martes, 8 de junio de 2010

Dublinesca


Me gusta mucho Vila Matas pero en este libro tuve la constante sensación de algo que no acababa de desarrollarse. Por ahí, ahora que lo pienso, esa era la idea. Por ahí Vila Matas es uno de esos escritores que no necesitan disfrazar sus intenciones, que no abusan del eufemismo ni la doble línea. Sus paralelismos con el Ulises no son sutiles ni un guiño gourmet al selecto público joyceano; más bien, cualquier estudiante secundario los advierte al instante. Podríamos decir que, como es un autor de culto, le importa un carajo cumplir con los rituales de los autores de culto.
Súbitamente recuerdo cómo llego Vila Matas a mi vida: le hice caso a Bolaño porque me parecía imposible que alguien de su talla pudiera equivocarse en sus recomendaciones. Bolaño hizo, incluso, que leyera a Alan Pauls –aunque sigo sin terminar de entender por qué figura entre los diez o quince privilegiados del ángel trasandino. Es que como Bolaño es un autor de culto, no le hiere la reputación el manifestar de vez en cuando una predilección incorrecta.
Como sea, Dublinesca nunca terminó de ponerme en clima. No empaticé demasiado con Riba; en el fondo yo hubiera querido que se pareciese más a Vila Matas o a lo que yo me imagino que Vila Matas es. No me conmovió el funeral de la era gutenberg con el Bloomsday como trasfondo. Demasiado. Sin embargo, me pareció un libro bellísimo. Cómo explicarlo.

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