Me asombra a la vez que indigna la puntillosidad limítrofe con la cual ciertas personas funcionan a la hora de pensar en derechos humanos. Es decir, parece insensato que gente que dice estar preocupada por el acceso de los menos favorecidos a prestaciones básicas como la salud, la educación y la vivienda, se conviertan en fiscales de frontera a la hora de escandalizarse porque una persona X reciba asistencia en nuestro país.
De los reaccionarios de siempre, espero casi cualquier cosa. De los fachos que nunca faltan, no me sorprendo de escuchar barbaridades orientadas básicamente a la deshumanización de las personas de nivel socioeconómico bajo. Pero hay otro tipo de gente que francamente me decepciona al hacer este distingo entre, pongamos por caso, un formoseño y un boliviano. Se me ocurre que cuestiones sutiles y azarosas de lugar de nacimiento son las que se juegan, cuestiones, digo, poco importantes a la hora de decidir si un ser humano tiene o no derecho a querer parir en una salita de atención primaria, dormir bajo techo o recibir drogas para el HIV, aunque sea en un país distinto del que nació, si es que éste no puede proveérselo. Hay algo grave, oscuro, en que estos conceptos los vierta, por ejemplo, un colega médico (lo dicen muy a menudo), ya que en nuestro caso, además, viene habiendo un juramento hipocrático, una vocación idealmente, que debería hacernos sentir que es nuestro deber aliviar el sufrimiento sin antes pedir el DNI.
Lo más triste es que muchos de quienes piensan de esta manera, terminan no ocupándose particularmente de los derechos de nadie, ni argentino ni extranjero. Tampoco los veo del todo escandalizados si por casualidad se enteran de que un compañerito de su hijo en la escuela pública “progre” a la cual lo envían es australiano o italiano. Esas son cosas que forman parte del universo cool y no suelen cuestionarse.
Con los tristes acontecimientos de Villa Soldati, volvimos a presenciar la lamentable lucha de pobres contra pobres (entendible, por supuesto), siempre alimentada desde sectores más prósperos de la sociedad, que esperan que nuestros despojados autóctonos defiendan a capa y espada sus paupérrimas pertenencias en desmedro de los foráneos y sirvan así de funcionales fuerzas parapoliciales involuntarias.
Cuando estas cosas pasan, las frases que más resuenan son “boliviano de mierda”, en el peor de los casos, o en el “mejor”, una ridícula y falsa perorata sobre la necesidad de defender los recursos propios etc etc. Como si el verdadero enemigo fuera el indigente limítrofe y no el sistema que hace que haya tantos de ellos, aquí y allá.
La verdad es que repudio a esta falsa argentinidad, ese patriotismo de pacotilla que les sale a los que no se animan a manifestar su xenofobia con todas las galas. Si realmente es más tolerable ver morir de hambre o de enfermedades medievales a una persona que tuvo el azar de nacer del otro lado de la frontera, entonces hay algo que está muy mal en el corazón de los patriotas.
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