domingo, 30 de mayo de 2010

Colonia


Hay lugares que, no sé cómo demonios, quedan asociados para siempre a un cúmulo de cosas muy difíciles de desarticular.
Para mí Colonia es lo siguiente: días de sol capturados en color sepia, perros callejeros con nombres ingleses, “La Balada del Alamo Carolina” de Haroldo Conti leída en las tres horas de viaje en el buquebus lento, una noche narcótica yendo a comer muertos de hambre a un restaurante que tardó horas en hacer un arroz y lo trajo con un insecto en la decoración de albahaca, un frío tremendo que no obstante no impidió jamás salir a recorrer por enésima vez las calles empedradas, la lágrima de Beltrán, el exceso irresistible del dulce de leche de crema, la habitación del Virrey con su cama interminable, pero por sobre todas las cosas, el olor de las leñas quemándose, al punto de que dondequiera que esté en el mundo, donde una leña se quema hay olor a Colonia para mí.

viernes, 21 de mayo de 2010

Todos los días es el Día de la Misantropía

Cuando algo malo te ocurre las reacciones ajenas son de lo más curiosas.
Están, por supuesto y para arrancar con un poco de fe en la raza humana, los que te quieren ayudar genuinamente, te aportan consejos o una visión superadora que quizás no pudiste ver, y los que se ponen a tu entera disposición haciéndote sentir que podés confiar en ellos para lo que sea. No pocas veces, se trata de personas que no componen tu círculo más íntimo y te muestran de esta forma que probablemente deberían. Por lo general la amistad sale mucho más fortalecida luego de estas instancias.
También están, lamento decir y entrando ya de lleno en terreno cenagoso, aquellos a quienes se les nota demasiado que la desgracia ajena los excita, los eleva un poquito de la mediocridad en la que viven inmersos y de la que sólo sienten que pueden emerger si los demás se hunden con respecto a ellos.
Están los que “huelen la sangre”, gente que normalmente no te da demasiada pelota pero ante la mínima señal de adversidad se hacen presentes, indagando, queriendo saber el detalle morboso, los plazos, categorías y alternativas menores de tu pesar; son los amarillistas que hay en todo grupo humano, los que no conocen la discreción ni el buen gusto. Nunca te llaman tantas veces a la semana como en los momentos en los cuales es probable que te pegues un tiro. Sin embargo, no te disuaden sino que por lo general te dejan con más ganas.
Tristemente y para finalizar, también están los que tienen un talento enorme para borrarse justo cuando uno más los necesita. Los que están demasiado acostumbrados a ser los escuchados o contenidos, y sencillamente no se hallan o no les interesa demasiado el rol de escuchador. Son los que no comprenden que toda relación medianamente sana tiene que poseer ambos componentes, que los roles estancos no son buenos para ninguna dinámica de grupo. Estos ejemplares huyen cuando te llega el turno de hacer catarsis a vos. Cumplen con los rituales establecidos, o sea, te manifiestan con cara de preocupados que están para lo que necesites, pero a la larga siempre son cuestiones bastante más baladíes de su propia vida las que les impiden cumplir con tan solemne promesa.
Hoy es un día gris. El filtro de emociones en contra de la naturaleza humana no funciona a un cien por cien.

viernes, 14 de mayo de 2010

The Scientist (esos inglesitos de Coldplay)

Vengo a verte, a decirte que lo siento
No sabés lo encantadora que estás

Tuve que encontrarte
Decirte que te necesitaba
Decirte que te elijo

Contame tus secretos
Haceme tus preguntas
Volvamos al comienzo

Corriendo en círculos
Las mentes en una ciencia aparte

Nadie dijo que era fácil
Es tan triste que nos separemos
Nadie dijo que era fácil
Nadie dijo nunca que sería tan difícil

Llevame de vuelta al comienzo

Solo estaba adivinando
Números y figuras
Desarmando tus rompecabezas

Las preguntas de la ciencia
La ciencia y el progreso
No hablan tan alto como mi corazón

Decime que me amás
Volvé y perseguime
Y yo correré hacia el comienzo

Corriendo en círculos
Mordiéndonos las colas
Y volviendo tal como somos

Nadie dijo que era fácil
Es una pena que nos separemos
Nadie dijo que era fácil
Nadie dijo nunca que sería tan difícil

Llevame de vuelta al principio

miércoles, 12 de mayo de 2010

El Museo de Einstein en Princeton, o cómo estar y no estar en un mismo lugar

En Princeton no queda demasiado rastro de Albert Einstein.
A pesar de que el eminente físico pasó allí más de veinte años, y engalanó la universidad con sus lecciones, es poco el legado que se ofrece al turista interesado en él.
Por una parte, si bien la casa en donde vivió está absolutamente identificada, por expreso pedido del científico no se la puede visitar y jamás tendrá carácter de museo. Tengo entendido que ahora vive allí una vieja, quien respeta a rajatabla la última voluntad de Einstein y se niega a abrirle la puerta a los curiosos. Por otra parte, parece ser que ha existido hasta no hace mucho un Museo de Einstein sobre la Avenida Nassau, que vendría a ser la arteria principal de la ciudadela de Princeton. Los mapas muestran el punto en donde deberíamos encontrarlo con asombrosa exactitud: una flecha entre dos comercios montados sobre un edificio más propio de Nueva Inglaterra, de fachada de ladrillos y vistosas escaleras de incendio. Uno llega hasta ese punto para descubrir que sólo hay una puerta, cerrada para más datos, sin ninguna señal de que alguna vez hubo allí algo parecido a un sitio turístico. Es inevitable ir del mapa a la puerta y de la puerta al mapa con perplejidad de autómata. Finalmente la evidencia cae por su propio peso: haya existido alguna vez o no, está claro que no hay allí ningún museo de Einstein y que la misma gente que puede recomendarte sin dudarlo diez lugares distintos para comer, es incapaz de precisar si es que hubo algo ahí que rememorase al visitante más ilustre de la ciudad.
El panorama dentro del campus de la universidad, bellísimo como pocos, es parecido: los nombres de los pabellones se deben a quienes donaron el dinero para construirlos, no a los maestros que iluminaron las aulas con su genio.
Un anciano de la zona da, finalmente, con la clave. Me dice entre risas misteriosas, a mí, una turista desconcertada con su mapa en la mano, que probablemente Einstein nunca hubiera querido que encontremos su museo. Esas cosas que tiene la relatividad.