viernes, 3 de septiembre de 2010

Flora


Resulta que a Alejandra Pizarnik, de niña, le decían Blímele (vendría a ser florcita, o capullito, en yiddish), porque su primer nombre era Flora.
Hace unos meses soñé que tenía una beba y la llamaba Flora. De pronto, el nombre algo anticuado tuvo todo el sentido del mundo: me gusta la botánica, amo las flores, antes de mis jaquecas terribles cierro los ojos y puedo ver imágenes de estampados floreados –que por algún motivo quedaron ahí, imbricados entre la corteza visual y el sistema límbico- a cual más hermoso. Y Flora empezó a ser entonces un nombre genial, desplazando incluso a Anais, que era el que originalmente habíamos soñado con P para una eventual hija mujer.
Descubrir ahora que una de mis poetisas favoritas también llevó ese nombre, no deja de tener su encanto. Es una de esas “rimas” de las que hablaba Paul Auster refiriéndose a las casualidades que no llegan a ser impresionantes pero aún así nos conmueven de algún modo.

La dulzura de los diminutivos en yiddish (que mis abuelos habían extrapolado a casi toda palabra cariñosa, llamándome incluso muñécale o dúlcele), es uno de los recuerdos más hermosos que tengo de mi infancia. Méidele, que quiere decir nenita, o Shéindele (hermosita) eran mis preferidos.

¿Algún día existirá Blímele para mí?

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