miércoles, 3 de febrero de 2010

Prejuicios contra la Caridad (La Máquina de Impedir)

Últimamente un prejuicio se puso de moda: el de que la caridad contante y sonante está mal.
Algunas personas (muchos de mis queridos progres), que me consta sienten verdadera empatía por los menos favorecidos de la sociedad, rara vez sin embargo ponen sus manitos en la masa pobre, es decir, ayudan in situ a un necesitado. Todo lo que desde su discurso es urgente e impostergable, encuentra nulo eco en la acción.
Hasta ahí, podríamos decir que no se diferencian de la mayor parte de la sociedad, la cual, además de vociferar lo que habría que hacer, básicamente hace poco o no hace nada.
Sin embargo, la vuelta de tuerca que le han encontrado los progres es que, además, se sienten inclinados a condenar todo acto de caridad que hagan los demás, casi siempre al grito de que no hay una verdadera ideología detrás, o que es tapar agujeros, o alguna de esas máximas que los que ayudan con su humilde contribución se ven obligados a soportar.
Las siguientes manifestaciones de caridad son cuestionables para los progres: voluntariado promovido por cualquier empresa privada (si la misma, encima, colabora financieramente, es peor), grupos de ayuda de las parroquias, tés canasta a beneficio organizados por viejas ricas, colectas de sindicatos, y en general cualquier ayuda más o menos espontánea y útil que salga de un grupo de gente nucleada por una institución.
El problema que le encuentran a esto los progres es que, en la mayoría de los casos, se trata de movidas para lavar la cara de empresas de dudosa imagen pública o actos tendientes a saciar la propia necesidad de protagonismo, de alivio de culpa, de sensación de magnanimidad y otros etcéteras. Digamos rápidamente que lo antedicho es cierto en la gran mayoría de los casos. Es decir, no creo que al directorio de Mac Donald’s lo desvele genuinamente el porvenir de los niñitos con cáncer sino que tiene un grupo de asesores de imagen que estableció que la ayuda de Ronald daría un cariz humano a la compañía (lo cual es curioso, ya que el payaso parece cualquier cosa menos humano). También es cierto que las viejas ricas sueltan la moneda a la salida de misa pero intramuros aplauden las gestiones de sus maridos para esquilmar a los que menos tienen. Todo eso es verdad. Sin embargo…
Yo creo fervientemente que un bien que se hace es bueno en sí mismo, más allá de las motivaciones. Un acto de caridad redunda siempre en un estado de las cosas que sería peor de no haber existido aquél. Luego podemos discutir si es pan para hoy, si es mejor enseñar a sembrar que dar el pan hecho, y todos esos dilemas que entretienen a los que poseen el estómago lleno y pueden entregarse a entuertos morales. Algunos jóvenes de la empresa multinacional en la cual trabajo, que hacen voluntariado en un hogar de niños y vuelven cada sábado llenos de piojos pero también de una clase de amor que en ningún otro lugar podrían obtener, producen un bien concreto que no veo que ninguna ideología política reemplace: cambian pañales sucios, dan un beso a tiempo, felicitan por un dibujo, acompañan en la risa y en el llanto. Eso mientras toleran que algunos progres, que nunca pisaron un hogar de huérfanos, les espeten en la cara que están siendo marionetas de un lavado de cara de su empresa.
Todo esto es producto del aburguesamiento de los que se definen de centroizquierda, tendencia últimamente copada por pelotudos de clase media alta con inquietudes existenciales pero incapaces de sonarle los mocos a un pibito lleno de mugre. Qué distinto a la maravillosa juventud de sólo unas décadas atrás, que amén de filosofar, leer a los clásicos y querer salvar al mundo, también se daba unos paseítos por la corte de los milagros para alfabetizar, alimentar y acompañar. Muchos de ellos decidieron su inclinación política cuando finalmente vieron la pobreza en primera persona, cuando salieron del búnker para conocer la desigualdad en su aspecto más concreto y urente.
La verdad es que me cansé de los que hablan y no hacen. Me cansé de los que dicen que es inmoral ayudar a los perros callejeros habiendo niños con hambre, pero no ayudan ni a unos ni a otros. Me enerva la máquina de impedir, la que prefiere que un acto generoso no se haga mientras ellos discuten la filosofía del tema de la caridad. También –y esto excede a los progres- me molestan los tacaños que nunca le dan una moneda al trapito aduciendo que seguro el padre se la va a gastar en vino. O sea, ante la duda, aún si hay una ligerísima posibilidad de que ese chico use la moneda para comprarse algo que lo haga un poquito feliz en medio de la basura en la que vive, los avaros deciden abstenerse, y para colmo sintiéndose paladines de la ética. Son los mismos que dicen “yo nunca doy plata; prefiero darles un sándwich” aunque jamás nadie los vio dando cosa alguna.
Está de más decir que al final del día se habría hecho mucho más el bien si algunos de ellos se arremangaran de una buena vez y ayudaran sin cuestionarse si es lo mejor o no.
Al menos, entretanto y mientras deciden la mejor forma de salvar al mundo, sería bueno que se abstuvieran de pontificar sobre la manera de ayudar que tienen los que no son tan agudos, morales, ni ideólogos como ellos.

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