viernes, 19 de febrero de 2010

The Big Bang Theory

Existen ocupaciones que obligan a vivir a quienes las ejercen en un mundo distinto, en una esfera de realidad muy diferente a la que habitamos el resto de los mortales.
Me refiero a los físicos teóricos, a los cosmólogos, a los astrónomos y en menor medida tal vez a los matemáticos.
Muy a menudo pienso que, mientras los demás dedicamos nuestras vidas a “pequeñeces” tales como construir una casa, defender a la gente que es acusada de algo, vender autos, o, como es mi caso, colaborar en el desarrollo de nuevos medicamentos, hay personas cuyas preocupaciones giran en torno al origen del universo, a la posibilidad de los viajes en el tiempo, a aquellas singularidades donde todo el mundo físico que conocemos deja de aplicar… y no puedo evitar sentir que me hallo en un plano inferior del pensamiento.
Digo: ¿cómo se puede seguir diseñando ropa cuando hay gente que sabe hace rato que no vivimos en un mundo de cuatro dimensiones –como creíamos- sino once como mínimo y probablemente más? ¿Cómo se puede, incluso y yendo más lejos, producir arte o escribir libros cuando sólo somos la molécula de una molécula en la vastedad de un universo cuyo tamaño no podemos ni soslayar? ¿Cómo es que no corremos todos a tratar de asir el minúsculo conocimiento que ya se tiene sobre el todo? ¿Cómo es que casi nadie sabe que hay laboratorios donde se ha logrado que el mismo átomo, la misma pizca de materia, esté en dos lugares al mismo tiempo?
Está bien, y lo entiendo, vivir nuestras vidas de la mejor manera posible lo cual incluye que dispongamos de médicos, amas de casa, pintores, escritores y lectores. Está bien porque de otro modo moriríamos con la horrible sensación de que la única verdad que vale la pena conocer se nos escapará por miles de generaciones más, si llegamos a tanto, y que en el interin no disfrutamos demasiado de la existencia, sea ésta de la naturaleza que fuere.
Pero, ¿qué puede importarles a los físicos esta minucia de la finitud de la vida? Si ellos están preguntándose muy seriamente si el eterno retorno es viable, o si la línea temporal tiene necesariamente que ir siempre en la misma dirección, o si no habrá de hecho infinitos universos paralelos que se crean cada vez que un viaje en el tiempo introduce un ligero cambio en la historia.
Hace ya casi un siglo atrás, durante el funeral de su amigo y colega Michele Besso, ese visionario que se llamó Albert Einstein dijo a la viuda: “Le daría mi pésame si no fuera que para nosotros, físicos convencidos, el tiempo es sólo una ilusión”.
Sin embargo (como nos demuestran esos adorables nerds Leonard, Sheldon, Raj y Howard), estas cabezas privilegiadas también padecen por amor, dudan entre el kétchup y la mayonesa, se pelean por huevadas y olvidan por momentos la pequeña dimensión del mundo que habitan. Porque saben que ese mundo pequeño que persiguen e intentan reconciliar con el infinito –ese mundo que se mide en quantos- está lleno de acertijos y maravillas y que todo, si bien se mira, comenzó con el estallido de una mota infinitesimal.

martes, 16 de febrero de 2010

Duo

Colette, en cambio, me gusta sin lugar a dudas.
Hace poco Página12 publicó una modesta edición de Duo, una obra no muy difundida de esta autora que revolucionó los albores del siglo XX.
Duo es la breve historia de una infidelidad, mejor dicho del instante en el cual el marido descubre la aventura amorosa de su mujer con otro hombre, para más bochorno su socio en los negocios del espectáculo. Durante un par de días nos metemos en la intimidad de esta pareja que se deja hundir y cae en la espiral de lo maliciosamente sugerido entre líneas, de lo no dicho. Están, solos con una criada que todo lo ve, en una alejada casa de campo en la cual se sofocan y agreden, se vuelven a amar y a perdonar para luego rendirse nuevamente a las susceptibilidades, a las formas y la imagen que deben dar como miembros de la clase acomodada que son. Hay pasajes deliciosos, diálogos breves donde uno siente que todo puede explotar para luego volver a la apacible marcha de esos días de descanso en la campiña.
La descripción de los personajes es económica pero muy eficiente. Ella es más joven, muy sensual pero con algunos rasgos que pueden afearse según la mirada del marido pase de la adoración al desengaño. El está abandonando los mejores años, un hombre de cuarentitantos cuyos éxitos profesionales comienzan a declinar. Tiene a su favor, como la mayoría de los hombres de la década del 30, que la mujer no puede llegar muy lejos sin la crisálida de su matrimonio. Pero en su contra pesa que ella parece no envejecer y que todavía posee la capacidad de ponerlo todo del revés con una caída de ojos.
Lectura más que recomendable por $9.

