Cada vez se postula con más fuerza que Isaac Newton, Paul Dirac, y otros grandes de la física y la astronomía, padecieron el síndrome de Asperger. Esto se deduce del hecho de que fueran personas increíblemente brillantes para las ciencias duras pero seriamente limitados en el manejo de la vida social.
Esta proposición, que a priori podría parecer un poco rebuscada, es sin embargo una posible explicación para la abismal diferencia entre ellos y el resto de los seres humanos en cuanto a capacidad de pensamiento abstracto.
Quizás ahora, que millones de personas acceden a conocimientos avanzados en materia de ciencia, y las universidades mundiales compiten en generación de luminarias que cambiarán nuestra visión del mundo, no sorprenda demasiado la potencia de ciertas mentes en función de la producción de conocimiento.
Pero, ¿qué pasaba con estos tipos que, en épocas oscuras o al menos no particularmente propensas a los cambios de paradigma, lograron imaginar universos enteros y nuevos, completamente distintos al “sentido común”, a lo que se enseñaba a pensar? ¿Qué tenía Einstein que pudo legar a la humanidad la teoría más creativa y pasmosa de todos los tiempos, al punto de que no pasa de moda ni deja de sorprendernos aún más de un siglo después, y cómo pudo hacerlo desde una oficina de patentes y no desde el ámbito propicio de una universidad?
Oliver Sacks, renombrado neurólogo (y botánico), postula que ciertos tipos de autismo, y aún de idiocia, presentan una relación con las matemáticas y otros tipos de pensamiento abstracto que no son posibles en personas normales. La hipótesis es que, en quienes no sufrimos este trastorno, algún sentido arcaico relacionado con los números ha sido atenuado por las capacidades superiores que nos trajo nuestra neocorteza. Como parece lógico, para depredar y reproducirnos tuvimos que desarrollar, al principio, aptitudes más terrenales. Según Sacks, esto explica que algunas personas con severo retraso mental sean capaces de listar números primos hasta un nivel que ni la mejor de las computadoras modernas puede. Ellos, que no tienen ninguna capacidad de realizar cálculos aritméticos básicos como dos más dos, lograrían esta hazaña porque simplemente “ven” la secuencia de números primos. Esto lo han deducido los neurólogos luego de interrogar a los pacientes, algunos de los cuales manifestaban estar simplemente leyendo en voz alta lo que veían en su mente como una espiral inacabable de números.
Por eso, no sería de sorprender que algunos científicos (no todos, por supuesto) hayan llegado a ser tan brillantes justamente porque desarrollaron a un máximo el potencial que ellos poseen y nosotros no, en desmedro de otras aptitudes como la sociabilidad o la emotividad.
El propio Einstein (salvando las distancias ya que de autista no tenía nada) decía atribuir sus logros al hecho de que él, contrariamente a otros físicos teóricos, necesitaba “visualizar” cualquier teoría de una manera gráfica (exagerándolo un poco, decía que tenía que ser entendible para un niño). Por eso él pudo hablar de trenes en movimiento, personas convertidas en spagettis en el centro de un agujero negro, y otras imágenes que ya se han convertido en clásicos de la divulgación científica. No otra cosa fue la manzana de Newton, a la cual no obstante luego cubrió de sofisticadas fórmulas matemáticas ya que el sí que podía.
El secreto de estos genios quizás sea más simple de lo que uno cree. Sin quitarles mérito, ellos deben poder “ver” con claridad cuestiones que a nosotros no costarían sangre, sudor y lágrimas.
Cada vez más científicos en diversas disciplinas se ven orientados a creer que, con el tiempo, la humanidad sí necesitará habilidades intelectuales superiores para subsistir, que ya no tienen que ver con obtener alimentos o generar descendencia sino, probablemente, procurarnos nuevas fuentes de energía e incluso ser capaces de migrar a otros planetas cuando éste ya no sea habitable. Esto será posible para lo que el físico Michio Kaku denomina una civilización de tipo III, en la cual la energía que contiene el universo es explotada al máximo. Nosotros, que aún nos valemos de la energía que dan los fósiles, somos una rudimentaria civilización de tipo 0 o quizás I, por lo cual falta bastante para que las habilidades superiores sean una condición prioritaria a transmitir en nuestro ADN.
