miércoles, 9 de enero de 2008

Uno de sus cabellos ha caído

El paisaje fuera de nuestra ventana es una secuencia de verdes salidos de la paleta de un pintor; el tren se desliza sin pausa. He ahí una mujer de cabellos lacios y pálidos, absorta en sí misma o en la trama de sus venas azules, que toca apenas con la punta de los dedos para luego suspirar y dirigir su mirada al horizonte interminable que le devuelve la llanura.
Cada pulgada de ella es un brebaje embriagador; sus pulmones exhalan un fluido que duele, que recuerda lo perdido e invita al desánimo. Duermen sus ojos llenos del Mar Mediterráneo y se abandonó al sueño su cuerpo parecido a una vasija; yo me dejo mecer por una visión.
En ella, sé que esta mujer es tan hermosa como desdichada: hay un gran pesar que se cierne sobre su cabeza rubia y acaso le ha dado su encanto particular. Todo lo que se encierra entre estos huesos está hecho de hielo, la sangre ya no corre por su cuenca transparente. Me la figuro como una talla de madera, su torso como una rama seca y sus brazos afilados meciéndose y sucumbiendo al menor de los temporales.
La adoro y ya no hay remedio; soy la corneja que en vano corre directo hacia su trampa, ella no lo sabrá jamás como no conoce tampoco la fuerza que hay en su fragilidad. Uno de sus cabellos ha caído sobre su manga y yace como un pequeño cadáver claro e inmóvil que el hombre que la acompaña retira con gesto indiferente para luego mesarse el bigote; siento más que nunca la opresiva desolación de los momentos ínfimos, los que se irán para siempre.
Ella se apea en el Maine y aún queda en su sitio una esencia tangible, tal vez un perfume de alcanfor o la luz oblicua que ha entrado desde el paisaje.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Es tuyo?