sábado, 8 de marzo de 2008

Key West


Casas diecinuevescas y pubs con música folk en vivo. Pinceladas de Dublin en un ambiente de playa y palmeras.
De día se practica kite y de noche se va a los bares.
Está la casa donde vivió Hemingway (que increíblemente encontró que éste era el lugar más bello del mundo para vivir) y por diez dólares se la puede visitar. La casa está llena de libros y de gatos, descendientes de los cincuenta que supo tener.
También está todavía de pie el bar donde iba a escribir, Sloppy Joe’s. La gente insiste en preguntar al barman cuál era el taburete donde le gustaba sentarse y hace largas colas para ocuparlo aunque sea un instante. Una vez alguien, creo que Hanglin, dijo que era curioso cómo la gente creía que el genio iba a entrarle por el trasero.
Estando allí me enteré de que en Key West también vivió el escritor Stephen Crane, que personalmente me gusta mucho más que Hemingway, aunque su casa no se promociona como sitio de interés.
En una esquina de la isla hay un recordatorio de que estamos en el punto más sur de los Estados Unidos y que noventa millas nos separan de Cuba. Así que supongo que es esto lo primero que ven los que llegan en balsa, un lugar de Estados Unidos que no se parece demasiado a Estados Unidos. La ilusión durará poco.
Antes de llegar aquí vimos la serie de cayos que son como cuentas de un collar: Key Largo, Layton, Islamorada, Marathon y Big Pine Key. Por momentos, la sensación de viajar con esa inmensa masa de agua a ambos lados me da vértigo. Definitivamente debo mantenerme visualmente alejada de los océanos, aunque me gusten tanto las historias de ultramar y los relatos de viajes transoceánicos y el lenguaje náutico: eslora, sextante, velocidad medida en nudos.



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