jueves, 21 de octubre de 2010

Nick Hornby Hace Escuela


No podré agradecer suficiente a D.A. su recomendación del libro How To Be Good, de Nick Hornby.

El libro es espectacular, un gigantesco sarcasmo sobre la vida burguesa y las ideas progresistas de la clase media acomodada. Está escrito en primera persona (y desde una voz femenina terriblemente creíble, lo cual elevó en gran manera mi admiración por Hornby), narrado por la esposa de David Carr, un hombre corriente que un día, sacudido por una crisis matrimonial, decide comenzar a practicar su sensibilidad social al pie de la letra. Es decir, deja de ser un inconformista profesional satisfecho con sus ideas progresistas y comienza, de buenas a primeras, a dejar limosnas exorbitantes a los pobres, regalar los juguetes que le “sobran” a sus hijos y los insumos que sobran en general (lo cual en una familia de clase media es casi todo), e invitar a cenar a su casa a mendigos impresentables y locos del hospicio. La esposa y los hijos, como es de esperarse, empiezan aplaudiendo la iniciativa hasta que la misma se mete con sus pertenencias personales o su confort tan buenamente adquirido, momento en el cual todo les empieza a parecer una locura que forzosamente debe terminar. La cosa va in crescendo y culmina con el hombre instando a sus vecinos a alojar en sus habitaciones vacías a los homeless del barrio. La llegada de GoodNews, gurú espiritual algo mugroso y chanta que se instala a vivir en la casa de la familia, no ayuda a restaurar la armonía perdida.

Por supuesto, Hornby se las arregla para que la historia no sea un disparate y, en rigor de verdad, la mayoría de las veces terminamos por darle la razón a David, quien no hace sino enfrentarnos a una de nuestras más pecaminosas hipocresías: la de creernos mejores de lo que somos, la de llenarnos la boca con preciosas teorías de amor hacia los semejantes que jamás haremos realidad. Como diría un psicólogo, David hace pasaje al acto. Y en el proceso nos hace quedar a todos un poquito peor que antes de comenzar el libro.

En lo que es la frase pivot de la novela, Hornby hace decir a David las siguientes palabras:

-Soy la pesadilla de cualquier progresista. Creo en todo lo que tú crees, pero yo voy a ponerlo en práctica.

G, joven colaborador de la empresa donde trabajo, se mostró muy entusiasta con respecto al argumento de este libro. G se autodefine como socialista y cree que su paso por esta compañía multinacional es sólo una escala temporal y necesaria para desarrollar su verdadera vocación, que creo entender no está en el amasar dinero. Confieso que muchas veces, el estoicismo de estos jóvenes comprometidos me genera una especie de tristeza, esa insoportable suficiencia del que ya estuvo ahí y sabe cómo terminará la historia (en la mayoría de los casos, con un aburguesamiento tan paulatino que es difícil identificar su lenta invasión de los ideales)

Sin embargo, esta vez algo en la mirada de G, su brillo quizás, me dio la pauta de que algo había encendido una pequeña llama.

Terminada la conversación sobre libros, cada cual regresó a su trabajo, pero a la media hora o menos G se acercó a mi escritorio y me dijo:

-Ya está.

-¿Ya está qué?

-Acabo de hablar con mi novia. Vamos a ir a alfabetizar a una villa.

De pronto, tuve unos deseos inmensos de volver a tener veinte años. Y no por la piel firme, o las tetas paradas, o la vida nocturna. No por la frivolidad de los bailes ni el goce de los romances inaugurales y efímeros. Simplemente por ese impulso vital de creer aún que todo es posible, ese idealismo que, lejos de lo que muchos creen al hacerse grandes, nada tiene de estéril ni de ingenuo, sino que muchas veces es el motor que impulsa procesos históricos imparables. Tuve unas ganas terribles de abandonar mi comodidad burguesa, incluso esa concepción “gourmet” de la vida de la cual tanto me jacto cuando prefiero mis treintas a los veintes de los otros.

Por lo menos, fue un señor grande quien escribió esta gran novela irónica sobre la imposibilidad de ser realmente buenos.