lunes, 11 de julio de 2011

El Gorila Invisible


La Universidad de Harvard, además de servir de fuente (real o ficticia) de casi todo estudio científico que se publica en las revistas chapuceras, muy a menudo produce interesantes trabajos en lo que felizmente se conoce como “psicología científica” (en contraposición con su antítesis, la psicología dogmática, encabezada por el psicoanálisis y sus defensores)

Para estos psicólogos, a dios gracias, existe una vida fuera del consultorio y del diván, y de hecho muchos de ellos se inscriben en la facultad ansiando investigar los misterios de la mente, en lugar de soñarse apoltronados ad eternum en un sillón y dejarse crecer la barba.

Dos de estos psicólogos se llaman Chris Chabris y Daniel Simons, y escribieron The Invisible Gorilla, un ensayo de divulgación sobre las ilusiones cognitivas de las que somos presos los seres humanos en mayor o menor medida.

Prologado por Diego Golombek, este librito compendia con oficio divulgador y de manera entretenida algunos de los experimentos más interesantes que se hicieron sobre psicología y neurología cognitivas.

El título se debe, por supuesto, al ya famoso video donde se pide al espectador que cuente los pases de que se producen entre los miembros de un equipo de básquet, mientras que en el centro de la escena aparece un gorila bailando moonwalk que casi nadie puede apreciar (más exactamente, cerca del 40% de los examinados)

Este videíto, ya tan famoso en YouTube, forma parte de un estudio más complejo que viene a postular lo que se dio en llamar la “ilusión de atención”, es decir, la tendencia que tenemos las personas a creer que percibimos más de lo que realmente percibimos en materia de situaciones periféricas, que no están siendo centro de nuestra atención. Esto se extiende a situaciones cotidianas tales como hablar por el celular (manos libres o no, da igual) mientras conducimos un automóvil.

En mi opinión, este es el experimento menos interesante del libro. En él también se habla sobre otras “ilusiones” comunes, como por ejemplo la de causalidad (creer que dos hechos, por hallarse temporalmente relacionados, son uno causante del otro) y cómo esta ceguera mental puede conducir a que algunos mensajes nos sean transmitidos deliberadamente erróneos. O la ilusión de confianza, que nos lleva a creer que algunos de nuestros recuerdos son en extremo fieles (lo cual puede ser catastrófico en el caso de los testigos judiciales), o sentir que un profesional que se expresa con mayor seguridad es, necesariamente, el más idóneo. También está la ilusión de conocimiento, peligrosa plaga, que hace que creamos conocer realmente el funcionamiento de cosas con las cuales, en realidad, solamente estamos familiarizados (este estudio se realizó proponiendo a los examinados simples preguntas como por ejemplo, cómo funciona una bicicleta o un inodoro, y retándolos a continuar la explicación mediante el método de preguntas inacabables de los niños)

El libro, como es de prever, no aporta ninguna “cura” a estas trampas mentales, pero invita a ahondar en ellas entendiéndolas como taras evolutivas que traen aparejadas algunas ventajas necesarias para la subsistencia, como por ejemplo poder concentrarnos en una sola tarea sin que las demás nos distraigan. También se destronan algunas bellas creencias como que la música de Mozart estimula a la inteligencia, cuando hay estudios, menos bucólicos eso sí, que parecen demostrar que la música clásica no nos hace más listos y que los videojuegos son mejores en ese sentido.

Celebro esta nueva entrega de la serie mayor de Ciencia que Ladra, que nos ayuda a pensar este mundo que nos rodea a través de la herramienta más poderosa que tenemos para acercarnos a la verdad, y que de paso, nos entretiene.

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