión de un cinturón mágico que lo convertía en un “lobo voraz y devorador, fuerte y poderoso, con ojos grandes y alargados, que brillaban como tizones de carbón por la noche, una boca grande y ancha, con dientes muy afilados y crueles, un cuerpo fornido y garras poderosas”.

Stubbe fue condenado a una de las peores muertes imaginables: amarrado a la rueda, su carne fue arrancada con tenazas al rojo vivo, sus miembros cortados con un hacha y finalmente fue decapitado. Su hija Bell, por sospecha de haberse confabulado en las actividades infernales, fue ejecutada también.

En nuestros días, el delirio de licantropía es raro de ver y dio paso a otras formas más contemporáneas de la alienación. La locura suele acompañar los tiempos que corren y lo que en los siglos oscuros era la representación del mal (brujas, lobos, demonios), hoy se ve desplazado por alucinaciones del orden de lo tecnológico, lo extraterrestre o lo conspirativo.

En el Museo Británico descansan las fojas de lo que fuera el juicio a Peter Stubbe: viejos manuscritos y grabados que estremecen por su crueldad. El hombre lobo alemán jugó, hasta el final, el papel que su locura le dictaba y que la sociedad le exigía. Describió con lujo de detalles las instancias de su posesión y con esto dio a los habitantes de Bedburg exactamente la tranquilidad que esperaban: la de creer que atrocidades semejantes las cometen los monstruos, y no uno de nosotros.


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