¡Qué maravilla el libro Mutis y la Expedición Botánica! Me lo trajo P de Colombia, atento a mi predilección por los asuntos plantiles.
El librito es una recopilación de la obra ensayística de Mutis que, como era usual en las luminarias de su época, dominaba no una sino varias ramas de la ciencia y llegó a ser el astrónomo, médico y botánico de Fernando VI en la Nueva Granada. Hay interesantísimos pasajes sobre sus aportes en el conocimiento de la quina (equivalente a la canela de los holandeses, decía Mutis orgulloso, quedándose evidentemente corto en la analogía), su defensa de la teoría newtoniana que sorprende aún tan polémica en las postrimerías del siglo XVIII, sus arengas contra el desmonte –en lo que podríamos ver como un esbozo de la ecología moderna.
Mutis, también, fue estadista, y su participación en la independencia colombiana me sigue siendo esquiva ya que, contrariamente a lo que P creía al comprarlo, este libro casi no toca esa faceta suya. Me parecía intrigante conocer la forma en que una expedición botánica devino, eventualmente, en gesta libertaria.
No tiene desperdicio su ensayo “Observaciones sobre la vigilia y sueño de algunas plantas”. En él, Mutis registra con minuciosa precisión los cambios observados en distintos tipos de flores exóticas. Por supuesto, no tendría ninguna gracia describir que una cierta flor se abre y se cierra. Para Mutis, las exandras se despiertan, las triandras están en sueño, y todas ellas, a intervalos cíclicos, bostezan y se desperezan. No se trata de una licencia poética; es el lenguaje que utilizaban los botánicos para denominar los ciclos diurnos y nocturnos de las flores. Corolas, cálices y pistilos se despliegan y danzan en una descripción que no puede ser sino mágica.
La edición culmina con una serie de ilustraciones que el anciano dibujante de Mutis realizó en cada una de sus expediciones (el célebre botánico siguió hasta su muerte mendigando al rey y al virrey de turno más recursos, más erario, nuevos dibujantes que reemplazaran a los que iban muriendo, porque la selva y la foresta terminaban rápidamente con la vida de los expedicionarios, y Mutis no se resignaba a ver inconclusa la obra de toda su vida). Allí vemos por fin a las hermosas exandras y triandras plenamente abiertas, a la dracena en su esplendor rojo, a orquídeas azulinas, todas ellas retratadas con la fiebre de quienes las estaban contemplando por primera vez. La exuberancia americana deslumbraba a los ojos españoles, suecos, holandeses. Los aborígenes compartían el maravilloso secreto de la quina, el febrífugo universal. Mutis describía con increíble lucidez el paludismo, intuyendo que la humedad se le asociaba pero desconociendo aún que era el mosquito quien lo transmitía.
Esa ciencia tan preñada de poesía es la que vemos, finalmente, en las ilustraciones del viejo maestro dibujante. No es de extrañar que tanta belleza haya sido parte de un sueño de libertad.
El librito es una recopilación de la obra ensayística de Mutis que, como era usual en las luminarias de su época, dominaba no una sino varias ramas de la ciencia y llegó a ser el astrónomo, médico y botánico de Fernando VI en la Nueva Granada. Hay interesantísimos pasajes sobre sus aportes en el conocimiento de la quina (equivalente a la canela de los holandeses, decía Mutis orgulloso, quedándose evidentemente corto en la analogía), su defensa de la teoría newtoniana que sorprende aún tan polémica en las postrimerías del siglo XVIII, sus arengas contra el desmonte –en lo que podríamos ver como un esbozo de la ecología moderna.
Mutis, también, fue estadista, y su participación en la independencia colombiana me sigue siendo esquiva ya que, contrariamente a lo que P creía al comprarlo, este libro casi no toca esa faceta suya. Me parecía intrigante conocer la forma en que una expedición botánica devino, eventualmente, en gesta libertaria.
No tiene desperdicio su ensayo “Observaciones sobre la vigilia y sueño de algunas plantas”. En él, Mutis registra con minuciosa precisión los cambios observados en distintos tipos de flores exóticas. Por supuesto, no tendría ninguna gracia describir que una cierta flor se abre y se cierra. Para Mutis, las exandras se despiertan, las triandras están en sueño, y todas ellas, a intervalos cíclicos, bostezan y se desperezan. No se trata de una licencia poética; es el lenguaje que utilizaban los botánicos para denominar los ciclos diurnos y nocturnos de las flores. Corolas, cálices y pistilos se despliegan y danzan en una descripción que no puede ser sino mágica.
La edición culmina con una serie de ilustraciones que el anciano dibujante de Mutis realizó en cada una de sus expediciones (el célebre botánico siguió hasta su muerte mendigando al rey y al virrey de turno más recursos, más erario, nuevos dibujantes que reemplazaran a los que iban muriendo, porque la selva y la foresta terminaban rápidamente con la vida de los expedicionarios, y Mutis no se resignaba a ver inconclusa la obra de toda su vida). Allí vemos por fin a las hermosas exandras y triandras plenamente abiertas, a la dracena en su esplendor rojo, a orquídeas azulinas, todas ellas retratadas con la fiebre de quienes las estaban contemplando por primera vez. La exuberancia americana deslumbraba a los ojos españoles, suecos, holandeses. Los aborígenes compartían el maravilloso secreto de la quina, el febrífugo universal. Mutis describía con increíble lucidez el paludismo, intuyendo que la humedad se le asociaba pero desconociendo aún que era el mosquito quien lo transmitía.
Esa ciencia tan preñada de poesía es la que vemos, finalmente, en las ilustraciones del viejo maestro dibujante. No es de extrañar que tanta belleza haya sido parte de un sueño de libertad.
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