martes, 10 de febrero de 2009

Fuego Fatuo




Fue escrito en medio de una fiebre intensa que me acometió a los veintidós años. Como casi todo (menos las bebidas espirituosas), era mejor al nacer; tenía, al menos, el encanto de la novedad y de lo gestado en la juventud.




Farolitos chinos

Estos días comprendí con cuánta vehemencia deberé alejarme de las figuras que poblaron mi infancia. Levar anclas, liberarme de la telaraña que se ve desde el primer aliento.
Supe en una misma semana cuán extraño era mi padre, a quien di una investidura falsa. R. diciéndome, como quien enuncia el pronóstico del tiempo: no es más que tu padre biológico. No sabe que padre es, desde hace mucho tiempo, el fantasma multiplicado de quien yo elegí que fuera. No existe ya por sí mismo; todo lo que he visto de él es ahora un boceto sobre el que pincelé la forma definitiva, la que me hiere de muerte. R. diciendo que mi madre en realidad conoció a mi padre por un anuncio en el periódico que sus propios padres publicaron para ella... diciéndome que montaron una dote para atraer a los candidatos. Y luego dejando de decir, como si ese silencio pudiera con todo lo demás. Yo escucho, incluso, el silencio. Me oigo, por ejemplo, a mí misma contando cuán cruel es un hogar en el cual todo ha sido arrasado. V. alienada, tan lejos de la realidad como yo nunca podría estarlo, porque, ¿qué mejor escudo contra la tristeza que la enajenación? En un sueño mío, V. camina a mi lado, súbitamente despertada de una larga fiebre, siendo ya la que siempre esperé que fuera. Serena y en paz volvía en sí, tornaba a su cuerpo el soplo que le correspondería, desperezándose entre sus plumas como una garza húmeda. En alguna dimensión ideal, esa V. existe y espera ser despertada. Sin embargo R. desconoce esta esfera soñada y trama la red de una V. que no es esa, que nunca podrá serlo. Luego R. se calla y cede su turno a C., quien cuenta que de niño su padre (y padre de mi madre también) le compró un Winco que su madre hizo añicos apenas entraron en la casa con el flamante regalo. Mi madre, para entonces, ya era una melancólica que se enfundaba en tres robes de chambre y no salía jamás a la calle. Yo soy hija de todo aquello. Por las noches, las figuras envolvían a mi madre y a sus padres traídos desde Europa por un buque llamado Royal Mail. Nada de eso existe ya, y casi da igual que nunca hubiera existido. Yo vivo en la crisálida que ellos tejieron desde hace siglos; tantos, que una nueva retina ciega creció bajo mis párpados y no respiro sino el polvo de las cosas, y todo se limita a una ilusión óptica que nadie más que yo puede ver. En este triste restaurante hay farolitos chinos como los que mi padre me regaló una vez, antes de la locura y la morfina o de que yo supiera lo que ambas irían a representar en nuestras vidas. Mi padre prolífico y extraviado. Mi hermana empuñando una improvisada varita mágica, girando una y otra vez, dueña de su enajenación. Mi madre un día con aquellas batas, mientras el sol entraba por la ventana y no germinaba aún el espiral que nos habría de reunir a todos. Un cambio en el aleteo de una mariposa y nada de esto habría sucedido, según reza la vieja alegoría. Necesito, por un instante, no escuchar estas voces incesantes, suspender los cinco sentidos que siempre están aniquilándome. (Licencia extraída de Fuego Fatuo)