Millennium

Todavía no sé si me gusta o no Stieg Larsson. A veces me parece que sólo le falta que pasen algunos años y se convierta en un autor de culto de esos que escribieron un par de obras y te dejan con unas ganas irremediables de más (sin ánimo de comparar me pasa eso con Bolaño, con Sebald, con Paola Kauffman, de quienes uno tiene la triste certeza de no poder volver a leer nada más de ellos cuando acabe el reciclaje de obras inéditas e inconclusas). Es que el pobre Stieg falleció de un ataque cardíaco antes de llegar a ver el éxito de su trilogía Millennium.
Larsson hasta ahora es, sin embargo, un autor de policiales que no se salen demasiado de la media salvo probablemente en la extensión y en la capacidad de crear personajes difícilmente olvidables para el público. Lisbeth Salander podrá gustarnos o no (oscilo todo el tiempo entre el amor y el rechazo, lo cual considero un gran logro del escritor), pero a nadie deja indiferente. Ahora nos han obligado a ponerle un rostro debido a la inminente aparición de –cuándo no- la película, que se promociona con gigantografías de la actriz sueca que interpretará a esta conflictuada hacker. Pero es innegable que, pese a lo inverosímil que se pone según avanza la obra, Salander es una mujer de armas tomar y una creación literaria muy distinta a lo que conocemos.
Todavía no sé si me gusta o no Stieg Larsson, pero su efectividad narrativa es innegable ya que hizo que muchos leyéramos, un poco a desgano y enojadísimos con el precio, las más de mil quinientas páginas de su trilogía.

domingo, 7 de febrero de 2010

Tus hijos no son tus hijos

Esta poesía de Kahlil Gibran estaba colgada en una pared de la casa de mi infancia:


Tus hijos no son tus hijos

son hijos e hijas de la vida deseosa de sí misma.

No vienen de ti, sino a través de ti

y aunque estén contigo no te pertenecen.

Puedes darles tu amor pero no tus pensamientos,

pues ellos tienen sus propios pensamientos.

Puedes abrigar sus cuerpos, pero no sus almas,

porque ellos viven en la casa del mañana, que no puedes visitar ni siquiera en sueños.

Puedes esforzarte en ser como ellos,

pero no procures hacerlos semejantes a ti.

Porque la vida no retrocede ni se detiene en el ayer.

Tú eres el arco del cual tus hijos, como flechas vivas son lanzados.

Deja que la inclinación en tu mano de arquero sea para la felicidad.


A pesar de lo trillada que la volvió la repetición en afiches y señaladores, sigue siendo de una veracidad asombrosa.

miércoles, 3 de febrero de 2010

Prejuicios contra la Caridad (La Máquina de Impedir)

