miércoles, 12 de mayo de 2010

El Museo de Einstein en Princeton, o cómo estar y no estar en un mismo lugar

En Princeton no queda demasiado rastro de Albert Einstein.
A pesar de que el eminente físico pasó allí más de veinte años, y engalanó la universidad con sus lecciones, es poco el legado que se ofrece al turista interesado en él.
Por una parte, si bien la casa en donde vivió está absolutamente identificada, por expreso pedido del científico no se la puede visitar y jamás tendrá carácter de museo. Tengo entendido que ahora vive allí una vieja, quien respeta a rajatabla la última voluntad de Einstein y se niega a abrirle la puerta a los curiosos. Por otra parte, parece ser que ha existido hasta no hace mucho un Museo de Einstein sobre la Avenida Nassau, que vendría a ser la arteria principal de la ciudadela de Princeton. Los mapas muestran el punto en donde deberíamos encontrarlo con asombrosa exactitud: una flecha entre dos comercios montados sobre un edificio más propio de Nueva Inglaterra, de fachada de ladrillos y vistosas escaleras de incendio. Uno llega hasta ese punto para descubrir que sólo hay una puerta, cerrada para más datos, sin ninguna señal de que alguna vez hubo allí algo parecido a un sitio turístico. Es inevitable ir del mapa a la puerta y de la puerta al mapa con perplejidad de autómata. Finalmente la evidencia cae por su propio peso: haya existido alguna vez o no, está claro que no hay allí ningún museo de Einstein y que la misma gente que puede recomendarte sin dudarlo diez lugares distintos para comer, es incapaz de precisar si es que hubo algo ahí que rememorase al visitante más ilustre de la ciudad.
El panorama dentro del campus de la universidad, bellísimo como pocos, es parecido: los nombres de los pabellones se deben a quienes donaron el dinero para construirlos, no a los maestros que iluminaron las aulas con su genio.
Un anciano de la zona da, finalmente, con la clave. Me dice entre risas misteriosas, a mí, una turista desconcertada con su mapa en la mano, que probablemente Einstein nunca hubiera querido que encontremos su museo. Esas cosas que tiene la relatividad.

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