Esta proposición, que a priori podría parecer un poco rebuscada, es sin embargo una posible explicación para la abismal diferencia entre ellos y el resto de los seres humanos en cuanto a capacidad de pensamiento abstracto.
Quizás ahora, que millones de personas acceden a conocimientos avanzados en materia de ciencia, y las universidades mundiales compiten en generación de luminarias que cambiarán nuestra visión del mundo, no sorprenda demasiado la potencia de ciertas mentes en función de la producción de conocimiento.
Pero, ¿qué pasaba con estos tipos que, en épocas oscuras o al menos no particularmente propensas a los cambios de paradigma, lograron imaginar universos enteros y nuevos, completamente distintos al “sentido común”, a lo que se enseñaba a pensar? ¿Qué tenía Einstein que pudo legar a la humanidad la teoría más creativa y pasmosa de todos los tiempos, al punto de que no pasa de moda ni deja de sorprendernos aún más de un siglo después, y cómo pudo hacerlo desde una oficina de patentes y no desde el ámbito propicio de una universidad?
Oliver Sacks, renombrado neurólogo (y botánico), postula que ciertos tipos de autismo, y aún de idiocia, presentan una relación con las matemáticas y otros tipos de pensamiento abstracto que no son posibles en personas normales. La hipótesis es que, en quienes no sufrimos este trastorno, algún sentido arcaico relacionado con los números ha sido atenuado por las capacidades superiores que nos trajo nuestra neocorteza. Como parece lógico, para depredar y reproducirnos tuvimos que desarrollar, al principio, aptitudes más terrenales. Según Sacks, esto explica que algunas personas con severo retraso mental sean capaces de listar números primos hasta un nivel que ni la mejor de las computadoras modernas puede. Ellos, que no tienen ninguna capacidad de realizar cálculos aritméticos básicos como dos más dos, lograrían esta hazaña porque simplemente “ven” la secuencia de números primos. Esto lo han deducido los neurólogos luego de interrogar a los pacientes, algunos de los cuales manifestaban estar simplemente leyendo en voz alta lo que veían en su mente como una espiral inacabable de números.
Por eso, no sería de sorprender que algunos científicos (no todos, por supuesto) hayan llegado a ser tan brillantes justamente porque desarrollaron a un máximo el potencial que ellos poseen y nosotros no, en desmedro de otras aptitudes como la sociabilidad o la emotividad.
El propio Einstein (salvando las distancias ya que de autista no tenía nada) decía atribuir sus logros al hecho de que él, contrariamente a otros físicos teóricos, necesitaba “visualizar” cualquier teoría de una manera gráfica (exagerándolo un poco, decía que tenía que ser entendible para un niño). Por eso él pudo hablar de trenes en movimiento, personas convertidas en spagettis en el centro de un agujero negro, y otras imágenes que ya se han convertido en clásicos de la divulgación científica. No otra cosa fue la manzana de Newton, a la cual no obstante luego cubrió de sofisticadas fórmulas matemáticas ya que el sí que podía.
El secreto de estos genios quizás sea más simple de lo que uno cree. Sin quitarles mérito, ellos deben poder “ver” con claridad cuestiones que a nosotros no costarían sangre, sudor y lágrimas.
Cada vez más científicos en diversas disciplinas se ven orientados a creer que, con el tiempo, la humanidad sí necesitará habilidades intelectuales superiores para subsistir, que ya no tienen que ver con obtener alimentos o generar descendencia sino, probablemente, procurarnos nuevas fuentes de energía e incluso ser capaces de migrar a otros planetas cuando éste ya no sea habitable. Esto será posible para lo que el físico Michio Kaku denomina una civilización de tipo III, en la cual la energía que contiene el universo es explotada al máximo. Nosotros, que aún nos valemos de la energía que dan los fósiles, somos una rudimentaria civilización de tipo 0 o quizás I, por lo cual falta bastante para que las habilidades superiores sean una condición prioritaria a transmitir en nuestro ADN.
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