domingo, 23 de marzo de 2008

Mujeres bajo los efectos de la fiebre

Nunca resulta indiferente hablar de mi predilección por el genio masculino. Nunca es gratuito decir que creo mucho más en el cerebro de los hombres. Quizás por eso cuando me gusta lo que hace una mujer, me convierto en fundamentalista de su obra, sin medias tintas. Pero nunca es gratuito decirlo. En el peor de los casos recibo comentarios feministas; en el mejor, alguien que puedo ser yo misma me recuerda el nombre de algunas de estas mujeres. Y sin embargo, poniéndolas en fila se ve claramente que todas tuvieron algo intrínsecamente masculino, aunque no soy capaz de explicar qué. No se trata de una masculinidad que se diera a notar. Es, más bien, algo en la forma en que proyectaron sus mentes hacia el mundo, algo en la forma que encontraron de relacionarse con él.
La mujer siempre, y sobre todo en la literatura, constituye la diferencia por default, es la primera otredad de todas. Tal vez lo que yo llamo masculinidad en estas mujeres haya sido simplemente la maravillosa capacidad de manifestarse desde lo neutro, de no escribir desde femineidad alguna más allá de la que naturalmente fluía de ellas, de hacer literatura pura.

Alejandra


Charlotte


Clarice


Anais


Emily


Djuna


George


Paola




Sylvia


Virginia


Katherine


lunes, 10 de marzo de 2008

Comprado en una tienda de baratijas


Son tarjetas con ilustraciones del herbario de Emily Dickinson. Pablo dice que solamente lo compré por el nombre de Emily. Sin embargo, me gusta tanto la botánica.

sábado, 8 de marzo de 2008

Key West


Casas diecinuevescas y pubs con música folk en vivo. Pinceladas de Dublin en un ambiente de playa y palmeras.
De día se practica kite y de noche se va a los bares.
Está la casa donde vivió Hemingway (que increíblemente encontró que éste era el lugar más bello del mundo para vivir) y por diez dólares se la puede visitar. La casa está llena de libros y de gatos, descendientes de los cincuenta que supo tener.
También está todavía de pie el bar donde iba a escribir, Sloppy Joe’s. La gente insiste en preguntar al barman cuál era el taburete donde le gustaba sentarse y hace largas colas para ocuparlo aunque sea un instante. Una vez alguien, creo que Hanglin, dijo que era curioso cómo la gente creía que el genio iba a entrarle por el trasero.
Estando allí me enteré de que en Key West también vivió el escritor Stephen Crane, que personalmente me gusta mucho más que Hemingway, aunque su casa no se promociona como sitio de interés.
En una esquina de la isla hay un recordatorio de que estamos en el punto más sur de los Estados Unidos y que noventa millas nos separan de Cuba. Así que supongo que es esto lo primero que ven los que llegan en balsa, un lugar de Estados Unidos que no se parece demasiado a Estados Unidos. La ilusión durará poco.
Antes de llegar aquí vimos la serie de cayos que son como cuentas de un collar: Key Largo, Layton, Islamorada, Marathon y Big Pine Key. Por momentos, la sensación de viajar con esa inmensa masa de agua a ambos lados me da vértigo. Definitivamente debo mantenerme visualmente alejada de los océanos, aunque me gusten tanto las historias de ultramar y los relatos de viajes transoceánicos y el lenguaje náutico: eslora, sextante, velocidad medida en nudos.