lunes, 29 de agosto de 2011

DSM IV: Trastorno de Déficit de Atención

¿Ya se dieron cuenta de ese fenómeno que anda sobrevolando a la raza humana?

¿Nunca les pasó de contarle a alguien que están a punto de quitarse la vida, que les diagnosticaron ELA y morirán con la discapacidad de Stephen Hawking aunque sin su sapiencia, o que fueron ultrajados por una patota de caníbales cuando tenían siete años, y vino a interrumpir tan sentida declaración una vuelta de página casus belli?

Quienes reportan este tipo de atropello suelen ser, paradójicamente, eximios escuchadores, contenedores, mediadores y árbitros de situaciones de la más diversa y, muchas veces, banal calaña.

Dejemos tranquilas a la segunda y tercera persona del plural de una vez por todas: de modo definitivo prefiero abrir las orejas que cerrar el corazón y convertirme en uno más de esos interlocutores volubles, veletas, ineficaces y poco acariciadores.

Se recomienda poner un ramillete de eneldo debajo de la cama, conjurar a los demonios de la indiferencia con interjecciones latinas o maullar como un gatito en el tejado. Así, dicen los temerosos de dios, quizás se evite que alguien cuente que tiene ELA y el vuelo de una mosca distraiga a su partenaire, que otro diga que anda pensando en escalar el Everest para luego hacer un clavado y lo pongan on hold para atender a un pibe que berrea, o que un cualquiera llore por amor y su insensible escuchador aproveche una pausa para contarle que aprobó una materia de la facultad. Así de humano, así de feo. Porque las personas podemos ser buenas y horribles, a la vez, y no darnos cuenta.

sábado, 27 de agosto de 2011

Wilde, Chopin y el universo holográfico

El Libro de Réquiems de Mauricio Wiesenthal es, además de un maravilloso compendio erudito de ensayos sobre algunos de los personajes más interesantes de la historia, también un viaje onírico por algunos déja-vu que tantos tenemos pero solo los escritores como Wiesenthal pueden poner acabadamente en palabras.

El libro abunda en alusiones al encuentro extemporáneo con quienes se fueron, con la imposibilidad de aquellos que ya no están pero que uno sigue buscando: en sus huellas, en sus páginas, en sus monumentos funerarios.

Una tarde, Jean Cocteau ve a Oscar Wilde resucitado (fueron contemporáneos sólo por un corto período en la infancia de Cocteau); Wilde tenía el pelo teñido de una manera bizarra. Cuando Cocteau cuenta esta visión a Wiesenthal, le viene a éste el súbito recuerdo de una historia sobre Wilde: una noche, caminando por el puente del Louvre a esas horas fantasmales que sólo pueden ser parisinas, Wilde ve a un hombre mirando fijamente a las aguas y cree que está a punto de quitarse la vida. Se acerca y le pregunta:

-¿Es usted un desesperado?

Pero el extraño lo mira con sorpresa y le responde:

-No, señor, soy un peluquero.

Cuando Cocteau cuenta su historia del Wilde redivivo a Wiesenthal, éste no puede evitar decirle:

-Oh, mon cher, quizás no era un resucitado, sino un peluquero…

Luego es el mismo Wiesentahl quien tiene su propia epifanía con un Chopin venido del pasado:

“(…) Hace muchos años, en una subasta de la Salle Drouot, intenté pujar por un soberbio piano Pleyel; pero me lo arrebató en el último momento un misterioso personaje de cara afilada, pálido como si estuviera a punto de bordar una rosa de sangre en el pañuelo blanco que sostenía en la mano. Aunque parezca mentira, seguí a aquel extraño personaje por las calles de Paris, hasta que, en una esquina de la Avenue de la Chapelle, detrás de las tapias del cementerio de Père Lachaise, le perdí la pista.”

Lejos de la celebridad de estos personajes – y viniendo de quien viene, racionalista recalcitrante- puedo afirmar, como ya alguna vez conté en otro post o en una carta o quizás simplemente en alguna de esas conversaciones lunares, que yo vi, semanas luego de que muriera, a mi abuelo materno viajando en un taxi que en ese momento aminoraba su marcha. Era su cara, eran sus ojos gris-azules, su mismo gesto entre distraído y soñador, y se volvió para mirarme durante un fugaz instante. Ya en esos días yo era más afecta a ver imágenes literarias antes que cuestiones sobrenaturales, así que de esa manera lo tomé, como una ofrenda que a veces nos brinda eso que Paul Auster dio en llamar las “rimas de la realidad”.fu

Lo cierto es que muy de tanto en tanto, alguien cree que ve pasar a un personaje del mundo que se ha ido, lo interpela, cambia algunas palabras incluso, para luego dejarlo regresar a ese lugar holográfico que ahora dicen los físicos que existe en el borde del universo, donde todo lo que ha hecho hasta la más pequeña de las moléculas queda grabado de manera eterna e indeleble.

(La foto pertenece a la tumba de Oscar Wilde en Père Lachaise, eternamente cubierta por besos de lápiz de labios)

viernes, 5 de agosto de 2011

Aurora y el Mar

Aurora Canessa tiene sesenta y seis años y cumplió su sueño de atravesar sola el Oceano Atlántico.

Partió desde Saint Marteen al mando de Shipping, una embarcación de diez metros de eslora, y no la detuvieron ni las olas de cuatro metros, ni el temporal que a veces se cierne en medio de la noche cerrada, ni la soledad extrema que puede sentirse estando rodeada únicamente de una masa interminable de agua. Finalmente, tras mucho esfuerzo y peligros antológicos, llegó a las costas de Portugal, donde la recibieron con honores.

Me costó imaginarla, una mujer sola, leyendo a Antonio Di Benedetto cuando la marea se lo permitía, transmitiendo mensajes entrecortados, entrando en las “autopistas” para sentir la compañía de otros barcos de mayor porte. Una noche, arreciando un temporal, con el velero averiado y luego de dos días al timón sin dormir ni comer, se recostó sobre el piso de su camarote –el único sitio donde los vaivenes no la lastimarían, y desde donde podía oír los crujidos de su cáscara de nuez en medio de las olas agitadas- y meditó hasta que amainó la tormenta.

Consultada sobre su próximo proyecto, respondió que este será navegar el Mediterráneo deteniéndose en la ruta del vino y el queso, y cumplir sus setenta años en altamar.

A mí, con mi miedo primigenio a los monstruos marinos y la playa nocturna, esta nereida se me antoja una heroína de la antigüedad clásica.