Últimamente un prejuicio se puso de moda: el de que la caridad contante y sonante está mal.
Algunas personas (muchos de mis queridos progres), que me consta sienten verdadera empatía por los menos favorecidos de la sociedad, rara vez sin embargo ponen sus manitos en la masa pobre, es decir, ayudan in situ a un necesitado. Todo lo que desde su discurso es urgente e impostergable, encuentra nulo eco en la acción.
Hasta ahí, podríamos decir que no se diferencian de la mayor parte de la sociedad, la cual, además de vociferar lo que habría que hacer, básicamente hace poco o no hace nada.
Sin embargo, la vuelta de tuerca que le han encontrado los progres es que, además, se sienten inclinados a condenar todo acto de caridad que hagan los demás, casi siempre al grito de que no hay una verdadera ideología detrás, o que es tapar agujeros, o alguna de esas máximas que los que ayudan con su humilde contribución se ven obligados a soportar.
Las siguientes manifestaciones de caridad son cuestionables para los progres: voluntariado promovido por cualquier empresa privada (si la misma, encima, colabora financieramente, es peor), grupos de ayuda de las parroquias, tés canasta a beneficio organizados por viejas ricas, colectas de sindicatos, y en general cualquier ayuda más o menos espontánea y útil que salga de un grupo de gente nucleada por una institución.
El problema que le encuentran a esto los progres es que, en la mayoría de los casos, se trata de movidas para lavar la cara de empresas de dudosa imagen pública o actos tendientes a saciar la propia necesidad de protagonismo, de alivio de culpa, de sensación de magnanimidad y otros etcéteras. Digamos rápidamente que lo antedicho es cierto en la gran mayoría de los casos. Es decir, no creo que al directorio de Mac Donald’s lo desvele genuinamente el porvenir de los niñitos con cáncer sino que tiene un grupo de asesores de imagen que estableció que la ayuda de Ronald daría un cariz humano a la compañía (lo cual es curioso, ya que el payaso parece cualquier cosa menos humano). También es cierto que las viejas ricas sueltan la moneda a la salida de misa pero intramuros aplauden las gestiones de sus maridos para esquilmar a los que menos tienen. Todo eso es verdad. Sin embargo…
Yo creo fervientemente que un bien que se hace es bueno en sí mismo, más allá de las motivaciones. Un acto de caridad redunda siempre en un estado de las cosas que sería peor de no haber existido aquél. Luego podemos discutir si es pan para hoy, si es mejor enseñar a sembrar que dar el pan hecho, y todos esos dilemas que entretienen a los que poseen el estómago lleno y pueden entregarse a entuertos morales. Algunos jóvenes de la empresa multinacional en la cual trabajo, que hacen voluntariado en un hogar de niños y vuelven cada sábado llenos de piojos pero también de una clase de amor que en ningún otro lugar podrían obtener, producen un bien concreto que no veo que ninguna ideología política reemplace: cambian pañales sucios, dan un beso a tiempo, felicitan por un dibujo, acompañan en la risa y en el llanto. Eso mientras toleran que algunos progres, que nunca pisaron un hogar de huérfanos, les espeten en la cara que están siendo marionetas de un lavado de cara de su empresa.
Todo esto es producto del aburguesamiento de los que se definen de centroizquierda, tendencia últimamente copada por pelotudos de clase media alta con inquietudes existenciales pero incapaces de sonarle los mocos a un pibito lleno de mugre. Qué distinto a la maravillosa juventud de sólo unas décadas atrás, que amén de filosofar, leer a los clásicos y querer salvar al mundo, también se daba unos paseítos por la corte de los milagros para alfabetizar, alimentar y acompañar. Muchos de ellos decidieron su inclinación política cuando finalmente vieron la pobreza en primera persona, cuando salieron del búnker para conocer la desigualdad en su aspecto más concreto y urente.
La verdad es que me cansé de los que hablan y no hacen. Me cansé de los que dicen que es inmoral ayudar a los perros callejeros habiendo niños con hambre, pero no ayudan ni a unos ni a otros. Me enerva la máquina de impedir, la que prefiere que un acto generoso no se haga mientras ellos discuten la filosofía del tema de la caridad. También –y esto excede a los progres- me molestan los tacaños que nunca le dan una moneda al trapito aduciendo que seguro el padre se la va a gastar en vino. O sea, ante la duda, aún si hay una ligerísima posibilidad de que ese chico use la moneda para comprarse algo que lo haga un poquito feliz en medio de la basura en la que vive, los avaros deciden abstenerse, y para colmo sintiéndose paladines de la ética. Son los mismos que dicen “yo nunca doy plata; prefiero darles un sándwich” aunque jamás nadie los vio dando cosa alguna.
Está de más decir que al final del día se habría hecho mucho más el bien si algunos de ellos se arremangaran de una buena vez y ayudaran sin cuestionarse si es lo mejor o no.
Al menos, entretanto y mientras deciden la mejor forma de salvar al mundo, sería bueno que se abstuvieran de pontificar sobre la manera de ayudar que tienen los que no son tan agudos, morales, ni ideólogos como ellos.